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Ver día anteriorDomingo 6 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la mitad del foro

Sobre debates y dislates

H

oy debaten cuatro candidatos mexicanos y en Francia irán a las urnas los franceses en la segunda vuelta de su elección presidencial. Allá hubo un debate entre el presidente Nicolas Sarkozy y el candidato socialista Francois Hollande. Uno, como dicta la ley, y no los tres debates que exigía el del Eliseo. Ni modo. Cara a cara, dijeron los analistas y publicistas galos. Debate entre dos, como gallos en palenque. Debate político, choque de ideas, confrontación de personalidades y ardua contención de malas voluntades. Como debe ser. Hoy en México, cuatro en línea. Ojalá no resulte un dislate como los tartajeantes debates de los aspirantes republicanos durante las campañas primarias en Estados Unidos.

Hoy debaten Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri. Fueron fuegos de artificio las demandas de celebrar 12 debates, además de los dos que dicta la ley. Dos entre cuatro, toca a victoria, derrota o triste exhibición de ideas no confrontadas, porque no las hubo; al no estar cara a cara, tres buscan en vano cómo enfrentar al que va adelante. A quién enfrentar si nadie hay enfrente. Así es esto del infantilismo democrático, la pluralidad híbrida y las normas elaboradas no para una contienda en la que los adversarios se comporten como caballeros, no como lo que son. O lo que cada uno presume que es su adversario. Y el miedo: no se puede insultar, no se debe insinuar siquiera una ofensa, un desmentido, un agravio que rasgue la delicada piel del que ocupe uno de los sitios en el foro electrónico.

Hollande y Sarkozy se enfrentaron, confrontaron ideas y personalidades opuestas. ¿Quién ganó? Para los respectivos spinners y militantes convencidos, en cada extremo de las no tan distantes derecha e izquierda francesas, ganó el suyo. Y si no lo creen, no lo admiten ni bajo tortura. Sarkozy se mostró agresivo y después de asegurar varias veces que lo dicho por Hollande era una mentira, acabó por decirle: ¡Miente, usted! El que va ganando en las encuestas no cedió; atacó, desmintió, corrigió. Tanto, que los conservadores de la tierra de la igualdad se dijeron ofendidos por el tono arrogante del intelectual de izquierda. O casi. No hay novedad. Los debates y sus dislates alcanzaron rango de referéndum por la inmediatez de la imagen multiplicada al infinito y llevada a cada hogar por la televisión. Y porque en el primer debate televisado John F. Kennedy brilló frente a la sombría imagen de Richard Nixon.

Quienes vieron el debate en la televisión declararon vencedor a Kennedy; quienes los escucharon por la radio oyeron ganar a Nixon. Kennedy venció al republicano y se convirtió en el presidente más joven de USA: Fue la televisión, mucho más que otra cosa, lo que cambió la tendencia, diría el de Massachussets. Pero fue cara a cara y lo de fondo, la confrontación, el choque de ideas, no cambió. Barack Obama enfrentará a Mitt Romney este año y en la campaña veremos mucho de lo que Quintus Tulio aconsejaba hacer a su hermano Cicerón en su campaña para cónsul de Roma en el año 64 a.C. Y lo hemos visto en Francia, donde hoy deciden los votantes quién de los dos de la segunda vuelta ganó cara a cara, o supo y pudo tener cerca a sus amigos, pero más cercanos a sus enemigos.

Prometerles todo y siempre recordar los rostros y nombres de los votantes. Por sobre todas las cosas, seguramente pensando en el carácter violento y volátil de Catilina, el adversario electoral de Cicerón, su hermano le pedía no olvidar la frase del dramaturgo Epicharmus: No confíes con demasiada facilidad en la gente. Y le habla de la corrupción rampante, engaños, conjuras, vicios, arrogancia, terquedad, malevolencia, vanidad y odio en ese mundo caótico. Y de la compra de votos y de autoridades. Nada nuevo. Pero concluía pidiéndole no desanimarse: Estoy seguro que aun en la más corrupta elección hay muchos votantes que apoyan a sus candidatos sin que haya dinero que cambié de manos. Cicerón ganó, se convirtió en cónsul. Pero el debate definitivo vendría al descubrirse la conspiración de Catilina. Hasta cuándo, Catilina, vas abusar de nuestra paciencia, diría en la más afamada de sus catilinarias el gran orador Cicerón.

Nada nuevo. Pero Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador deberían leer el texto Comentariolum Petitionis de Quintus Tullius Cicero, con un comentario de James Carville, en la revista Foreign Affairs de mayo/junio, o en la edición de clásicos de la UNAM. No porque lo de hoy en la noche vaya a ser cara a cara, sino para eludir las denuncias por sistema; la atribución de delitos sin intención de llevarlos ante un juez, sino como herramienta para producir miedo y parálisis en el partido adversario. Ya hace 2 mil años eran utilizadas las campañas negativas. Y entre nosotros hemos abusado de los modos y lodos del hispano-mexicano Solá, desde el vuelco finisecular. Y antes, desde que pasaron sobre la ley para permitir que Ernesto Ruffo fuera candidato en Baja California y se convirtiera en el primer gobernador panista. Tanto que hoy en la noche llegará debilitada doña Josefina al debate cuadricular, pero no inerme: en Coahuila se reunieron Gustavo Madero, el del PAN, y Jesús Zambrano, el del PRD, para demandar juicio sumario y castigo a Humberto Moreira, Pedro Joaquín Coldwell, Miguel Ángel Osorio Chong, Enrique Peña Nieto y cuanto priísta pretenda el retorno del pasado.

Extraños compañeros de lecho hace la política. O no tanto, si nos atenemos a los acercamientos y coaliciones de corte electoral en los que PAN y PRD se unieron para confrontar al enemigo común y olvidar o posponer el choque de ideas. Pero en vísperas del debate a cuatro voces, asumir la táctica panista de guerra sucia que denunció Andrés Manuel López Obrador y a la que culpó de la derrota haiga sido como haiga sido, y de su ausencia del primer debate de la campaña de 2006, resulta una auténtica tontería. Pudiera ser que produjera una derrota del candidato del PRI en el debate de hoy, pero de quién sería la victoria. Y eso, suponiendo que a los votantes, a los ciudadanos, los muevan los ánimos justicieros de vigilantes del antiguo oeste, o del Tea Party, o de la Santa Inquisición. Y no el imperativo de enfrentar el desempleo, el hambre y la violencia. ¡Es la economía, estúpido!, acuñó James Carville en la campaña presidencial de Bill Clinton.

Cierto, estamos en el jardín de las delicias del lugar común. Pero me inquieta que los allegados a López Obrador festejen la entusiasta acogida de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey que le gritaron: ¡Presidente, Presidente!, pero nada digan de las palabras del candidato de primero los pobres, del adalid del petróleo nacionalizado, cuando atiende a los de arriba, cuando habla ante los privilegiados y les dice: No hace falta expropiar, no hace falta nacionalizar, no hace falta quitarle a los ricos para darle a los pobres, todo depende de que el presupuesto, que es dinero de todos los ciudadanos, se maneje con honradez y se distribuya con justicia. Ese es mi planteamiento.

No habrá debate cara a cara esta noche. Y no por la rigidez de los tiempos y temas acordados. Habrá, porque es inevitable, confrontación; aproximación al choque de ideas. Incontestable urgencia ante el desastre que padece la República. Pero si dos de tres esperan en verdad que enmudezca Enrique Peña y sea incapaz de articular sus propuestas y respuestas, entonces el post debate será post mortem. Y échense ese trompo a la uña los spinners.