Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2012 Num: 900

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Letras adolescentes
Textos desde la Comunidad
de Diagnóstico Integral
para Adolescentes del DF

La poesía y el
poeta en Hidalgo

Ricardo Yáñez entrevista
con Omar Roldán Rubio

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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Sala Margolín (II Y ÚLTIMA)

A diferencia de las compras realizadas por internet, o en tiendas como Mixup y Gandhi, la conversación, las recomendaciones y la  “asesoría”  formaban parte del vasto saber musical de Carlos Pablos y Luis Pérez quienes, con sencillez, compartían sus sapiencias musicales y discográficas con sus clientes. Habrá quien diga que ésas ya no son cosas que aprecie la clientela contemporánea, mucho más impuesta a la vertiginosa impersonalidad de la pantalla y el teclado, aunque también me pregunto si no será que esos jóvenes ciberusuarios más bien ignoran las bondades de un trato personalizado, un tanto a la manera de ese viejo compañero de trabajo a quien alguna vez le preguntaron: “¿Te gusta ver pornografía?”,  a lo que respondió, sin dudar: “Prefiero hacerla junto con mi pareja.”

Referiré una anécdota ocurrida muy a finales del siglo XX, que ilustra lo que vengo diciendo. De camino hacia algún lugar, una amiga mía escuchó una música en la radio de su automóvil; por circunstancias usuales para quien maneja, no pudo escuchar el nombre de la obra ni el del autor, de manera que se quedó picada sin resolver la incógnita de una música que la había fascinado. Algunos días después, de paso por la colonia Roma, le aconsejé detenernos en Margolín para buscar la obra que tanto la había perturbado. Estaba dudosa:  “No tengo ningún dato.”  “No te preocupes, los señores de la Margolín sabrán aconsejarte.” Entramos a la Sala y nos atendió Luis Pérez. Mi amiga le expuso lo mismo que a mí:  “Busco una música que escuché en Radio Universidad, me parece que es una obra breve, emplea una orquesta de cuerdas y se escucha una campana.” Todo un acertijo. Luis fue por un disco y lo puso:  “Tal vez sea esto.” La música se dejó escuchar, lenta y envolvente, mientras el rostro de mi amiga se transformaba. “¡Esa es!” Era el Cantus en memoria de Benjamin Britten, de Arvo Pärt: Luis no sólo acertó con la obra ambiguamente descrita, sino que Margolín contaba con una magnífica versión de la misma. Otras personas que se encontraban en el local se acercaron para preguntar por lo que se estaba escuchando, pero ese desenlace es asunto de otras historias: mi amiga salió de Margolín con el disco de Pärt.


Luis Pérez y Carlos Pablos

No insistiré en la resignación con que deben padecerse las ignorancias de muchas de las personas que, en otras tiendas donde se venden discos, dizque ayudan al cliente con ayuda de computadoras, insuficientes a la hora de pedir consejo:  no conocen autores, ni intérpretes, ni versiones… ni música. Vayan a un lado estas penurias. La Sala Margolín no era sólo un lugar donde podían esperarse consejo y orientación, sino que la buena charla resultaba inevitable cuando la frecuencia de las visitas propiciaba un trato más familiar entre los margolinos y sus clientes. En tal sentido, el concepto de “empresa cultural” superaba la idea pragmática de la escueta relación entre compradores y vendedores, y alcanzaba la de la  “comunidad de los espíritus” que, en otro contexto, describió Karl Jaspers.

Hace un lustro visité Margolín por última vez. Entre otras cosas, compré un álbum con la versión integral de los cuartetos para cuerdas de Dvorák, interpretados por el Cuarteto Stamitz. Llevé a mi hija pequeña, confiado en que, en su momento, ella sería visitante asidua de un lugar predilecto para su padre. Con la certidumbre de que hay modas que pasan e instituciones que perduran, supuse que pronto regresaría a la calle de Córdoba (con ese “pronto” característico de los viejos amigos, para quienes el adverbio de tiempo puede dilatarse durante años). Muchas cosas ocurrieron en mi vida durante los cinco años referidos, pero nunca imaginé que la siguiente noticia que tendría de Margolín la leería en una especie de obituario, olvidado de que, de manera semejante, un día dejó de estar al aire xela. Es cuando la ausencia irreparable provoca una nostalgia expresada en preguntas y suposiciones que se concretan en expresiones como “debí haber acudido con más frecuencia”.

El lugar donde siempre estuvo Sala Margolín me parece una arquitectura de estilo funcionalista, aunque ignoro la fecha en que se edificó ese espacio y el nombre de su arquitecto. Si lo dicho por Carlos y Luis es cierto, si el local debe venderse cuando se disuelva la empresa, no quiero imaginar lo siguiente: su compra y demolición para edificar uno más de los horrendos condominios que proliferan como hongos en Ciudad de México, bajo la benévola mirada de delegados y funcionarios venales, indiferentes ante la crisis urbanística del De Efe. Doble dolor: adiós a Sala Margolín, adiós a su local.