Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Golpe de timón
E

sta expresión se ha puesto de moda. La emplean incluso los marineros en tierra, con los que Rafael Alberti se identificaba, cuando sueñan con ser almirantes de navío y confían en conjurar así el naufragio. En semanas recientes, desde mediados de abril, pareció configurarse una maniobra de esta naturaleza en un ámbito distante del oceánico pero no menos proceloso, para usar el calificativo más obvio: el de las políticas macroeconómicas globales. Pareciera que la agudización de la crisis en España –que al tiempo que tiene que lidiar con la mayor desocupación en Europa y cae de nuevo en la recesión, debe volver a pagar primas de riesgo descomunales para la colocación de sus bonos públicos– fue el disparador de una serie de declaraciones y propuestas de acción para, mediante un golpe de timón, cambiar un rumbo que apunta sólo a la espiral acumulativa de austeridad, desempleo y contracción económica, caída de ingresos públicos, más déficit y mayor austeridad, en sucesión interminable. Los anuncios de cambio de rumbo sonaban poco convincentes, excepto los provenientes de círculos académicos, de coloquios de líderes en retiro, marcados por las saudades y de ciertas páginas de opinión. Los originados en organismos financieros y en gobiernos en funciones sugerían la adopción de nuevas prioridades, pero sin abandonar las prevalecientes; mostraban cierta alarma, sin olvidar por completo la complacencia y no traslucían el sentido de urgencia que, dadas las circunstancias, debía caracterizarlos. Todo esto hasta el 6 de mayo, cuando los electores de Francia y Grecia decidieron dar ellos mismos el verdadero golpe de timón.

En Francia, tras la primera vuelta electoral, cuando la suerte ya estaba más o menos echada, Le Monde publicó el 4 de mayo un texto excepcional: la transcripción de un diálogo entre Edgar Morin, el filósofo de la complejidad y la interdisciplina, y el candidato presidencial a fin de cuentas victorioso, François Hollande. En algún momento Morin propuso una gran política económica que suprima la omnipotencia especulativo-financiera pero salvaguarde la competencia del mercado y conduzca a una economía plural, verde, social y solidaria. Es necesario distinguir, repuso Hollande, los instrumentos que permiten financiar el desarrollo, acopiar el ahorro, de las finanzas sin freno, desbordadas, especulativas, que se han desconectado de la economía real. Debe encontrarse un nuevo camino, coincidieron, para salir de una crisis que, en palabras de Morin, no es solamente económica, sino una crisis de civilización.

En la campaña, Hollande marcó su distancia del diseño de gestión de la crisis impuesto a Europa por Merkel y Sarkozy. En particular, expresó que no se podía depender de un modelo que se preocupaba sólo por la restauración de equilibrios fiscales y financieros, con la certeza de que el hada de la confianza, de la que ha hablado Paul Krugman, convertiría los equilibrios rencontrados al costo del estancamiento, el desempleo y la desesperanza en los motores de una nueva fase de expansión. Hollande propuso complementar el pacto presupuestal, que proscribe los déficit y acota el endeudamiento, con un pacto por el crecimiento y el empleo, que dinamice la actividad, cree puestos de trabajo y alivie las penurias recaudatorias resultantes de las secuelas de la austeridad.

Este fue el tema de sus declaraciones tras conocer el resultado electoral: la austeridad no es un destino inescapable, declaró en sus primeros discursos. Señaló también (Le Monde, 7/5/12) que habría que dotar a la construcción europea de una dimensión de crecimiento, de empleo, de prosperidad, de futuro. Días antes, por medio de un vocero calificado, un antiguo ministro de Finanzas había ofrecido algunas precisiones sobre las políticas y acciones orientadas a reanudar el crecimiento y reactivar el empleo. Según una nota publicada el 24 de abril por el Financial Times, se piensa que un acuerdo que se apoye sólo en la disciplina presupuestaria arruinará a Europa. Restaurar el crecimiento es la única forma de abatir el desempleo y, al mismo tiempo, empezar a reducir los déficit y la deuda en condiciones sociales y políticas aceptables. La ratificación del pacto presupuestario no será mantenida por el nuevo gobierno francés, agregó el vocero, a menos que se le complemente no con palabras, sino con herramientas que impulsen el crecimiento en el conjunto de Europa y en cada uno de sus países. Entre las acciones que se considerarían aparecen, entre otras, las siguientes: a) dirigir los fondos estructurales de la UE hacia empresas productivas y la investigación; b) canalizar recursos del Banco Europeo de Inversiones al financiamiento de grandes proyectos de infraestructura, incluso de dimensión continental; c) emitir bonos, no para financiar deuda soberana, sino proyectos de inversión, por ejemplo, en nuevas tecnologías energéticas; d) reorientar [la función del Banco Central Europeo] a favor del crecimiento y el empleo, y, finalmente, d) concebir el Mecanismo Europeo de Estabilidad como un banco, de suerte que pueda acudir, cuando sea necesario, al financiamiento del BCE.

Al día siguiente de la elección, la prensa francesa destacó la disposición de la canciller de Alemania de acoger con los brazos abiertos al presidente Hollande, pero adelantando su oposición a revisar un pacto fiscal ratificado ya por 25 de los 27 estados de la UE y reiterando su negativa a todo crecimiento económico alentado por el gasto público deficitario. Como se había previsto, la controversia sobre política económica dominará el verano europeo.

En Grecia el resultado electoral se ajustó a las previsiones, pero las rebasó de manera indiscutible: si ha habido un voto de rechazo a los partidos respetables y una fuga hacia los extremos es lo ocurrido allí el 6 de mayo. Desde la caída de los coroneles en 1974, dos partidos centristas dominaban la escena: los democristianos (Nueva Democracia) y los socialdemócratas (Pasok). Entrambos reunieron más de tres cuartas partes de los votos (77.4 por ciento) en 2009. La crisis los desplazó el año pasado, forzándolos a ceder el poder a un gobierno tecnocrático, no electo. Ahora sólo alcanzaron menos de un tercio (32 por ciento) de los votos. Ni coaligados están en condiciones de formar gobierno. Así lo reconoció el líder de ND, convocado al efecto por el presidente griego. Se ha pedido al líder de la Coalición de Izquierda Radical, segundo en la votación (16.7 por ciento), intentar esta ingrata tarea. Renuente a apoyarse en alguno de los partidos del centro, su líder, Alexis Tsipras, hallará en extremo difícil integrar una coalición viable.

La elección griega también trajo consigo el fruto envenenado de las políticas antipopulares: la derecha profascista levantó cabeza. Nueva Aurora, partido de orientación pronazi, reunió 7 por ciento de sufragios y alcanzó, por primera vez, representación parlamentaria. Es difícil exagerar lo perturbador de este particular golpe de timón.