Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carlos Fuentes
Q

uisiera escribir sobre Carlos Fuentes, dejar por un momento las disputas electorales, la mediocridad política que nos invade y abruma. O mejor dicho, quisiera decir algo sobre la muerte de la figura más reconocida de esa brillante generación a la que pertenecen también los ahora justamente celebrados Elena Poniatowska, Sergio Pitol y Vicente Rojo (por dar sólo tres nombres irrefutables, a los que por cercanía y afinidad moral más que por edad, se unen los de Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco). Pero lo único que puedo garabatear es una palabra de agradecimiento al escritor que, en mis años juveniles, abrió la ventana para dejar entrar la luz de la región más transparente, disolviendo la niebla de la autocomplacencia que opacaba la mirada nacional bajo la retórica del creciente milagro mexicano. En esas primeras novelas de Fuentes es donde pude vislumbrar en tiempo real la imagen literaria de una ciudad y un país, de un sujeto cuya existencia intuíamos pero no sabíamos pronunciar. Y él lo hizo: “Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México, D.F. Esto no es grave. En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta…”

Tomo la cita de la segunda edición de La región más transparente, reimpresa el mismo año de su aparición, en marzo de 1958. Con una viñeta de Pedro Coronel en la portada, el libro tiene la forma y el tamaño perfecto que lo hacen, junto con el celo tipográfico del Fondo de Orfila, un objeto bello y entrañable por sí mismo, aunque en esos tiempos sólo una gran obra literaria podía desplazar a los best-seller importados que ya comenzaban a estragar el gusto general. Y La región lo fue, pues como Monsiváis diría con acierto, se trata del “primer gran retrato de la modernidad urbana… que también fue un acontecimiento social”. Y así es. Fuentes, con el aura de una estrella cinematográfica, pasa a ser la figura pública de las nuevas generaciones, el referente a seguir por parte de una sociedad ilustrada en busca de otros signos de modernidad que definan a México, sin los acartonamientos identitarios del nacionalismo, vistos en su compleja mixtura. Por más de medio siglo, no sin disonancias y diferencias, Fuentes mantendrá esa voz crítica que es indispensable para el pensamiento progresista.

Me devuelvo a La región, releo las frases arriba transcritas y me sorprendo al verme atrapado por emociones semejantes a las que me produjo el despiadado encuentro posadolescente con la prosa eléctrica, cortante de Fuentes, al descubrir la ciudad de la brevedad inmensa, la ciudad de la reflexión de la furia, la ciudad del fracaso ansiado… es retrato inigualable de los hombres y las cosas que sólo la ciudad puede reunir o darle sentido. La urbe, el sueño desarrollista, la utopía o el infierno imaginado, la idea misma de lo mexicano se acrecienta e interrumpe con el registro de ese lugar inédito y hasta entonces invisible que Fuentes pone en la escena vital del siglo XX, cuando ya se erosionan los viejos agravios, las dudas seculares o los temores de otros tiempos al conjuro de la Revolución, pero sobrevive como una hidra la restauración implacable del principio fundador: la desigualdad, expuesta con las máscaras clasistas colocadas por la época sobre los rostros asomándose en sus nichos hacia el territorio inmutable, casi eterno, infragmentable que habitan. Y me inquieta pensar si detrás de la fuerza expresiva del escritor no sigue presente cierta realidad que se recicla aquí y ahora, velada por la modernidad aparente que nos impide transformarla. Robles dice: Hemos creado por primera vez en la historia de México, una clase media estable, con pequeños intereses económicos y personales, que son la mejor garantía contra las revueltas y el bochinche. Gentes que no quieren perder la chamba, el cochecito, el ajuar en abonos, por nada del mundo. Esas gentes son la única obra concreta de la Revolución y fue nuestra obra, Cienfuegos. Sentamos las bases del capitalismo mexicano. Las sentó Calles (p. 110). La crítica daba por extinguidos a esos personajes envejecidos o caricaturizables, pero ¿no es ésta la filosofía dorada de los gobernantes de hoy? ¿No deberíamos reconstruir periódicamente esa lectura de México donde se refleja y a la vez cuestiona sus razones de ser dominantes, sus disfraces, las gesticulaciones de las clases bien, las esperanzas a flor de piel o la ansiedad oscura, pues al descubrirnos como parte inseparable de ese mundo complejo e irreductible que es la ciudad como destino, nos ciudadanizamos en el sentido más rico de la expresión, como obligación de tomar conciencia de la responsabilidad que anida bajo el fatalismo de esa ciudad perra, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera hundida, ciudad. “… Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire.”

Miro hacia atrás y recuerdo a Fuentes muy joven y atildado leyendo vivaz un texto con dicción perfecta; o tal vez en una exposición de Vicente Rojo con Fernando Benítez o en las masivas recepciones de la embajada cubana del comienzo de la revolución o, poco después, con Gabriel García Márquez fraguando El coronel no tiene quien le escriba. Es el hombre ubicuo que habla de Cuba y dialoga con Mills, y tiende puentes con la intelectualidad estadunidense: traduce México al lenguaje universal y desmitifica prejuicios de ida y vuelta: a la inversa, somos afortunados lectores de su gran reportaje sobre el Mayo Francés, editado con excelencia por ERA, de su permanente esfuerzo por romper la noción insular de nuestra cultura como vaso comunicante de una política menos adocenada y estrecha. Fuentes reflexiona sobre el asesinato de Jaramillo hace ahora 50 años y contribuye como pocos a la educación moral de la juventud estudiantil antes del 68. No siempre estuve de acuerdo con él, pero siempre consideré importantes sus opiniones. Queda su obra.

P.D. Jamás olvidaré la gran fiesta de Watteau que algunos sobrevivientes también recordarán, porque a ella llegó Carlos Fuentes con Rita. El joven escritor estaba feliz de comprobar que esa generación que se esforzaba por ser de izquierda lo intentaba sin abjurar del rock. Sobre el piano alguna espontánea intentaba desnudarse. Hubo discusiones en favor y en contra. Fuentes, animado, estaba a sus anchas y logramos conversar con él. Siempre lo saludé con afecto y respeto. Un abrazo para su familia.