Opinión
Ver día anteriorJueves 24 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿De qué se quejan?
E

ntre algunos de los críticos de la izquierda corren versiones estrafalarias acerca del origen de la protesta estudiantil. Son los viejos reflejos del poder que rechazan como una anomalía incluso las mínimas respuestas de sobrevivencia. Temen que el entusiasmo de la juventud se convierta en un capítulo negro de la desilusión nacional. Pero no se atreven a decir que sin un cambio de fondo, nuestra juventud, ésta, la que vive hoy, carece de futuro. ¿Qué pueden esperar los jóvenes si de los cuatro candidatos tres de ellos coinciden por sobre todas las cosas en la agenda de reformas estructurales que pide el calderonismo pero comenzaron sus antecesores en Los Pinos? ¿Cómo mirar con serenidad el porvenir si el PAN y el PRI, tan distintos pero tan semejantes, comparten la misma visión de la economía y la distribución de la riqueza? ¿No es este el tema de esta sucesión presidencial en este 2012?

Ya dirán los nuevos gurúes de la comunicación si, y cómo, la guerra en el Twitter trascenderá o no de manera sensible a los resultados electorales, pero una cosa es innegable: el fenómeno marca tendencias, renueva la agenda de los aspirantes y obliga a un importante sector de la opinión pública a pronunciarse sobre asuntos de interés que permanecían soterrados, sujetos al control de daños de los partidos. En el caso concreto de Peña Nieto con los estudiantes de la Iberoamericana es falso decir que se impidió el debate, pues más allá de las descalificaciones impropias (y de las falacias esgrimidas para salvar la cara en el tema de Atenco), lo verdaderamente nuevo y destacable es la inesperada irrupción en la escena electoral de una ciudadanía juvenil tan firme como inesperada. Ese es el saldo prometedor de estas inusitadas jornadas. Al igual que ha ocurrido en otras partes del mundo, aquí también destaca el uso de las redes sociales como el medio privilegiado para realizar una convocatoria que no sigue los trillados caminos de la política tradicional. Y de inmediato, para contradecir sus efectos, sale a relucir el cálculo inmediatista con afán de ninguneo. Se discute, como si eso fuera decisivo, que los tuiteros se representan a sí mismos y poco cuentan a la hora de las encuestas y otras mediciones (por lo visto la experiencia global no dice nada). Pero se olvida la cuestión esencial: en la protesta, como ya se dijo arriba, se expresa el hartazgo y la indignación de los jóvenes ante una situación que mina la confianza en el presente y anuncia tiempos oscuros para mañana. Es un asunto de conciencia, no de adscripción clasista como fantasean los críticos. E incluso en esto hay nuevos elementos que vale la pena considerar, pues la reacción no se ha quedado en la expresión del malestar hacia la clase política (muchos menos al discurso de odio) como lo entendieron los anulistas en las pasadas elecciones federales, sino que esta vez las baterías de la irritación se han dirigido contra dos símbolos del intocable orden vigente: el candidato del Partido Revolucionario Institucional y las empresas que dominan el mercado de los mass media, Televisa y Televisión Azteca, a las que se considera como los verdaderos fabricantes (o partidos sin registro detrás del trono formal) del juego mediático que mantiene a Peña Nieto a la cabeza de las preferencias. Esta diferenciación de las fuerzas de la llamada clase política (que es una simplificación útil para dominar sin verdaderos partidos), más la idea de no cederle a otros el derecho a participar y decidir, son, a mi modo de ver, grandes avances, pensando en la realidad electoral de hoy, pero sobre todo en la futura reconstrucción del régimen político.

No es una exageración decir que la campaña electoral por la Presidencia era una antes del debate y otra muy diferente la que observamos tras los hechos de la Ibero. La reacción estudiantil ante la manipulación informativa de la que fue objeto es un hito en la medida que al frustrar la opacidad dejó de ser la coartada de la indiferencia. Pero hay algo más que se ha expresado en las movilizaciones de la última semana: la oposición a la vuelta del PRI proveniente de las capas ilustradas es la quiebra del apoyo que tuvo en el pasado el panismo. Como si con ello se le diera prisa al trámite, ninguno menciona al Presidente que va de salida y la candidata Vázquez Mota no puede, por mucho que sonría, capitalizar el descontento surgido en su universidad. Y es que los tiempos sí cambian, y en serio. La alternancia blanquiazul murió con la crisis de 2006. Así, el rechazo a Peña Nieto viene a ser la primera línea de resistencia de una movilización cívica que en los hechos ha renunciado a la antipolítica pero aún no dispone de las formas adecuadas para intervenir en la escena pública. Imbricada con ella está una segunda corriente que pide no desperdiciar el voto y se pronuncia por apoyar a López Obrador. Hablando de los estudiantes, son aquellos que lo recibieron en los auditorios escolares, dialogaron y perdieron el miedo a mantener una postura propia. Muchos de ellos marcharon por las calles dando la cara y se reunieron en el Zócalo sin el candidato en un acto sin precedentes. Una parte de ese contingente también se hizo presente en la Plaza de las Tres Culturas que vino a sellar el punto de encuentro del candidato progresista con esos grupos movilizados de la juventud mexicana. Sin duda hacía falta esa iniciativa fresca, ciudadana, para darle a la izquierda el impulso que necesitaba la campaña.

Me quedo con el gesto de los estudiantes afrontando con valor cívico las acusaciones de que eran infiltrados de la izquierda para reventar el acto de Peña Nieto. En un país donde se gratifica el cinismo y se premia la ausencia de convicciones, esas actitudes tienen que destacarse.