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Cartas
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Jack Kerouac y Allen Ginsberg, en imagen incluida en el libro Cartas, publicado por AnagramaFoto Jerry Bauer
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Kerouac (1922-1969) y Ginsberg (1926-1997), imagen que ilustra la portada del volumen con el intercambio espistolar de los escritores estadunidenses de la generación beatFoto John Cohen/ Hulton Archive/ Getty Images

La novedad bibliográfica del momento: Cartas, de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, 513 páginas en las que Bill Morgan y David Stanford, responsables de la edición, arrojan nueva luz sobre la intensa relación que sostuvieron los integrantes más célebres del movimiento literario llamado Generación Beat. Esta impresionante colección de cartas, dos tercios de las cuales eran inéditas, comienza en 1944, poco después de que Kerouac y Ginsberg se conocieron y prosiguió con pocas interrupciones hasta 1969, año del fallecimiento de Kerouac. En este intercambio epistolar se recomiendan libros, analizan autores y movimientos literarios, intercambian poemas, comentan críticamente los borradores de sus nuevas obras y las respuestas que dan contribuyen a determinar el siguiente paso de cada uno de ellos. Se describen viajes épicos (como el de Kerouac en 1952 de Nogales a la ciudad de México en un autobús destartalado para ver a Burroughs y los iluminadores recorridos que efectuó Gisberg por Yucatán y Chiapas en 1954); ciertos momentos representativos se describen de un modo conmovedor y a menudo humorístico; y se detallan investigaciones espirituales. Con autorización de Anagrama, damos a conocer a los lectores de La Jornada un par de ejemplos de estas misivas cruzadas por dos genios, teniendo en cuenta que cada vez hay menos gigantes entre nosotros y cada vez menos cartas en el mundo

J

ACK KEROUAC [CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO] A ALLEN GINSBERG [PATERSON, NUEVA JERSEY]
10 de mayo de 1952

10 de mayo

En el domicilio de William (Burroughs) Orizaba 210, apto. 5 Ciudad de México, México

Querido Allen:

Bill y yo tardamos diez días en encontrar esta magnífica máquina de escribir y la cinta, y hace muy poco hemos vuelto a trabajar en nuestros libros.

No tengo ni idea de cómo ha podido Hilda la de Albany (ya sabes, la morena), la amiga sirena de Joan [Haverty], escribir hace un mes una carta a la mujer de Kells diciéndole que me iba a México; a menos que alguien de Nueva York que conoce mis movimientos se lo haya contado, a ella y posiblemente también a Joan, y no es que me importe, pero ¿por qué? Trata de averiguar de dónde viene esta filtración, que no me conviene.

Neal me dejó en Sonora, Arizona, en la frontera con México. Quitó los asientos al coche (estilo cinco-puertas) y puso en la parte trasera cojines, a Carolyn y a los niños, todos al estilo gitano y contentísimos. Me despedí de la feliz pareja y partí para mi nueva aventura al amanecer. Crucé la alambrada y entré en Sonora (era Nogales, Arizona, disculpa, y entré en Nogales, estado de Sonora). Para ahorrar dinero compré billetes de autobús de segunda, rumbo sur... fue toda una odisea con muchos bandazos en carreteras de tierra, atravesando junglas y cambiando de autobús para cruzar ríos en balsas improvisadas, y a veces el mismo autobús tenía que vadear el río y el agua llegaba hasta los guardabarros, genial. Yo me enrollé muy pronto en los alrededores de Guyamas [Guaymas], con un pasota mexicano que se llamaba Enrique; estábamos delante de un nopal y le pregunté si había probado el peyote; sí, lo había probado; también me enseñó que se podía comer el fruto del nopal, por el sabor; el cacto del peyote es el mezcal. Se puso a enseñarme español. Llevaba encima un aparato casero de medir ohmios y amperios, aparentemente para reparar radios, que era uno de sus oficios (tiene 25), aunque en realidad terminamos usándolo para, pour cacher la merde (para esconder la mierda), tú ya me entiendes, pillamos en un pueblo o ciudad que se llama Culiacán, centro del opio del Nuevo Mundo, comí tortillas con carne en la selva, en cabañas de palos a la africana, con cerdos frotándose contra mis piernas; bebí pulque puro de un cubo, recién traído del campo, de la planta, sin fermentar, la leche pura de pulque te hace reír, es la mejor bebida del mundo. Comí frutas desconocidas, erenos, mangos, de todas clases. En la parte trasera del autobús, mientras bebíamos mezcal, canté bop para los cantantes mexicanos que sentían curiosidad por saber cómo sonaba; canté Scrapple from the Apple e Israel de Miles Davis (perdón: fue escrita por Johnny Carisi, con quien coincidí una vez en el San Remo) (llevaba un abrigo de cuadros con cuello de piel). Me cantaron toda clase de canciones que hacían Ay, ay, ay, ay, ay, ayayayyyyy, que es el grito de entusiasmo de los mexicanos; en Culiacán bajamos del autobús, Enrique, su lacayo indio de 17 años que se llama Gerardo y mide 1,80 y yo; parecía que íbamos de safari y recorrimos las calles a medianoche, derechos hacia las cabañas indias de las afueras de la ciudad; cerca del mar, en el trópico de Cáncer, noche tórrida pero agradable, y relajada, no más Friscos, no más nieblas.

