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Ver día anteriorDomingo 10 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El don de una doña
M

ientras que en un sentido yo nací escritora, Isabel García Gaspar (IGG) se hizo escritora, aunque me pregunto: ¿es así, o es al revés? ¿Qué significa esa noción, nacer escritor o hacerse escritor? ¿Qué validez tiene? Mientras que la historia escrita de mi vida no ha pasado de estar en proceso, la autobiografía de IGG es una realidad. Edición de autor (¿sabe que así es como se llama?), registro público, datos del impresor. Mientras que IGG y yo nos conocemos desde la adolescencia, no nos reconocimos como amigas sino hace poco, cuando yo ya era una escritora publicada, y ella ni siquiera imaginaba que algún día podría escribir. Así que, cuando me comunicó que había escrito su autobiografía, me sorprendió.

Aun antes de leer su trabajo admiré su atrevimiento, pues lo tituló Liberada. IGG había enviudado, sus hijos vivían su vida propia y ella acababa de mudarse, a los sesenta y tantos años de edad, a una casa que había hecho construir tal como ella quiso y en el sitio en el que asimismo ella quiso construirla. ¿De qué se liberó, entonces, del esposo, de los hijos, del lugar en donde nació y vivió? ¿Cómo se atrevía a insinuar cualquiera de estas posibles razones detrás de un título, cuando sus hijos o, personificada, su ciudad natal podían resentir que ella los considerara prisiones, puesto que sólo como tales justificaban que ella titulara su autobiografía Liberada?

IGG no era, o nada me había indicado que fuera, una persona que pensara en temas como el de que ser mujer ya es una prisión en sí, como para entonces otorgar con derecho a la posesión de esta conciencia la categoría de ser una liberación. ¿O a eso se refería Liberada?

Pero no voy a contar aquí la biografía que IGG cuenta en Liberada, sino observar que las vidas que vivimos las dos no fueron paralelas como opuestas y contrastantes, pero sólo hasta el momento en que ella publicó Liberada y yo leí el ejemplar que me regaló, que fue cuando nuestros caminos se enfrentaron y se confrontaron. Porque, mientras yo he vivido preparándome para escribir la historia de la vida de una mujer que nació escritora, IGG escribió la autobiografía de una mujer que vivió de lleno todas las etapas de la vida de una mujer como ella, señora, hija de inmigrantes españoles comerciantes. Hija, hermana, nieta, esposa, madre, tía y amiga, transformada en mujer fuera de lo común por el hecho de no dejar que su vida se le deslizara entre los dedos, sino que la recogió por escrito, le dio la forma de autobiografía, forma literaria que estaba ahí, al alcance de quien quiera abordarla.

Mientras un escritor corre el riesgo de pasarse la vida con el borrador de su historia en la mente o, si le va bien, quizás en un cajón, una mujer resuelta a contar su biografía la escribe y la publica, consideración de la que pueden desprenderse diversas enseñanzas, la principal para mí, el sentido que IGG dio al término liberada.

Liberada de las convenciones de una mujer como ella, que hasta ese momento le habían impedido saber que podía escribir su autobiografía. Liberada del silencio y de la inacción. IGG es una mujer tal cual, de una pieza, íntegra. Entusiasta, sensual. Le gusta la música, la comida, el vino. Le gusta viajar. Es lectora. Le interesa la teología de la liberación (quizá sin saber que así es como se llama). Tiene amigas y amigos. Se presta al recuerdo, pero siempre y cuando recordar sea oportuno para una entrada en su autobiografía, de ninguna manera si recordar la lleva a sentir nostalgia, o alcanzar ninguna conclusión de la vida que la desanime. No es que IGG sea superficial ni vana. Es positiva y propositiva. Es una mujer despierta y tal cual. Si recurre al lenguaje común y a los lugares comunes no es sino porque lo que hace extraordinaria su vida es que la escriba tal cual. El anhelo de IGG de expresarse se origina en sus profundidades, y lo hace con tal fuerza que la expresión estalla de manera natural y fluye, también de manera natural, encausada, no contenida o, en otras palabras, liberada.

Liberada, también, del prejuicio de que para escribir la historia de tu vida tienes que ser escritor, haber leído todos los libros, o haber vivido una vida fuera de lo común. A IGG le bastó tener en sus manos su vida –una vida tal cual– para saber que tenía dos posibilidades: dejarla ir, o registrarla por escrito, aun cuando no fuera sino simple, pero vívidamente, tal cual.