Política
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La huella histórica de Jaramillo
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urante la última semana de mayo se efectuaron varios actos en conmemoración a la vida y lucha de Rubén Jaramillo, líder agrario morelense, quien, junto con su familia, fue asesinado por el Ejército el 23 de mayo de 1962. Eliminado físicamente por el estado hace 50 años, la historia oficial ha querido también borrar su memoria. Sin embargo, en las pequeñas grietas que quedan al construirse la narrativa oficial, se han gestado otras historias cuyos protagonistas han retomado el ejemplo de Jaramillo haciendo patente su legado.

Pocos días después del asesinato de Jaramillo, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Víctor Flores Olea y León Roberto García viajaron a Morelos a entrevistar a campesinos que habían conocido al líder agrario. Se hallaron en un mundo, escribió Fuentes en la revista Siempre!, para quienes la Revolución Mexicana es todavía una promesa del futuro a fuerza de ser una mentira del presente. Es más, pese a la brutalidad del crimen de Estado contra la familia Jaramillo, se encontraron con hombres y mujeres que sabían reír, sabían luchar, sabían trabajar, pero no sabían tener miedo.

A falta de este miedo, los protagonistas de la lucha jaramillista dieron continuidad a una diversidad de movilizaciones campesinas. Las múltiples tendencias que marcaron al jaramillismo –el magonismo, el zapatismo revolucionario, el cardenismo constitucional y el socialismo popular– han aparecido en una variedad de batallas populares. A veces por conexiones directas y en otros momentos debido a las similitudes de contexto, herencia revolucionaria, ideales, o por el impacto mismo que tuvo su asesinato, Jaramillo ha sido un ancestro simbólico cuyo ejemplo pronto transcendió el estado de Morelos.

Mientras el jaramillismo tuvo sus particularidades locales, la dinámica de su lucha fue recurrente a través del país. En Chihuahua, por ejemplo, la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM) organizó tomas de tierra casi simultáneamente a aquellas que Jaramillo lideró en Michapa y Guarín. Así como el asesinato de Jaramillo a veces opaca su larga historia de lucha, el asalto al cuartel Madera en 1965 oculta el largo proceso de organización popular que lo precedió. Eran estos procesos de movilizaciones legales, tan asediados por la represión del Estado, que apuntaron a la vía armada.

Fue una dinámica que en cierto sentido sería presenciada después del 2 de octubre de 1968. En el movimiento estudiantil también aparece el fantasma de Jaramillo. En su libro, La noche de Tlatelolco, Elena Poniatowska registra el testimonio de Luis González de Alba, quien relata: Con nuestros pasos vengábamos en cierta forma a Jaramillo, a su mujer embarazada, asesinados, a sus hijos muertos, vengábamos tantos años de crímenes a mansalva, silenciados, tipo gánsteres. Poco se sabía en septiembre de ese año que otra masacre los esperaba, la cual sólo hizo más relevante aquella perpetrada en Xochicalco contra la familia Jaramillo.

Pero cuando la mano dura del Estado ponía fin a una lucha, surgía otra, muchas veces con mayor radicalidad. Al parecer, los campesinos de Morelos no eran los únicos que no sabían tener miedo. En el vecino estado de Guerrero, Lucio Cabañas llevaba años movilizando contra los caciques de la región cuando por fin decidió tomar las armas en 1967. En la clandestinidad, tuvo contacto con varios grupos de izquierda, incluyendo veteranos jaramillistas. Productos de diferentes contextos e ideologías, las luchas de Jaramillo y de Cabañas eran muy distintas, pero tenían un referente en común: la violencia de Estado. ¿Cómo iba Cabañas a aceptar una amnistía después de la traición que se la había hecho a Jaramillo?

Este pasado, tan ausente en la versión oficial de la historia, es fielmente guardado, conmemorado y celebrado por hombres y mujeres sencillos, quienes en actos constantes de resistencia le recuerdan a los poderosos que no hay ni perdón ni olvido. Así sucedió cuando en los setentas el gobierno federal proponía trasladar los restos de Zapata de Cuautla al Monumento de la Revolución, donde yacerían al lado de Carranza, su asesino. Veteranos zapatistas y jaramillistas hicieron guardia día y noche en la tumba de Zapata para prevenir tal injuria a su memoria. Se había ya traicionado a Zapata y a Jaramillo, pero esto sería una traición a la historia misma.

No es coincidencia que desde Chiapas el EZLN haya escogido a Zapata para dar nombre a su ejército. Cuando Carlos Salinas de Gortari se burlaba de la historia destrozando la Constitución y sobre todo el artículo 27, los rebeldes indígenas hicieron ver a México y al mundo, que Zapata había muerto sólo en carne, su lucha seguía viva con sus verdaderos herederos. Entre ellos, el EZLN reconoció a Félix Serdán, veterano jaramillista, nombrado mayor por la comandancia. Como lo hicieron otros veteranos jaramillistas, don Félix acompañó a esta nueva generación de zapatistas en movilizaciones tanto en Chiapas como en el resto de México.

Es precisamente por el peso que tiene la historia que regímenes autoritarios se han preocupado tanto por ocultarla, por rescribirla y por negarla. Es precisamente por ello que hace tanta falta rescatarla, celebrarla y no dejar que sus más conmovedores episodios queden sólo en las grietas.

* Profesora de historia en Dartmouth College. Autora del libro Rural Resistance in the Land of Zapata: the Jaramillista Movement and the Myth of the Pax-priísta, 1940-1962 (Duke University Press, 2008).,