Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Isocronías

El asidero en el vacío

N

o un ya antes visto, sino un aún veo.

La frase me ocurre mientras hojeo El asidero en la zozobra, antología poética de Guillermo Fernández debida a la acuciosidad de Sandro Cohen y publicada hace casi dos décadas por el gobierno de Jalisco, el libro más a la mano que del tapatío encontré. Rato, confieso que no poco, tenía de no frecuentar sus versos. Al releerlos digo: no un déjà vu, un todavía veo.

Están aquí, no como que ya estuvieron, pero están y estuvieron con fuerza no distinta, con precisión no mansa y sin embargo, ahora, apaciguada.

Hace más años, mediados de los años 70, quizá con Francisco Cervantes, nos visitó en Tepic 71 y nos dejó Bajo llave para la hojita El Ciervo Herido (pero antes invoquemos, de su libro homónimo, un fragmento de Por el ojo de la cerradura citado por Cohen: y te quedaste flotando tras la puerta/ sin asidero de un aquí o un allá/ sin arriba ni abajo donde caer muerto// Simplemente una nada errando en el vacío.):

Desapareces/ y agrietas el espacio// El tiempo pasa por las cosas/ lamiendo la existencia/ con su lengua de polvo// ¿Adónde llamarte?/ ¿Adónde ir sin que tu ausencia/ me haga caer de nuevo en su emboscada/ y me ahogue en esa lluvia de ceniza?// Tras la ventana/ me llaman los trabajos y los días// Corro cortinas y los dejo en blanco/ y te aguardo en casa/ masticando un pan de lágrimas/ oyendo al mismo Mahler/ o yendo por los libros/ como desiertos hospitales// Cuando te vas/ se amotinan en casa las palabras/ me encierran bajo llave/ afilan las cucharas/ me miran con tus ojos/ carcomen mis oídos/ con las mismas patrañas// Tú sí sabes ahorcar/ la luz bajo tu puño.

Debo haberlo conocido en un café de por Insurgentes y Baja California donde se reunían los de La Máquina Eléctrica. Alguna vez, con cuatro o cinco amigos más nos amanecimos en su departamento de la llamada Casa de las Brujas, que entonces conocíamos como la Casa Usher. Disfrutamos su humor ácido, en apariencia casi cruel, pero más que nada ligereza, humor. Nunca le dije que a eso de las cinco, ya todos desparramados por ahí, tomé su máquina, que recuerdo portátil, viejita, negra, y escribí (pena me da decirlo, pero no agradecerlo) un falso soneto que luego alguien, por confusión (aunque afortunada) titularía de equis manera. Cuento esto porque, volviendo, como se debe, a Guillermo, a su voz, hay que decir:

“Te despediste/ y me quedé con las palabras/ como fotografías/ volteadas contra el muro.”