Opinión
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Isocronías

Hijos del fuego

D

esde Uruguay, bien que publicada en Venezuela, Agustín Lucas nos hace llegar (gracias) Los hijos del fuego, antología de novísima poesía de aquel país preparada y presentada por Ariel Silva y Gerardo Ciancio. El volumen aparece bajo el sello de la gubernamental fundación El Perro y la Rana y constituye una “muestra de textos poéticos escritos por jóvenes… menores de treinta años” resultado de una consulta amplia a informantes calificados: intelectuales, escritores, editores, coordinadores de talleres literarios, docentes y animadores culturales. A invitación expresa los autores más referidos enviaron algunos de sus mejores escritos para conformar el libro.

Veintiún poetas, siete mujeres y catorce hombres, comparten las poco más de trescientas páginas de esta selección que se reconoce a la vez incompleta y heterogénea y en una de las cuales Leonardo de Mello pide y considera: Siempre pueda decirse que estoy hambriento;/ que los que están satisfechos, ya no son jóvenes. Mientras en otras Olga Leiva propone: el presente es nuestro maestro, y se propone caer por tu escalera como un pájaro de agua.

Llama la atención, en las fichas de autor, la capacidad multidisciplinaria de los convocados. Pero no nos perdamos en ello y oigamos a Juan Lindolfo Grunwaldt: “’Nosotros, los imitadores y los bárbaros, conformes con nuestro propio abatimiento,/ no resolveremos nunca/ de dónde viene/ aquel aroma dulce a bosque o a pestañas/ que nace del silencio,/ y le tememos. […] Lejos la belleza no daña’.” A Jorge Pignataro: tu nombre tiene el color/ del vacío que dejaron/ tus ojos. A Lucas: Un hombre solo/ bajo el techo y frente a la guía/ de una parada de ómnibus./ Un hombre solo./ Y la tormenta que se lanza arrebatando la calma/ de la madrugada.

Alejandro Keller anota: Pasando en limpio carreteras/ y canciones de niños sin perro, el invierno/ acuna un kilómetro de noche. Y ya que hablamos de perros, despidamos un tanto melancólicamente la entrega con Stephanie Carolina Amaro: “Sos un poco perro./ La vida es ser un poco perro/ comer dormir morder los mismos huesos/ oler la muerte ladrar algo a la mañana a la tarde/ y a la noche/ cada tanto aullar/ despertar al barrio entero./ Y descubrís que ser un perro no está tan mal/ salvo porque no te aleja del cansancio/ ni de ser miserable./ Pero entonces mostrás los dientes/ […]/ y terminan atándote en el fondo.”