Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de mayo de 2012 Num: 898

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Huir del futuro
Vilma Fuentes

Palabras para recordar a Guillermo Fernández
Marco Antonio Campos

Nostalgia por el entusiasmo
José María Espinasa

Cali, la salsa y
otros placeres

Fabrizio Lorusso

John Cheever: un neoyorquino de todas partes
Leandro Arellano

Reunión
John Cheever

Carlos Fuentes en la
última batalla

Antonio Valle

Carlos Fuentes,
los libros y la fortuna

Luis Tovar

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Enrique López Aguilar
[email protected]

Sala Margolín (I DE II)

Entre el 18 y 19 de abril de 2012, en un reportaje de Ángel Vargas publicado por La Jornada de enmedio, se confirmó el lamentabilísimo acontecimiento que Luis Pérez había anunciado hace varios meses en una carta electrónica:  “Sala Margolín, referente cultural, cerrará de manera definitiva.” En el reportaje se mencionó a cuatro personas que dieron rostro a esa, más que tienda de discos, ágora musical y lúdica durante sesenta años: Walter Greun, Carlos Pablos, Luis Pérez y Eduardo Insúa; se contó el pintoresco origen del nombre de la Sala y se hizo el repaso de algunos personajes que, en su momento, visitaron dicho lugar para comprar discos. La debacle se atribuyó a muchas causas: la crisis, el desinterés panista por la cultura, la competencia de empresas como Gandhi y Mixup, la facilidad de “piratear” o “comprar” música en internet, la ausencia de clientes que provoca escasez de la mercancía que incide en una mayor ausencia de clientes… En los artículos, las fotos dieron cuenta del tamaño del problema: las otrora pobladas estanterías ahora lucían raquíticas. Terrible final para un emblema de la cultura musical en Ciudad de México que, en seis años, pasó a una situación de crisis irreparable.

Fue durante los años setenta que establecí contacto con Sala Margolín, un poco después de haberlo hecho con Pro Música, ubicada en el Conjunto Aristos. A diferencia de la segunda, Margolín se encontraba establecida en un local muy amplio y sobrio, en la calle de Córdoba, casi en la esquina con Álvaro Obregón. Eran años preparatorianos y adentrarse en lugares como los mencionados era fuente de terror, no por los discos con que uno pudiera encontrarse, sino por los precios de los mismos. Los elepés baratos con que un estudiante podía comenzar su colección rondaban los 25 pesos en tiendas como Gigante, mientras que las mejores versiones casi nunca bajaban de los 99. Claro que entrar a Margolín producía una sensación muy diferente a la de estar en Gigante: había una multitud de estantes con muchos discos, el lugar era amplio y distintas notas de música “clásica” recibían a los visitantes no bien se entraba al lugar.

El primer día que visité Margolín aproveché que había acompañado a mi madre para que ella atendiera algún asunto en la colonia Roma. Ambos pasamos a la tienda, por insistencia mía, y me puse a curiosear con la certeza de que no podría comprar ninguno de los tesoros exhibidos. La sensación se parecía bastante a la de Tántalo. Detrás del mostrador se encontraban quienes después supe que eran Walter Greun, Carlos Pablos y Luis Pérez. No sé bien si fue Carlos o Luis quien, observando mi curiosidad que paseaba entre los discos, se acercó para preguntar:  “¿Te puedo ayudar en algo?” Allí fue cuando me entró una suerte de terror pánico: no llevaba dinero para comprar nada, ni tenía nada en mente para buscarlo (o, dicho de otro modo: eran tantas las tentaciones que resultaba difícil elegir una sola, además del obstáculo de los precios, desde luego). Mi madre me miró con ojos de “pero es que no vas a solicitar nada, ¿verdad?” Así que no encontré mejor salida que ejecutar algo que solía funcionar con los acomodadores de mercancía en Gigante: preguntar por una obra desconocida. Así es que respondí: “Estoy buscando la Sinfonía en Do, de Wagner.” Ahora estoy seguro de que quien respondió fue Carlos Pablos:  “En este momento no la tenemos, pero podemos solicitarla.”Sacó de algún lado un libro voluminoso como un directorio telefónico, buscó entre las intrincadas páginas, halló y dijo:  “El disco está en DGG.” Preguntó por mis datos personales y concluyó:  “En mes o mes y medio llegará por aquí; nosotros te hablamos.”

Salimos de Margolín. Tenía la curiosa sensación de haber esquivado la compra de un disco caro y todavía comenté a mi madre: “No llamarán, es una obra inconseguible.” Mes y medio después, un telefonazo informó que el disco ya estaba en la tienda. Aún conservo esa versión wagneriana entre los elepés que fui coleccionando hasta la aparición de los cedés.

Años después, cuando comencé a trabajar y dejé de depender de los “domingos” proporcionados por mis padres, fui conociendo mejor las dos caras más visibles de Sala Margolín (ya sin Walter Greun): Carlos y Luis. Las conversaciones solían recaer en la música, en ciertos autores, directores, versiones… Y durante muchos años ocurrió que fueran extrañas dos cosas: que el disco buscado no estuviera entre los estantes de la tienda, o que fuera inconseguible para los señores de la Margolín. Ahí compré mis primeros elepés de Zitarrosa y Theodorakis.

(Continuará)