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El veredicto contra el ex gobernante de Egipto, por los 850 muertos de la represión a las protestas

Sentencia tribunal a cadena perpetua al depuesto presidente Hosni Mubarak

El juez Ahmed Refaat elogia a los jóvenes que se levantaron pacíficamente por libertad y justicia

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Cairotas celebran el fallo.Foto Xinhu
The Independent
Periódico La Jornada
Domingo 3 de junio de 2012, p. 23

Hosni Mubarak morirá en la cárcel. Y Habib Adli, su ministro del Interior, de 74 años de edad, quizá sea asesinado en la prisión. Esto es en lo que pensaban dos viejos amigos míos egipcios este sábado. Mubarak fue juzgado por las muertes ocasionadas durante la revolución de 2011: 850 en total, más de 28 por cada año que duró su mandato. Fuerte razonamiento.

Desde luego, no preguntábamos sobre las sentencias de muerte que dictaban las cortes militares durante los años 80 y 90, y seguimos sin poder hacerlo ahora que el ejército sigue en el poder en Egipto. El mariscal Mohamed Hussein Tantawi, quien gobierna el país, nunca sugirió que dichas cortes marciales, ni las condenas a muerte, estuvieran mal. Mubarak combatía al terrorismo y estaba de nuestro lado, según creo. Lo considerábamos moderado, un amigo de Occidente, quizá por eso sus hijos, Gamal y Alaa Mubarak, quedaron libres. ¿Se irán del país? ¿Renunciarán a Egipto? Sin duda.

Esa es la historia, no mencionemos a Bashar Assad. La corte egipcia tenía la intención de darle una lección. El fallo coincidió con la presencia de Kofi Annan en Qatar, donde habló de los pecados de los sirios.

También existen otros problemas, ¿verdad? Mubarak recibió a algunos prisioneros que le entregó George W. Bush y los torturó a pedido de Washington. ¿Acaso Damasco no recibió y torturó también a prisioneros? Salta a la memoria el nombre de Arar, un ciudadano canadiense enviado desde el aeropuerto neoyorquino de JFK para recibir un poco de tortura en la capital siria. Sí, nuestros árabes moderados siempre estaban listos para ayudarnos, ¿cierto?

Recordemos cómo los embajadores de Washington en El Cairo pidieron a Mubarak que dijera a su policía que dejara de torturar prisioneros. Un embajador estadunidense en particular dijo al presidente que presas estaban siendo violadas tumultuariamente en la cárcel de Tora, en las afueras de El Cairo, y dio una lista con los nombres de las mujeres, todas ellas musulmanas extremistas. Pero, ¿no era eso llevar el castigo demasiado lejos? Mubarak no fue juzgado por eso este sábado; sólo por los muertos de la revolución.

Los francotiradores de Mubarak dispararon contra jóvenes opositores en la plaza Tahrir durante la noche. Probablemente a esto se refería el juez Ahmed Refaat cuando habló de sentenciar a Mubarak a 30 años de oscuridad y al elogiar a quienes llamó los hijos de la nación que se levantaron pacíficamente por la libertad y la justicia. Sin embargo, hubo muchos que murieron en las comisarías de Mubarak y en levantamientos islamitas; de la misma forma en que podemos hablar de los musulmanes muertos en las prisiones de Sadat, y por cuyo deceso el ex presidente egipcio no fue sentenciado ayer. En cierto sentido, Mubarak también fue castigado por Sadat y por el régimen policial de Nasser.

Nosotros los británicos siempre hemos adorado a Egipto. Pillamos a nuestro placer por toda esa tierra de faraones. Marchamos hacia el sur desde El Cairo para salvar a Gordon de Jartum; cobijamos al rey Farouk. En los años 20 alentamos a la democracia egipcia (hasta que los demócratas quisieron deshacerse del rey Farouk). Admiramos el papel que jugó Egipto en la Segunda Guerra Mundial (para ello, nos fue muy útil olvidar el hecho de que Sadat estaba del lado de Rommel y de que, originalmente, el que nos gustaba era Nasser).

Así, tuvimos a Sadat, quien echó a los rusos, hizo la paz con Israel y se opuso a la creación de un Estado palestino, según declaró ante la Cámara israelí (Knesset), aunque ahora se nos olvide. También hemos olvidado que lo asesinó su propio ejército. Este sábado Al Jazeera señaló, falsamente, que quienes lo mataron se hicieron pasar por soldados.

