Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Maracanazo
F

undado hace cincuenta años por el hombre de los claroscuros, Héctor Azar, en una pequeña sede de la calle de Sullivan, el Centro Universitario de Teatro (CUT) dependiente de la Universidad Nacional Autónoma, ha recorrido un largo camino hasta 1980 en que ya contó con una sede definitiva en el perímetro del Centro Cultural Universitario. Con los indudables altibajos en su haber, y con la característica hasta ahora de ser un diplomado, se puede decir que del CUT han egresado algunos de los actores y actrices más importantes de nuestros escenarios y ha sido dirigido por reconocidos creadores escénicos hasta el actual titular, Mario Espinosa, que decidió celebrar el medio siglo del centro siguiendo la tradición de solicitar a un dramaturgo un texto inédito para la graduación de los alumnos. Y aquí una apostilla: sería deseable la publicación de las obras escritas con esta intención –a excepción quizás de Casanova o la fugacidad de David Olguín ya editada por El Milagro. Espinosa recurrió al dramaturgo Ernesto Anaya y a la compositora Gabriela Ortiz para la graduación de la generación 2008-2012 y el resultado es Maracanazo, samba-tragedia en tres actos, que se presenta fuera de su sede, en el teatro Juan Ruiz de Alarcón.

La obra de Anaya transcurre en varios planos temporales y espaciales y lleva de manera no lineal la historia del portero de la selección brasileña Moacir Barbosa, el agonista de la parte trágica de la obra que trata del repudio que se le manifestó hasta su muerte por el gol de los uruguayos que no pudo contener en el último partido por la Copa Mundial de 1950 en el estadio de Maracaná. El dramaturgo plantea que dioses y diosas de la mitología griega, hartos de la guerra del Peloponeso, se instalan en Brasil, compitiendo en algo con la diosa Yemanyá de la religión Candombié y superándola al regir el destino de los mortales, con un dejo burlón a las disputas de la guerra de Troya. Dionisios y su corte de sátiros desean influir en el partido a favor de Brasil, pero su actitud ante la muerte de Orión hace que Artemisa aliada con Afrodita, en revancha concedan la victoria al equipo uruguayo, lo que cubre de luto al país sede y de ignominia al portero que no atajó el gol. El Brasil de Getulio Vargas fue capaz de acoger a fugitivos nazis como el espantoso doctor Mengele pero no pudo perdonar a Barbosa la derrota ante Uruguay en uno de esos contrastes que pueblos y gobernantes parecen tener.

Esta extraña mixtura entre personajes históricos, hechos reales y mitología griega aporta mucho para que los egresados caminen por un sendero difícil y sembrado de obstáculos, conducidos con mano firme por el director Mario Espinosa, por lo que su valor pedagógico es indudable. Las jóvenes y los jóvenes doblan papeles, cambian de acentos, cantan –con asesoría de Felipe Gallegos– y algunos lo hacen con sorprendente buena voz –y bailan las coreografías de Lorena Glintz. El entrenamiento, me imagino que constante y duro, rinde buenos resultados para Pamela Almazán, José Antonio Becerril, David Bernal, Zabdi Blanco, Verónica Bravo, Luis Arturo García, Gabriela Leguizamo, Irakere Lima, Fabiola Mata, José Luis Pérez, José Pescina, Alberto Santiago, Alejandro Toledo, Isabel Toledo y Patricia Yáñez.

Cuarto Arquitectura y Diseño crearon una escenografía consistente en un módulo elíptico de metal que cuelga a poca altura del telar, con un fondo de lockers de y a los lados otros lockers separados por bancas de descanso. Encima de los lockers del fondo están los músicos del Inner Pulse Ensamble (Luis Mora: clarinete, Alejandro Martínez: contrabajo, Ernesto Aboites: pianista invitado, Francisco Rasgado percusión y el director musical y percusionista Juan Gabriel Hernández), con lo que se unen futbol y mitología. El módulo de metal sube para dejar, al final de la obra, ver el pobre departamento de Barbosa y la pérdida de su mujer. El director logra, con apoyo de su iluminador, Ángel Ancona, dar reflejos de agua adentro de la elipse e imprime un ritmo que va de lo muy dinámico, con los cambios instantáneos del vestuario diseñado por Edyta Rzewska, a lo grave y solemne del triste final, sin obviar los coros que, dispuestos en la parte trasera de la sala, dan aliento futbolero y trágico. Sobre todo, Espinosa se muestra en este caso como el maestro que conjunta varias posibilidades escénicas a favor de los jóvenes que iniciarán su vida profesional.