Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Boleto para la continuidad
L

a derecha, en su versión más atrincherada e irreductible en sus deseos de continuidad, atempera sus temores en la medida en que su apuesta electoral encuentra asideros en la desatada encuestología publicada. Después de la interrupción de la semana mayor, la delantera en preferencias que conserva su abanderado sobre el fiero reto de la izquierda, les pinta de lo mejor las cosas. El sentimiento de confianza en su boleto a Los Pinos se robustece con los pocos días de campaña por transcurrir. A pesar de ello, patrocinadores y ayudantes no reposan ni duermen tranquilos. Saben que un descuido, alguna falla en la ruta, cualquier traspiés podría acercar a la oposición y provocar el derrumbe de sus nutridas ambiciones. Su adalid, E. Peña Nieto, aunque con algunos puntos de menos en las mediciones publicadas, todavía garantiza un aceptable retorno a los recursos invertidos para promover su imagen.

El panorama nacional, conformado a partir de los renuentes datos que arroja la realidad, se torna angustioso y nublado. La debilidad de la versión oficial del bienestar del pueblo, de la vuelta a la tranquilidad colectiva o del crecimiento económico futuro y la justicia distributiva, se acentúa con dramatismo. Aun así, se insiste, una y otra vez, en que la elegida es la ruta correcta. La mínima racionalidad, sin embargo, impele a buscar alternativas al modelo hasta ahora seguido. Pero, de nueva cuenta, los intentos opositores chocan contra la cerrazón de las élites, profundamente reactivas al cambio. Los situados en las cumbres decisorias no quieren, ni se permiten, albergar la menor sombra de duda sobre la continuidad del modelo. Tanto identificar sus masivos intereses con los de la nación los ha cegado. Sólo ven por sus empresas, por sus fortunas, por sus prestigios, por sus creencias, por sus privilegios. Saben que el mínimo resquicio podría alentar la incertidumbre, admitir eventualidades indeseadas. Es por eso que llaman a cerrar filas, a redoblar el esfuerzo. La victoria la sienten a la vuelta de la esquina: a unos setenta u ochenta días de trabajos adicionales. Y, para afianzar sus preferencias, no escatiman recurso alguno y los ponen, con cinismo y avasallante dispendio, a disposición de Peña Nieto y sus promotores publicitarios y mercadológicos. Reconocen, de esta singular manera, la vacuidad de su producto, lo moldeable y acomodaticio de su desempeño futuro.

Los intentos de varios grupos de intelectuales, académicos, funcionarios en receso o, simplemente, individuos preocupados por los acontecimientos de su entorno, han levantado voces para alertar sobre los peligros de optar por más, mucho más de lo mismo. También han diseñado, con inteligente experiencia, alternativas que creen imprescindibles de atender. Unos de ellos lo han hecho desde las trincheras opositoras de la izquierda. A otros la UNAM les ha dado cobijo. Pero sus alarmas y propuestas, al parecer, no surten los efectos deseados. La continuidad del modelo imperante es prioritaria para las élites políticas y económicas y tendrá que asegurarse por todos los medios, que son cuantiosos, a su alcance. Para amarrar sus predicciones cuentan con dos opciones electorales que, en el fondo, son similares o, mejor dicho, idénticas. Las discordancias entre los priístas de Peña Nieto y los panistas de Vázquez Mota son mínimas. Estos grupos escenifican una simple trifulca de facciones hermanadas en sus complicidades y posturas. Ambos trabucos se empeñan en ofrecer horizontes al parecer accesibles, pero que son promesas lanzadas al aire sin base alguna de realidad. La propaganda, empero, ha sido efectiva en atraer aprobaciones suficientes como para rellenar las urnas con suficientes votos y usarlos como agentes de la inmovilidad.

Las consecuencias de insistir por el camino trillado agravará, qué duda cabe, las de por sí maltrechas oportunidades de un desarrollo con justicia. Nada o muy poco puede, en efecto, trabajar para enderezar los mogotes de errores, omisiones, trafiques, malformaciones, torpezas y trampas que plagan la cotidianidad del país. Tal parece que, en el presente, los mexicanos no pueden, ni siquiera, construir una calle citadina libre de baches, agujeros y arrugas. Y, lo peor, que se debe seguir con esos, o similares, problemas porque son parte integral del destino manifiesto que cae sobre los ciudadanos. De prevalecer cualquiera de las dos opciones (PRIAN) que ha lanzado la derecha, sustentada por toda la parafernalia del poder, se dejará al Estado a merced de los traficantes de influencia y los conocidos grupos de presión, enquistes perversos del sistema.

El cambio efectivo, el verdadero cambio que se ansía y requiere de manera urgente, sería el antídoto contra la endurecida tendencia a la disolución. El cambio es intrínsecamente nugatorio de la poliarquía que corrompe instituciones y entrega en subasta, para deleite de unos cuantos propios y extraños, los bienes de la nación. La insurrección popular, indispensable fenómeno social para contrarrestar las fuertes, arraigadas inercias a la desigualdad imperante, todavía no aparece con la densidad necesaria para inclinar la balanza en favor de la transformación de la vida organizada de México. Para aquellos que ya han hecho consciente el imperativo del cambio es deber propalar la conveniencia de apoyar, con firmeza, la alternancia efectiva y sincera en el poder de la República.