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¿La Fiesta en Paz?

En Tlaxcala, triunfo de un colectivo taurino que exige responsabilidades

S

i bien en la pasada feria anual de Tlaxcala los resultados taurinos fueron mediocres no obstante que el gobierno estatal otorgó la concesión a la experimentada empresa de la Plaza México, felizmente a finales de abril, por decreto del Congreso del estado, la LX Legislatura declaró formalmente a La fiesta de los toros patrimonio cultural inmaterial del estado de Tlaxcala, en un dictamen presentado por las comisiones de Turismo y de Educación, Ciencia, Tecnología y Cultura. Tan importante declaratoria fue posible gracias al empeño, gestoría, cabildeo entre los partidos políticos y capacidad de convocatoria del Instituto Tlaxcalteca de Desarrollo Taurino, que Luis Mariano Andalco, así como al entusiasmo y al trabajo comprometido de no pocos aficionados.

Precisamente uno de esos aficionados con amplia perspectiva del fenómeno taurino y quien presentó ante el Congreso local el sólido escrito de petición y exposición de motivos fue el doctor en socio-lingüística por la Universidad de Essex, poeta y escri- tor, Manuel Camacho Higareda, quien afirma: La cultura de los toros es un fenómeno mucho más amplio que la mera función taurina, si bien en torno a ésta se genera un universo de bastas re- sonancias que exige de sus organizadores responsabilizarse en la misma proporción. La declaratoria de la fiesta de los toros como patrimonio cultural inmaterial de Tlaxcala ha sido producto de la movilización, coordinación y colaboración de la comunidad taurina del estado, y las diferentes peñas participaron activamente en la recolección de firmas.

“Fue un trabajo arduo –añade Camacho Higareda– que duró todo un año. Antes de elaborar la propuesta se realizaron una serie de eventos enfocados, en su conjunto, a reivindicar el tema taurino como un elemento de cultura, en el sentido amplio del término. Lo mismo se montaron festejos de todo tipo (corridas, novilladas, festivales, encuentros de escuelas taurinas) que se ofrecieron conferencias impartidas por especialistas en diversas disciplinas artísticas y científicas.

“Hubo igualmente exposiciones de artes visuales en una cantidad que nunca se había dado, con autores de variada fama, pero todos de primerísima calidad. Además tuvieron lugar dos coloquios, uno local y otro internacional, en los que participaron expertos e investigadores, de México y el mundo, en ciencias sociales, ciencias naturales, economía, filosofía y comunicación. Se trató de un ejercicio de análisis y discusión objetivos mediante el cual se reconocieron los múltiples rasgos de trascendencia socio-histórica de la tauromaquia, mucho más allá, insisto, del momento de la corrida de toros.

“La condición de cultura que sistemáticamente le regatean o le niegan a la tradición taurómaca los antitaurinos queda ya asentada en las leyes de toda una sociedad, como producto de una demanda colectiva y como efecto de un proceso democrático en el cual prevalecieron los argumentos y los consensos, en rotundo contraste con las actitudes intransigentes e impositivas de la minoría prohibicionista. Estamos, en definitiva, ante un caso emblemático del triunfo de la razón frente a los rechazos irreflexivos. Sin embargo, no hay éxito sin responsabilidades.

“Con este logro, la comunidad taurina se ha echado a cuestas el deber ineludible de custodiar la buena práctica de dicha tradición, de mantenerla en su estado más puro y de conducirse en ella bajo criterios de honestidad, legalidad y profesionalismo inobjetables. Aquí hay un punto de gran riesgo. Si la picaresca y la rufianería rebasan el ámbito del imaginario popular, si ocupan un lugar rector de los destinos de la industria taurina –pues en tanto que cultura, la tauromaquia es también, y principalmente, industria–, no habrá blindaje, entrecomillado, interno o externo, que le brinde posibilidades de prolongación en el tiempo ni permanencia en el gusto de las masas.

“El problema –concluye el doctor Camacho– es que, ante la indisposición de los rectores de la industria taurina en México a mantenerla en estados de óptima salud, ha sido menester aplicar medidas desesperadas: necesitamos de un aval externo (congresos estatales y, eventualmente, la Unesco) para dar validez oficial a lo que por naturaleza debería ser evidente. El propio ejercicio de la práctica taurina por momentos se ofrece tan deficiente que por sí misma parece ya no bastar para que las mayorías (aficionados taurinos) prevalezcan sobre las minorías (antitaurinos).”