Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Confiemos en nuestros sentidos
S

i las plataformas políticas estuvieran vinculadas al ejercicio de gobierno, las campañas tuvieran un mayor sentido y dentro de ellas el debate. Fiesta cívica llaman a las elecciones los amantes del lugar común para justificar el espectáculo como sustituto de las ideas y los compromisos de partidos y candidatos. Que una edecán vestida con cierta audacia haya puesto un toque medio pícaro al debate del domingo 6 a nadie debía haber escandalizado: todo, en una sociedad donde el novorriquismo político frivoliza aquello que mira o toca, se torna show para entretener a quienes otorgan mayor peso a un partido de futbol que a un debate entre candidatos a la Presidencia de la República.

Ante el show y las increíbles encuestas de las empresas que las manipularon groseramente hace seis años, ¿tiene algún significado, por ejemplo, el hecho de que pocas horas antes del debate los estudiantes del Tecnológico de Monterrey, en un hecho insólito, hayan aclamado presidente a Andrés Manuel López Obrador y que pocos días después de la confrontación en el World Trade Center Enrique Peña Nieto haya sido severamente abucheado en la Universidad Iberoamericana donde el 23 de abril se escuchó el mismo grito (¡Presidente!) acompañado de una prolongada ovación al candidato del Movimiento Progresista?

Las empresas encuestadoras que manipularon las cifras en 2006 (GEA-ISA, Arcop, Parametría, Mytofsky, Marketing Político, entre otras), no sólo dieron cobertura (el consenso necesario anexo a la fuerza, según lo veía Antonio Gramsci) al fraude electoral: también las más señaladas obtuvieron ventajas extra científicas. No se ve por qué hoy no pudieran pretender lo mismo. Sus métodos son demasiado parecidos.

Atrás de los prestigios estadísticos a pregón mediático vendidos siempre están los intereses creados con nombre y apellido. El fraude y los dueños y directivos de las empresas que han seudomedido la voluntad electoral para vender triunfos previos o legitimar fraudes consumados, los grupos académico-político-editoriales a los que pertenecen y los funcionarios vinculados a esas empresas que han sido premiados con grandes puestos políticos (GEA-ISA-Televisa-Jesús Reyes-Heroles-Pemex, el mejor ejemplo) han empezado a ser documentados.

Esa variada documentación se halla en reportajes periodísticos (Los cómplices del presidente, de Anabel Hernández o Si yo fuera presidente, de Jenaro Villamil, el periodista de la revista Proceso que hizo ver en su confrontación con Héctor Aguilar Camín cuán patético puede ser un buen narrador metido a defensor del viejo régimen); numerosos artículos, entre ellos los publicados en La Jornada por Víctor M. Toledo o Leo Zuckermann, en Nexos, y varios libros de análisis: 2006: hablan las urnas, de José Antonio Crespo, La cocina del diablo, de Héctor Díaz-Polanco, 2006: ¿fraude electoral? y 2012: ¿fraude electoral?, de Jorge López Gallardo, ya en circulación, y otros por salir de prensas, digamos Haiga sido como haiga sido, de Jesús Ibarra Salazar. A esa plétora hay que agregar la información que podemos hallar en Internet: prensa electrónica, sitios, portales, blogs y otras fuentes del periodismo personalizado constitutivas de las llamadas redes sociales, que ya le pesan a la radio y la televisión. Roy Campos, el sacerdote de Consulta Mitofsky (identificado ahora como priísta), se ha adelantado a decir que no conoce un político que haya ganado influencia a través de las redes sociales, pues sólo se puede ser influyente a través de los medios tradicionales. Lógica en verdad impecable. Es decir, que sólo influye aquel que les paga a radiodifusoras y televisoras; que en el ánimo de los electores sólo estará quien aparece con mayor frecuencia en la pantalla o en la bocina de la radio; que políticamente sólo cuenta, o cuenta más, quien pertenece al mundo del show televisivo.

Apenas descubiertas por el mercado, la ciencia y la tecnología fueron convertidas en ganchos de persuasión ideológica. Hoy los estados no pueden dar un paso sin la evaluación de calificadoras, estandarizadoras, protocolizadoras. Las instituciones tienen que esperar a ser clasificadas en rankings mundiales para saber cómo andan. Los individuos van por la vida, como decía Carlos Fuentes en La región más transparente del aire, con la boca abierta para ver si les caen las palabras en la voz. O ahora las cifras de las encuestadoras para decir por quién votar.

Basta. Es preciso que confiemos en nosotros mismos. En nuestros sentidos. Las encuestadoras y los medios que las difunden como oráculos, según expresión del bloguero Macario Hernández, pretenden dirigirse a nosotros como si estuviésemos cada quien en una isla. No es así. ¿Por quién vas a votar? es la pregunta más común en estos días. Todos la hacemos a muy diversas personas. Hay ciudadanos que hacen sus propias encuestas en el transporte colectivo o en los tramos citadinos por donde caminan. Y en el balance diario no hay quien no se encuentre que las empresas encuestadoras que ponen en el primer lugar de la preferencia electoral a Peña Nieto mienten sin piedad.

Ganará uno de los tres candidatos que aspiran a la Presidencia; pero no será Peña Nieto. Otra cosa es que se intente hacer fraude. Y una más que permitamos su consumación.