26 de mayo de 2012     Número 56

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Lorena Paz Paredes

Como en familia

Doce tesis para explicar el modo en que la crisis de la uniformidad capitalista proyecta a la diversidad sinérgica de la comunidad, la familia y la milpa como paradigma civilizatorio de recambio.

1. La dimensión alimentaria de la crisis pasó de ser sólo cuestión estructural a ser también disparador de movimientos sociales multitudinarios. Así los de Túnez, Egipto y, en general, norte de África y Oriente Medio, fueron propiciados entre otras cosas por la carestía de la comida, aunque el tema no destaca en su agenda que es básicamente política, mientras que las insurgencias sociales latinoamericanas y los gobiernos posneoliberales del subcontinente no sólo tienen a la cuestión alimentaria en el orden del día sino que toman acciones enérgicas al respecto. Y en estas acciones los protagonistas mayores son los campesinos.

2. El neocampesinismo conservador del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) destaca –hasta ahora sólo en el discurso– las virtudes de la pequeña producción diversificada y tecnológicamente sostenible, respecto del monocultivo intensivo en agroquímicos y de gran escala, cuando de combatir el hambre se trata. Pero, en el fondo, lo que parece interesar a estos organismos multilaterales es la posibilidad de volver a poner el trabajo campesino al servicio de la acumulación de capital privado, pues la agricultura familiar es buena alternativa para cultivar tierras marginales, además de que, a diferencia del agronegocio, no puede especular con la escasez y, a la inversa, sigue cultivando y ofertando sus cosechas aun con precios muy bajos.

3. Confluyendo con el discurso neocampesinista del BM y el FMI, numerosos gobiernos y trasnacionales están empeñados en una carrera planetaria por hacerse de vertiginosas extensiones de tierra, paso previo a la ampliación y profundización del modelo de agricultura industrial y mercadeo especulativo.

4. Lejos de ser excluyentes, el neocampesinismo conservador y el neolatifundismo globalizado parecen encaminarse a conformar un dualismo agropecuario semejante al que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Alianza para el Progreso promovieron en la segunda mitad del siglo XX. Agricultura bimodal donde los campesinos trabajan en tierras malas y cultivos poco rentables destinados al mercado interno o a la agroindustria, mientras que el agronegocio opera en las tierras más fértiles y los cultivos de exportación más redituables. Modelo perverso al que no es seguro que escapen los países del cono sur con gobiernos posneoliberales, pues en sistemas económicos pluralistas como son esos, donde coexisten empresas estatales, grandes empresas privadas y economías domésticas, la moneda del futuro sigue en el aire.

5. Es necesario, entonces, analizar críticamente tanto el revival de las recetas desarrollistas como el propio concepto de desarrollo. Y es que ni en la agricultura ni en el conjunto de la economía es pertinente apostarlo todo al crecimiento, pero tampoco es posible renunciar por completo al fomento de actividades socialmente necesarias y al incremento sostenible de su productividad. Y parte importante de este neodesarrollo virtuoso está en la producción alimentaria y en la expansión de los servicios públicos al campo.

6. Todo hace pensar que los necesarios paradigmas alternos no vendrán del capitalismo –que sin embargo algo enseña– ni tampoco del socialismo –que ciertas lecciones dejó, sino más bien de la comunidad agraria actual y de la familia campesina moderna, entidades sociales que, estando insertas en el mercado, no lo interiorizan como la racionalidad dominante de su reproducción.

7. En el modo campesino de producir y de distribuir, la economía cuenta pero no manda, porque la agricultura doméstica aspira a ser “rentable” –o cuando menos económicamente viable– pero su objetivo mayor no es el lucro sino el bienestar de la familia. Se trata, pues, de una economía moral inscrita en la lógica comunitaria del buen vivir.

8. Los razonamientos y cálculos con que los campesinos toman decisiones responden a una lógica socioeconómica no capitalista que sin embargo es rigurosa, cuantificable, formalizable y, hasta cierto punto, escalable. Por resultar de la coexistencia de compulsiones internas de carácter moral y externas de índole económica, el modelo implícito en la reproducción campesina es compatible –no sin tensiones– tanto con la racionalidad del bienestar como con la economía de mercado.

9. Como la naturaleza que lo cobija, el campesino es uno y múltiple, diverso y articulado. Su paradigma vital es el de la pluralidad sinérgica: entrevero virtuoso de actividades y dimensiones que en lo productivo ilustran la milpa mesoamericana, el conuco caribeño, el cultivo por pisos ecológicos en Los Andes y otras prácticas agrícolas tradicionales.

10. Además de configurar un sistema productivo que a través del policultivo garantiza una relación sostenible con la naturaleza, la milpa encarna un modelo de economía diversificada plausible en lo alimentario y resilente como pocos a las fluctuaciones del clima y el mercado, mientras que en la esfera de lo social es emblema de convivencia armónica y de pluralidad solidaria. Más que cultivo paradigma, hacer milpa es la alegoría de un modo de vida y una cosmovisión holistas, de una práctica pluridimensional y un pensamiento totalizador y sintético, que le dan diez y las malas a la acción parcializada y a las simplistas estrategias analíticas del pensamiento instrumental.

11. La diversidad articulada y virtuosa propia de la milpa es también característica de los movimientos sociales agrarios. Acciones colectivas que, a diferencia de las clasistas, no son uniformes sino socialmente variopintas y polifónicas. Movimientos que más allá de la estrechez gremial son capaces de poner en acción a sociedades locales y regionales enteras por muy diversas y hasta polarizadas que estas sean.

12. También las organizaciones campesinas están abandonando el talante especializado de las empresas y los sindicatos para adoptar el modelo polifónico de las unidades domésticas, las comunidades y los movimientos agrarios. Verdaderas familias extendidas, las agrupaciones rurales multiactivas son la expresión organizativa de la pluralidad tecnológica, económica, social y cultural que demanda una realidad que, tanto en su dimensión humana como en su dimensión ambiental, es intrínsecamente diversa. Realidad de suyo heterogénea cuyo torpe emparejamiento por obra del capitalismo nos tiene muy malitos.