Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de abril de 2012 Num: 892

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Alfredo Larrauri, arquitecto
Guillermo García Oropeza

Bárbara Jacobs entre libros
Juan Domingo Argüelles

Clase 1952
Leandro Arellano

Dos poetas

Julián, por Herbert,
a solicitud expresa

Ricardo Yáñez entrevista con Julián Herbert

Dickens y la esperanza
Ricardo Guzmán Wolffer

Para volver a dante
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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Vladimiro Rivas, el visitador (II DE III)

Rivas ha formado recopilaciones con nuevas versiones de textos ya publicados, a los que suma producción novedosa. De esa manera, cada nuevo cuentario es una depuración de su trayectoria previa, a la que suma la cosecha reciente. El autor también reunió, en su momento, otros veintiún textos suyos en el volumen titulado Los bienes.

Ahí mostró el proceso de un escritor en busca de Ecuador y México, de esas dos atmósferas que encontraron bifurcaciones en sus textos: depuradas búsquedas estilísticas (“A la orilla del pozo”), relatos donde se enfatizaba el entramado anecdótico (“Historia del cuento desconocido”), incursiones fantásticas (“El asedio”) y reflexiones más o menos terribles sobre la realidad (“El otro, la vida”), algún homenaje sesgado a autores como Borges (“El segundo descubrimiento de América”,  “El palacio y el Centauro”,  “En el laberinto”), la afirmación de una manera de escritura muy personal (“Papá”,  “Intrusos”), proyectos cosmopolitas (“Los pasos invisibles”) y acercamientos a los mundos ecuatorianos (“La abuela”).

En Los bienes se consolidó un manejo personal del estilo y el desarrollo de historias cercanas: la música, ambientes ecuatorianos, recreación de personajes femeninos de la provincia y situaciones fantásticas, invadieron paulatinamente el libro produciendo un verdadero encuentro entre el autor y el lector con relatos como “Papá”,  “María Angelina, él, ella”,  “Borrado”  y  “¡Clic!”.

Vladimiro Rivas se definió como un estilista atento a la pulcritud de sus textos y al desarrollo anecdótico de las historias. Cada lector pudo asistir a las voces de mujeres o de niños con las que se desvelaban ambientes donde parecía no ocurrir nada (y que tendrían variantes originalísimas en relatos futuros, como  “Mozart, k. 1-5”,  historia de amor infantil en la que pasan muchas cosas, todas ellas desvanecidas, al final, en las ilusiones frustradas del narrador, pero en quien han quedado huellas de esas frustraciones: por eso es que se narra el cuento), voces donde adquiría otro sentido la inmovilidad de un narrador enfermo (“El otro, la vida”), o donde el misterio de la posesión por la fotografía dotaba a ésta con otras potencias, tema ahondado en Visita íntima con dos relatos complementarios,  “La expiación”  y  “La Puda” aunque, en éstos, el deseo de filmar confronta a los protagonistas con variantes sorprendentes de la realidad, que supera los proyectos iniciales del guión cinematográfico por escribir. Dicha vertiente temática del autor parece explicarse con palabras del propio Rivas:  “Yo siempre he buscado las síntesis fulgurantes. Y el cuento me da esa posibilidad. Quizá tiene que ver esa búsqueda con mi interés por el lenguaje cinematográfico, su carácter elíptico.”

Además de la admiración por algunos de los viejos maestros y del peso ejercido por éstos en el trabajo creativo personal, en otra cosa se parecen Brahms y Vladimiro Rivas: en la preocupación por mostrar la obra en proceso a personas de su confianza para someterla a cualquier clase de severidades y juicios de toda índole, de lo cual se siguen enmiendas, nuevas lecturas y nuevas correcciones, hasta que el autor considere terminado el proceso creativo. Después, vienen la publicación, cierto desentendimiento por la crítica y una confianza en la fortaleza de la obra producida al cabo de tantos trabajos.

He podido ser testigo privilegiado de los procesos que menciono, así sea de una manera fortuita, lo que me permite no ser exagerado al describir los niveles de exigencia estilística y estructural que Vladimiro Rivas se propone, testimonio del que pueden obtenerse, además, diversas conclusiones. Un ejemplo de lo que he dicho es la manera como él puede viajar a Rusia o Estados Unidos por largas temporadas, desde el retiro de su estudio, para sumergirse y descifrar los modos narrativos de autores a quienes ha elegido como maestros. Lo he visto dialogar y pelearse con la obra completa de Dostoyevsky y con varias novelas de William Faulkner; al final de tales conversaciones, no es inverosímil suponer el ritual de presentación de esos escritores con sus otros amigos y compañeros más cercanos, mediante la lectura oral e inclemente de ciertos pasajes epifánicos seleccionados por él; después, largas discusiones y comentarios acerca de las obras leídas, de los aspectos técnicos de las mismas, de sus rasgos estilísticos… Por caminos inesperados para los lectores (y, tal vez, para el mismo Rivas), dichas exploraciones terminan por desembocar en soluciones novedosas para los cuentos, en motivos o estímulos para escribir ensayos.

(Continuará)