De este increíble desfile militar repleto de muertos y heridos emergió un tal Hosni Mubarak, hombre agrio, sin carisma, aburrido, y cuyo odio por el islamismo era evidente. En las palabras inmortales de uno de los mejores periodistas, Mohamed Hassanein Heikal, Mubarak entró a una habitación que era un mar de silencio. Ese silencio era lo que él más deseaba. Anoche, la televisión estatal egipcia reportó que Mubarak sufrió un ataque cardiaco en el helicóptero que lo sacó de la corte. Como me dijo un amigo: Una sentencia de muerte pone enfermo a cualquiera.

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Mubarak durante la lectura del veredictoFoto Reuters

Amnistía Internacional, Human Right’s Watch e innumerables diplomáticos hablaron sobre ejecuciones extrajudiciales y asesinatos cometidos por policías en el sur de Egipto, en especial cerca de Asyut. Denunciaron la corrupción en los pasillos del poder. Algunos en El Cairo dijeron que la corrupción no era el problema, y que lo que en realidad causaba el mayor enojo entre la población era la corrupción a pequeña escala; y la exclusividad que compartían quienes formaban el entorno del presidente.

¡Oh! Esa forma que tenían los diarios –en un país alguna vez famoso por su prensa libre– de poner a Mubarak en la primera plana cada día de cada semana, de cada mes, todos los años. Los periodistas egipcios y sus medios eran de una lealtad comparable a la que gozaba Saddam en Irak. Un escribano, furioso porque cuestioné los resultados de una elección presidencial, me llamó un cuervo que picotea el cadáver de Egipto.

Recordemos que Mubarak era un presidente que felizmente permitía a sus periodistas manipular una fotografía de la Casa Blanca para que él apareciera frente al rey Abdullah de Jordania y al lado del juvenil Obama. El mandatario egipcio era un hombre con un peluquero que amorosamente le teñía el cabello a él y a los todos miembros de su gabinete. Un gobernante cuyos discursos fueron impresos ad infinitum en los periódico de El Cairo. Gracias a Dios él no escribió novelas, como Saddam y Kadafi.

Pero recordemos en este feliz día del Jubileo de la corona inglesa cómo amábamos a Mubarak; como lo cortejamos, adulamos, escuchamos sus consejos, sus opiniones sobre el islamismo y los temores que tenía sobre la violencia islamita un hombre llamado Imar Suleiman, quien, creo recordar, quería ser presidente hasta que el Parlamento lo descartó.

Qué convencidos estábamos de que Mubarak era un pacificador. Ahora los egipcios esperan que Ahmed Shafiq, viejo premier de Mubarak, sea el próximo presidente, o quizá Mohammed Mursi, de los Hermanos Musulmanes.

Mis amigos egipcios dicen que, después de lo de hoy, Shafiq está fuera. Ya veremos. Y si gana Mursi, ¿no será él igual de generoso con el ejército que Shafiq?

¿Seré cínico? Las revoluciones no siempre tienen final feliz. Piensen en 1789. Piensen en 1917. Piensen en Egipto, en 1952. Hace 17 meses escribí que la revolución egipcia contra Mubarak era la noticia más feliz que había reportado. Esto sigue siendo cierto. Millones de árabes derrocaron a un dictador. Pero me temo que si bien el dictador se ha ido, la dictadura sobrevivió. El ejército gobierna hoy Egipto. A nosotros, en Occidente, nos gustan los ejércitos. A Washington le gustan los ejércitos.

Nadie sugerirá que el futuro de Mubarak es demasiado duro. La televisión egipcia anunció que será trasladado al hospital de la prisión de Tora, la misma en que sus torturadores solían cumplir sus deberes y donde se encuentran recluidos muchos de sus antiguos servidores. Será visitado por sus hijos. Pero Gamal y Alaa todavía están detenidos y en espera de que se les presenten cargos por manipulación de acciones en el mercado de valores.

Esto importará muy poco a los verdaderos revolucionarios de la plaza Tahrir. Querían un país limpio, una sociedad limpia; no una competencia entre un hermano musulmán y un ex sátrapa de Mubarak. Túnez parece un buen precedente: el corrupto dictador huyó a Arabia Saudita. Supongo que otro dictador viejo y corrupto morirá en El Cairo. Pero en Libia la revolución no fue exactamente pacífica; ni en Yemen, ni en Siria...

©The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca