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Ver día anteriorDomingo 20 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Foro de la Cineteca

Abrir puertas y ventanas

C

uando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que faltan en mis cuentos. Esta confidencia del escritor y dramaturgo ruso Antón Chejov (Las tres hermanas), citada por Sergio Pitol en un libro reciente, Una autobiografía soterrada, pudiera servir de mínima orientación al aplicarla al cine, en particular al tipo de relatos minimalistas que se toman la libertad artística de escamotear informaciones y coordenadas que pudieran contribuir a una comprensión más cabal de lo que pretenden decir.

En el caso de Abrir puertas y ventanas, primer largometraje de la directora y guionista argentina Milagros Mumenthaler, lo que se omite no son tanto los elementos subjetivos a los que hace referencia Chejov, sino diálogos más sustanciales y orientaciones argumentales que le permitan al espectador no caer, con los protagonis- tas de la cinta, en un pasmo contemplativo.

El relato intimista que propo-ne la cinta –una experiencia de duelo y la difícil convivencia de tres hermanas luego del deceso de su abuela–, ofrece no la aclimatación bonaerense de un drama chejoviano, sino la recreación de una atmósfera opresiva en la que se mueven con morosidad, indiferencia y ánimos apagados las protagonistas. Ocasionalmente surge un personaje secundario que altera un instante la rutina doméstica, pero fuera de ello los acontecimientos son mínimos. La directora parece interesarse más en la observación de los espacios y en la disección de los comportamientos de las jóvenes, que en la claridad o riqueza de la trama.

Cuando una de las hermanas decide romper el círculo de abulia compartida, marcharse y quemar las naves, dejando a las otras dos hermanas sumidas en un sopor existencial aparentemente sin salida, la directora argentina logra plasmar una insatisfacción y un malestar generacional tan grandes que se entiende, porque con una parquedad expresiva semejante la cinta pudo interesar y seducir al jurado del festival de cine de Locarno, que le atribuyó el galardón máximo. Algo del desasosiego doméstico de la pequeña burguesía argentina que con maestría retrata Lucrecia Martel en La ciénaga, está sin duda aquí presente. Falta, sin embargo, una sustancia dramática mayor y un placer de la narración del que injustamente nos priva y se priva la joven directora.

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