Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de mayo de 2012 Num: 896

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Estudio fotográfico…
Leticia Martínez Gallegos

El poeta es sólo otro
Ricardo Venegas entrevista
con Jeremías Marquines

Bruno Traven,
cuentística y humor

Edgar Aguilar

La ley del deseo en la sociedad de consumo
Fabrizio Andreella

Gilberto Bosques, diplomacia y humanismo
José M. Murià

Puebla, Haciendo Historia
Lourdes Galaz

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Regina

Conocí a Regina Martínez hace doce años, durante los primeros meses de gobierno de Miguel Alemán en Veracruz, cuando fui fugaz subcoordinador de información. Coincidí con ella varias veces en Casa Veracruz, durante las “conferencias de los lunes” que daba Alemán para acercarse a los medios. Alguna vez me dijo que, a pesar de lo que yo opinaba desde la perspectiva del burócrata resentido porque me obligaba a estar presente en aquellos casi siempre aburridísimos remedos de informe de trabajo, que toda esa parafernalia tenía un lado positivo: Alemán se hacía acompañar de todos los miembros de su gabinete, a quienes hacía sentar en un estrado a su derecha por si había que contestar preguntas incómodas. Aquella vez, quizá la única en que fuimos más allá de un simple saludo a la hora del café con galletitas, Regina dijo esto que se me quedó en la memoria: “los obliga a comparecer”.  No estoy seguro si estaba trabajando solamente para Diario de Xalapa o todavía se hacía cargo de la corresponsalía de este diario en Veracruz, pero recuerdo también, aunque de manera más vaga, que sus preguntas eran a veces temibles, a veces simplemente incómodas, engorrosas, decían algunos. Pero siempre preguntaba, siempre ponía en palestra temas que consideraba importantes. Invariablemente hacía que se levantara de su lugar alguno de los vaquetones del gabinete de Miguel Alemán para ampliar la respuesta a una de sus preguntas. Alguna otra vez la vi en el centro de Xalapa, en un café donde se reúne la fauna política local para ver y ser vista. Después no la volví a ver, pero ocasionalmente encontré notas suyas sobre la política regional. Era delgada, angulosa, con gesto adusto y de las que miran fijo. Desde hacía ya algún tiempo era la corresponsal de Proceso en Veracruz.

Hace dos semanas dediqué esta columna a un poeta y traductor, el jalisciense Guillermo Fernández (Vicente Quirarte lo considera el mejor traductor del italiano al español), asesinado unos días antes en su casa de Toluca. Hasta el momento en que redacto estas líneas su asesino sigue impune. Apenas una semana después, en el puerto de Veracruz asesinaron a golpes y presumiblemente por estrangulamiento a un activista social, líder del Frente de Acción Social (FAS), Rogelio Martínez Cruz.  Regina, versada en la fina red de complicidades que trama la política regional con el crimen organizado, investigaba precisamente el asesinato de Rogelio. Tres días después ella misma fue encontrada golpeada salvajemente, en el baño de su casa en Xalapa. También la estrangularon. También simularon, como parece ser el caso de Rogelio Martínez Cruz, un robo a su domicilio. O quizá buscaban algo sus asesinos, no lo sé.

Mientras Javier Duarte de Ochoa ese mismo sábado presumía la suscripción de un acuerdo en que el gobierno que dice presidir promete “coadyuvar en la construcción de una agenda de género” a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, Regina Martínez era molida a golpes y ahorcada por uno o varios cobardes que seguramente obedecían al servilismo, al nepotismo, a la corrupción, a la porquería que suele engolar la voz para soltar atropellados discursos que le llenan el hocico de palabras como “justicia”, o “paz”. Precisamente cuando se asesina brutalmente a un poeta, a un activista, a una periodista, a cuatro niños inocentes, como también sucedió por esos mismos días en Tabasco. Y así, por miles, por decenas de miles nuestros muertos, mientras el discurso de los tartufos nos ahoga con su miel venenosa.

En este país vivió y murió Regina Martínez, conocedora de los entresijos del poder, de su vesania, de sus tragicómicas ridiculeces de las que, no me cabe duda, se burló muchas veces, amando su oficio, como dice Pedro Miguel, de tundeteclas, de cazadora de notas, de periodista cabrona. Y eso, ser mujer y periodista y cabrona le costó la vida. Porque aunque el gobierno de Javier Duarte y su procurador de cartón se desgañiten tratando de deslindar a cualquier instancia de gobierno o a cualquiera de sus puercos alecuijes de su asesinato, a mí, como a muchos, no nos convencen de otra cosa. Siguen impunes la mayoría de los crímenes y asesinatos perpetrados contra periodistas en Veracruz y México.  El oficio se convirtió en riesgo letal.

Es exigencia elemental que Duarte y sus pelagatos ofrezcan resultados creíbles que esclarezcan hasta la última mota de duda lo que le pasó a Regina. Que por una vez en su vida justifiquen las riadas de dinero que se meten en las entretelas.

O que se larguen.