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Los niños de la esperanza
L

a redada. París, 16 de julio de 1942, un jueves negro. Apenas un mes después de haber decretado las autoridades de ocupación nazi en Francia la obligación para todo ciudadano judío de llevar, como señal de identificacion racial una estrella de David de color amarillo pegada a la ropa, la policía francesa procede a una redada masiva impresionante. De modo sorpresivo, 13 mil judíos son detenidos e internados en el tristemente célebre Velódromo de Invierno (Vel d’Hiv), para luego ser enviados a los campos de exterminio de Auschwitz. Apenas 25 personas sobrevivieron a esa deportación. Esa redada, uno de los episodios más vergonzosos en la historia francesa contemporánea, ha sido ampliamente documentada por los historiadores, pero rara vez había tenido una ilustracion contundente en el cine de ficción.

En 1974 el realizador francés Michel Mitrani narra una historia de amor con estos acontecimientos como telón de fondo en Les guichets du Louvre (Los accesos del Louvre), una denuncia valiente, pero cargada de tintas melodramáticas y maniqueísmos simplistas. Los niños de la esperanza (La rafle), de la directora francesa Roselyne Bosch, aborda por segunda ocasión este acontecimiento histórico por el que apenas en 1995 el presidente Jacques Chirac ofreció disculpas oficiales, y lo hace, una vez más, mediante una historia de amor, pero sobre todo de la mirada de los niños que vivieron azorados esta súbita cancelación de su libertad y de sus esperanzas. Uno de esos niños es Joseph Wiseman, personaje sobreviviente, a partir de cuyo testimonio novelado la cineasta estructura su relato.

El resorte dramático central de la historia apenas difiere de lo mostrado por Steven Spielberg en La lista de Schindler. Se trata de enfatizar aquí el impulso de solidaridad de algunos ciudadanos franceses que, en contraste con la mezquindad moral de muchos otros, lograron rescatar de la tragedia del exterminio planificado a cerca de 8 mil judíos, escondiéndolos en sus casas, conminándoles a despojarse de la estrella de David amarilla para confundirse con el resto de la población. En Los niños de la esperanza, esta solidaridad afectiva se concentra en las figuras estelares del doctor Scheinbaum (Jean Reno) y la enfermera protestante Annette Monod (Mélanie Laurent), quienes en su meritorio afán por asistir a los detenidos judíos se dan tiempo suficiente para compartir una historia de amor bastante convencional y poco consistente. Esta proliferación de buenos sentimientos tiene como contraparte las imágenes grotescas de un Hitler vociferante y las turbias componendas del funcionario responsable de la deportación, René Bousquet, y del dirigente Pierre Laval, hombre fuerte del gobierno colaboracionista del mariscal Pétain.

El propósito de la deportación masiva era, a todas vistas, congraciarse con el gobierno nazi, colaborando en el proyecto de limpieza étnica, y de paso expulsar de Francia a una población judía, cuya presencia se sentía creciente, incómoda y amenazante. Una parte muy importante de la población francesa, sometida a la persuasión de la propaganda y presa de sus propios prejuicios raciales, fue cómplice moral de la faena represiva. La película alude a estas realidades sociales, pero no profundiza en el tema, interesada como está en resaltar el aspecto humano de la historia y el lucimiento dramático de sus estrellas. El tono final es el de una teleserie y la factura no tiene como consecuencia mayor originalidad o brillantez formal. Hay incluso un gusto algo dudoso al mostrar el proceso de la deportación como espectáculo de corte hollywoodense, con los miles de deportados ingresando al portentoso espacio del velódromo de invierno entre gritos, imprecaciones y lamentos, o sugiriendo de modo absurdo las penurias padecidas (días enteros sin alimentos, sin agua, sin atención médica), a través de rostros juveniles con aspecto paradójicamente saludable. Posiblemente se trate de las exigencias de toda gran producción, pero con un tema tan delicado y con heridas apenas hoy cerradas, un tacto mayor y una contención escénica más controlada, habrían sido un acierto en la película.

El cine de ficción tiene un largo camino por recorrer antes de poder abordar este tipo de tragedias históricas con el rigor, la visión crítica y la ecuanimidad con que lo ha venido haciendo el cine documental. Cabe al respecto señalar dos cintas emblemáticas: Le chagrin et la pitié (El dolor y la piedad), de Marcel Ophuls, y el formidable testimonial fílmico de la deportación, Shoa, de Claude Lanzmann. Lo que permite una cinta como Los niños de la esperanza es que a partir de un relato poco inspirado en términos narrativos y formales, se logre llamar la atención de modo masivo hacia fenómenos históricos insuficientemente divulgados, que ciertamente merecen estudiarse más y comprenderse mejor.

Los niños de la esperanza se exhibe en Cinépolis Interlomas, Cinemex Altavista, Cinemanía Loreto y Lumière Reforma. Los documentales mencionados están disponibles en tiendas de autoservicio o renta de videos (Mix Up o Videodromo Condesa).