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Héctor García hizo de la calle su fuente y teatro de acción

Un alquimista que convirtió el nitrato de plata en oro
 
Periódico La Jornada
Domingo 3 de junio de 2012, p. 9

La búsqueda de la luz fue el credo de Héctor García a lo largo de su vida. Fue el motivo que lo llevó a convertirse en una especie de alquimista, que mediante la fotografía, convirtió el nitrato de plata en oro.

En viernes 13 diciembre de 2002, La Jornada publicó en estas páginas una de las varias entrevistas que el maestro concedió a este diario a lo largo de su longeva y prolífica existencia.

El motivo de esa charla fue la recepción el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2002 en el área de bellas artes, reconocimiento que se sumó a sus premios nacionales de periodismo (1958, 1968, 1979), entre otras distinciones.

Alumno destacado de Manuel Álvarez Bravo y Gabriel Figueroa, en aquel entonces el fotógrafo contaba con 79 años y un archivo de más de 20 mil sobres con decenas de negativos cada uno, además de cientos de anécdotas acerca de sus experiencias como profesional de la fotografía.

Durante aquella plática, Héctor García contó que fue en 1963 cuando le agarré el sabor a eso de ser fotógrafo, a raíz de un encuentro que tuvo con André Malraux.

El entonces primer ministro de Cultura francés recorría la exposición Fiesta mexicana del Día de Muertos, que se presentaba en el Cinéma L’Ranelagh, de París. Al llegar frente a la foto de García titulada Niño en vientre de concreto, Malraux expresó: ésta es una de las imágenes más crueles de nuestro tiempo.

El escritor galo pidió conocer a Héctor, lo felicitó e invitó a hacer una exposición en Francia. “Yo llevaba un boleto para estar una semana en ese país, y me quedé dos años. Malraux, escritor humanista y revolucionario, con su comentario me reveló la importancia de la fotografía. La imagen que le impactó la tomé en 1953, es decir, 10 años atrás, y no me había dado cuenta de la importancia del periodismo, de cómo una imagen podía hablarle, por ejemplo, a un hombre tan importante como Malraux.

“Por eso, Niño en vientre de concreto es muy importante en mi vida y en el periodismo mexicano. Aquí también la premiaron y me permitió conocer Europa e ir a Medio Oriente”, recordó.

La peculiar forma de trabajo de Héctor García se hizo legendaria en el medio periodístico: sin cargar los ostentosos equipos fotográficos, llegaba ante el personaje o acontecimiento que iba a captar –muchos lo veían sólo como un curioso que se acerca a mirar– y de repente metía la mano a una de las bolsas de su saco, extraía una bolsa de plástico, la desenvolvía y aparecía una pequeña cámara con la cual, casi siempre, se llevaba la mejor foto.

Toda una vida pasó frente a sus ojos: el centenario de José Martí en Cuba, Tin Tan de visita en La Habana, el asalto al cuartel Moncada en julio de 1953, el movimiento sindical de los ferrocarrileros en 1958, el triunfo de la Revolución Cubana. Principalmente la calle, su teatro de acción, se convirtió en la fuente favorita de uno de los fotógrafos oficiales de la Olimpiada México 68.

Lejos del oficialismo

La autobiografía de Héctor Cobo García señala que nació el 23 de agosto de 1923 “en el infernal barrio de La Candelaria de los Patos. Amparo, su madre, le proporciona sus primeras lecturas. Vendiendo chicles se hizo mascota del escuadrón aéreo en Balbuena, y realizó su primer viaje en avión a los seis años.

En 1937 es enviado a la correccional de menores, en Tlalpan; está bajo la tutela del doctor Alfonso Quiroz Cuarón. En 1940 ingresa en el Instituto Politécnico Nacional. En 1942-45 se va de bracero con la esperanza de obtener dinero para seguir sus estudios. Trabaja en Maryland, Nueva York, Filadelfia y Washington como peón de vía. Toma sus primeras fotos: un compañero arrollado por un tren. El rollo se vela y, frustrado, decide estudiar fotografía.

En 1970, fue nombrado fo- tógrafo de la Presidencia de la República, lo cual le permitió captar escenas que, lejos de someterse al oficialismo, develaron ángulos que con frecuencia incomodaron a la clase política.

Siento que la responsabilidad de los fotógrafos es ser los ojos de la sociedad. Aunque en cada cosa importante o interesante a veces nos obstruyen y nos prohíben hacer nuestro trabajo. No sé si lo hacen para salvarnos la vida, pues tenemos que estar de frente y en el frente, no podemos reportear por teléfono, explicó con ironía.

En 1971 colaboró con Fernando Benítez para la serie editorial Los indios de México; también en ese año realizó un documental fílmico sobre la Semana Santa cora, dirigido por Paul Leduc, con alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, del que fue profesor.

Elena Poniatowska fue otra de sus compañeras de lides periodísticas. Con ella visitó en la cárcel al pintor David Alfaro Siqueiros y lo captó en la célebre imagen que, a su vez, El Coronelazo plasmó en su obra.

En esa foto, Siqueiros extiende su mano a través de los barrotes de la celda como si fuera la paleta del pintor, trascendiendo el encierro. Es una pose heroica que expresa, como siempre, su rebeldía.

–¿Qué es lo que más le ha gustado ver de este mundo?– se le preguntó en aquella entrevista.

–Todo lo insólito, todo lo bello, todo lo dramático y trágico. En general le tengo mucha fe a la luz. Si no hay luz no hay nada, no hay foto. La calle es el teatro de preferencia de mi actividad porque allí se ve todo, sale todo a la calle. La gente quiere ver las cosas. Si el volcán Popocatépetl está echando sus fumarolas queremos ver el interior del cráter, ver por dónde anda la lava. Somos muy curiosos y qué mejor que una fotografía o una filmación.

–¿Qué le falta fotografiar?

–Quizá de tanto desearlo lo he convertido en un sueño: venir con los conquistadores españoles, junto a Bernal Díaz del Castillo, el cronista. Si yo hubiese estado con mi cámara junto a ellos, en el Paso de Cortés, viendo la maravilla de Tenochtitlán, con sus siete lagos y todo eso, entonces la historia sería distinta, ¿no crees?