Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de mayo de 2012 Num: 897

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
RicardoVenegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Los luchadores y el cine
Jaimeduardo García entrevista con José Xavier Návar y Raúl Criollo

Eduardo Lizalde, tigre mayor
Marco Antonio Campos

Lizalde narrador
Rosario Sanmiguel

El tigre en la chamba
Rafael Vargas

Lizalde o la poesía del resentimiento
Mario Bojórquez

Rilke y Lizalde: la guerra de las rosas
Evodio Escalante

El Cinema Rif de Tánger
Alessandra Galimberti

Leer

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Retratos
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Alejandro Michelena

La vitalidad de Tennessee Williams

En el contexto del teatro estadunidense del pasado siglo, la obra de Tennessee Williams sigue manteniendo una presencia firme y constante en los escenarios de todo el mundo, apuntalada por el aplauso unánime de públicos siempre renovados. Se destaca todavía más cuando comparamos su vigencia con la de dramaturgos –muy estimables y notables, de una generación anterior– como Eugene O’Neill o Thornton Wilder. Mientras que los textos de éstos apenas si asoman en muestras de escuelas de teatro o en propuestas “de cámara”,  las piezas de Williams siguen desplegando su profundidad psicológica y su intensa poesía en exitosos estrenos multiplicados en los centros teatrales más importantes del mundo. Los nombres de su propia generación casi se difuminan, mientras que el suyo está instalado firmemente en el lugar de lo clásico.

Pero esto no ha sido siempre así. Hace un cuarto de siglo, en sus años finales cargados de angustia y desolación existencial, y un  poco más tarde en los tiempos posteriores a su muerte, parecía que su obra iba a entrar en un fatal cono de sombra.

Obertura final con efecto escénico

Los últimos momentos de Tennessee Williams se parecen mucho a la secuencia de alguna de sus obras o, más bien, a la caricatura del final de una de sus desoladas heroínas.

En sus años postreros su salud era precaria. Además, lo aquejaba una irrefrenable compulsión hipocondríaca. Gran parte de su tiempo y su dinero se iban en consultas médicas (para atender dolencias reales y supuestas) y recurrentes visitas al psicoanalista. También se automedicaba: consumía dosis exageradas de pastillas para dormir y otras para mantenerse lúcido. De la depresión pasaba a la exaltación, y para compensar sus impulsos tanáticos exageraba el consumo de alcohol y la promiscuidad sexual, lo que agudizó su real enfermedad cardíaca.

La última noche, Williams estaba solo en su departamento de Nueva York. Se sentía muy mal, con la sensación de estar acabado como artista. Le parecía que sus propuestas ya no interesaban, y que los elencos y el público le estaban dando la espalda. Muy lejos percibía sus días de gloria –entre los años cuarenta y los cincuenta–, cuando su estrella llegó a brillar con rara intensidad en el cielo de una fama que parecía eterna.

El sentimiento de soledad, el sentir que todo se desmoronaba, llevó al dramaturgo a refugiarse en el alcohol y los fármacos. Y en esa oportunidad, precisamente, intentaba con impaciencia abrir un frasco de barbitúricos. El nerviosismo lo volvía más torpe. No atinaba a desenroscar el tapón. Intentó hacerlo con los dientes, y con un espasmódico esfuerzo lo logró al fin ...pero la propia violencia del impulso hizo que se atragantara con el fatídico tapón. Nadie lo acompañaba, y nadie pudo ayudarlo. Murió asfixiado.

Annus mirabilis

Un año especialmente significativo para Tennessee Williams fue 1947. En el mes de abril, el Thèatre du Vieux-Colombier de París estrena El zoo de cristal, en lo que sería la consagración del dramaturgo ante la exigente crítica francesa y el sofisticado público parisino. Meses después estrena Verano y humo, y el 3 de diciembre se pone en escena su obra mayor: Un tranvía llamado deseo.

Esa puesta, memorable, tuvo dirección de Elia Kazan y el elenco lo integraron Jessica Tandy en el papel de Blanche du Bois, el entonces muy joven Marlon Brando encarnando al temperamental Stanley Kowalski, Kim Hunter como Stella y Karl Malden como Mitch. En la versión cinematográfica de la obra, que llegó a las salas en 1951, los nombres se reiteran, salvo el de la protagonista, para la ocasión encarnada en una estrella rutilante como Vivien Leigh.

Como lo volverá a hacer en varias de sus piezas, el autor contrapone en Un tranvía... su personaje femenino –sutil y frágil, perteneciente a los restos del naufragio de la vieja aristocracia sureña– con un hombre joven y vital, hijo de inmigrantes y, en este caso, de extracción proletaria. Lo que atrae a criaturas tan contrapuestas es justamente lo que las diferencia, y en ese mismo móvil que propicia el romance está también la semilla del caos y la destrucción.

Esta obra magnífica forma parte de la constelación de textos escénicos que han devenido arquetipos, porque logran sintetizar de manera precisa los dramas esenciales contemporáneos. Intensidad y poesía, violencia e introspección, verdad y simulaciones, prejuicios y pulsiones inconfesables, son algunos de los ingredientes que la mano maestra del dramaturgo transmuta en creación insuperable.