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Los puntos sobre las íes

Primera corrida nocturna en esta ciudad capital

C

uanta historia.

Cuanta cultura.

Aunque se empeñen en lo contrario algunos desorientados, desconocedores o renegados de sus raíces y/o de sus ancestros, una de las antiguas y preciadas tradiciones de México, es la fiesta brava, la que ha perdurado a través de los siglos y, tan así las cosas, que en estas líneas habremos de referirnos a lo que, se decía y contaba, fue la primera corrida de toros nocturna, en esta hoy ex ciudad de los Palacios.

¿En qué año?

Abril 28 de 1887.

¿Dónde?

En la plaza Colón, ubicada a un costado del Paseo de la Reforma y que lindaba con un terreno baldío que, años después, daría paso a las calles de Versalles y General Prim.

La ubicación de aquel coso, puede considerarse como extramuros, toda vez que rebasaba lo citadino, por lo que era necesario trasladarse en tranvías de mulitas o en carruajes particulares, pero lo que ahí aconteció sucedió rebasó todo lo previsto.

Fue una locura.

Todo el México de entonces se emocionó por el festejo y desde las 5 de la tarde una muchedumbre se fue caminando detrás de la tropa que tenía encomienda de cuidar el orden, a lo que seguía una banda de música en tanto que otros muchos iban en los tranvías en los cuales no había ya espacio para un alfiler.

En las inmediaciones del coso se encendieron cientos de fogatas para atender a los muchos aficionados a los que ofrecían dulces, tacos, antojitos y otras varias delicias de la cocina mexicana, en tanto que en el interior de la plaza se encendían teas, así como varios focos eléctricos.

En aquellos años, destacaba el periodista don Enrique Chávarri, que acostumbraba firmar sus escritos con el seudónimo Juvenal, que se publicaban en El Monitor Republicano y a quien cedemos el uso de la palabra de lo que consignó en su crónica del festejo.

“En fin, después de no pocos trabajos, llegamos a la plaza; faltaba un cuarto de hora para que la corrida comenzara.

Ya aquello estaba completamente lleno, sobre todo la parte de sol en donde parecía hervir la gente, ya el público que, desde una hora antes, se ocupaba en gritar y silbar y aplaudir sin saber por qué.

“La gente aquella era feliz; los focos eléctricos estaban apagados y sólo la perspectiva del redondel a media luz los hacía gozar. Allá, entre las lumbreras, entre los tendidos, en medio de la oscuridad que reinaba, veíanse de improviso aparecer mil luces; eran cerillos que ardían los concurrentes, tres o cuatro mil cerillos que prendían a un tiempo y que apenas se veían como puntos luminosos a la distancia.

“A las 8 en punto un golpe de música, seguido de inmensos aplausos y una especie de bramido del público, anunció que la gran fiesta iba empezar; dieron luz los focos eléctricos y la plaza quedó débilmente iluminada:

“Los focos repartidos en la azotea en número de quince y uno en el centro a gisa de candil apenas bastaban para disipar las sombras de la noche con su vacilante claridad.

“Pero esto daba al espectáculo quien sabe qué de fantástico, de original.

“La luz, arrastrándose, por expresarme así, sobre la arena del redondel, formaba como una nube gris en medio de la que se distinguía la plaza con sus enormes tendidos cubiertos por inmensas manchas negras que se movían, como esos cúmulos que en la atmósfera forman la tempestad.

“Lleno estaba el coso, calcúlese que había diez mil personas, puede ser que más; ocupadas las lumbreras por familias que apenas se distinguían en la penumbra, pero algo como las plumas de los sombreros, algo como el brillo del abalorio, algo como el fósforo de los hermosos ojos, se veía brillar a lo lejos.

“La corneta anunciando la salida de la cuadrilla, produjo otro inmenso bramido de parte del público; abrióse la puerta del toril y vióse desfilar el aparato taurino siempre en la penumbra; los toreros con sus brillantes trajes de lentejuelas y oro, los picadores con sus sardinas cubiertas de cueros, las mulas con sus banderas tricolores; la procesión atravesó la plaza al son de los aplausos y de hurras, no se le veía distintamente, más bien se le adivinaba entre aquella casi oscuridad en medio de aquella noche gris y, sin embargo, el brillo de los bordados, la silueta de los picadores, el ruido de los cascabeles y los acordes de las bandas militares tocando la marcha de Carmen, acabó de embriagar a aquel público.

“Todos esperaban con ansia la salida del primer toro, que como alma impulsada por el diablo salió del corral bufando, terrible, sacudiendo su cabeza como buscando en el espacio, a quien embestir. Los capeadores le salieron al encuentro y entonces pudo verse que, no obstante la penumbra, trabajaban como en pleno día y el bicho cumplía con su deber.

“Uno de los incidentes más curiosos del espectáculo, fue la actitud del público al rechazar el último toro que no saliera tan bravo como sus compañeros. Los gritos y los silbidos llegaron a un punto imposible de describir, sí, mil legiones no hubieran armado tan espantosa batahola y como la autoridad no accedía al deseo de la multitud, los espectadores sacaron sus pañuelos y los agitaban a la vez, entonces entre la penumbra, heridos por los rayos eléctricos se veían como aletear, aquellos diez mil pañuelos que parecían una nube de plumas revoloteando en medio de la oscuridad.

Era tal la cantidad de pañuelos que de repente hubiera podido creerse que llegaban a los tendidos inmensas parvadas de palomas en la oscuridad aquella; blanca nube tomaba caprichosas formas, según que se movían con mayor o menor violencia, y al mismo tiempo los bramidos arreciaban, el público rugía como los hijos de las llanuras de Atenco; la autoridad mandó retirar al toro y la inmensa nube de pañuelos se evaporó en medio de las sombras.

Increíble.

En medio de aquella penumbra, el consiguiente desorden en la lidia y las sombras sobre la arena, de un solo percance se tiene conocimiento: el del banderillero Ramón López, mismo que, andando el tiempo, llegaría a ser empresario de la antigua plaza de Toros México y de El Toreo.

Y nos preguntamos: ¿Sería este el primer indulto de un toro en una plaza mexicana?

Para ser tomado en cuenta: Don Domingo Ibarra en su Historia del Toreo en México, señala que en el año1841, tuvo lugar una corrida nocturna en la ciudad de Durango, habiéndose iluminado la plaza con hachones y faroles y entre las escasas referencias que hemos podido encontrar, se da cuenta de la cornada que sufrió el espada Luis Ávila que resultara herido en un costado.

(AAB)