(…)

Mira a las muchachas que son el centro del mundo, tres chicas bíblicas en bata y (no sé por qué te escribo esto tengo que trabajar con la máquina) Déjame acabar, en vez de pasar la noche con la chica insistí para que siguiéramos hasta Guadalajara, nervioso ya, conforme me acercaba a Bill el Campeón. Así que la despedí con un beso, ella se cabreó y me gritó, pero cortamos y por la mañana Guadalajara, por cuyo gran mercado paseamos comiendo fruta. La playa de Mazatlán cuando mirábamos a las chicas a ocho kilómetros, caballos rojos, pardos y negros a lo lejos, toros y vacas, las enormes superficies verdes, llanas, el sol gigante poniéndose en el Pacífico, sobre las Tres Islas, fue uno de los grandes momentos místicos de mi vida: comprendí entonces que Enrique era genial y que el indio, el mexicano, es genial, directo, sencillo y perfecto. A media tarde, al salir de Guadalajara (por cierto, pasamos por Ajijic, el pueblo de piedra de Helen, pero no paramos), me dormí; no hay tierra más hermosa que la de Jalisco, también Sinaloa es encantadora. Llegamos a Ciudad de México casi al amanecer. En vez de ir a despertar a Bill paseamos por los barrios bajos y dormimos en un tugurio de criminales por cinco pesos, todo era de piedra y orina, todo medio derruido, y dormimos en un catre horroroso... dijo que fuéramos a buscar al pistolero. Por razones obvias, no quise que supiera la dirección de Bill y le dije que volveríamos a vernos aquella noche delante de Correos, y fui a casa de Bill con el petate a cuestas y el polvo del gran México en los zapatos. Era sábado, las mujeres preparaban tortillas, en la radio se oía a Pérez Prado, comí por cinco centavos unos dulces que había saboreado dos años antes con el pequeño Willy de Bill; olores de tortillas calientes, voces de niños, jóvenes indios mirando a los niños bien vestidos que iban a la escuela, grandes nubes matutinas sobre las estrechas y arboladas calles del futuro.

Cuando entré, Bill parecía un genio loco que viviera en unas habitaciones llenas de basura. Estaba escribiendo. Su aspecto era salvaje, pero sus ojos eran inocentes, azules y bellos. Por fin somos los mejores amigos. Al principio me sentí como un bufón reventado que aterriza de sopetón en un país de ciempiés, gusanos y ratas, furioso con Burroughs, aunque en realidad no. Me convenció de que me quedara con él y no con Enrique y sin saber cómo me indujo a que no me reuniera con el joven aquella noche, y la verdad es que desde entonces no volví a ver a mi San Enrique. Quiero decir que era un tipo que podía enseñarme dónde y qué comprar, dónde vivir por poco dinero, y en vez de conservarlo mi mente volvió a encandilarse con el gran San Luis de la Aristocracia Americana y así ha sido desde entonces. ¿No fue una decisión acertada? Quiero decir que siento mucho haberle dado plantón al chico, pero Bill no puede permitirse más contactos que Dave, ya lo sabes, su situación es muy delicada. Marica es más grande que Yonqui, ahora creo que fue una buena idea juntarlas, ya que con Marica podemos esperar que los Wescott, los Giroux y los Vidal la lean con avidez, no sólo los lectores con intereses yonquis, ¿entiendes? ¿Título? Yonqui o Marica o cualquier otra cosa... ¿no? YONQUI O MARICA O YONQUI, O YONQUI ANORMAL Y MARICA. Pero el título tiene que sugerir las dos cosas. Bill es grande. Más grande que nunca. Echa mucho de menos a Joan. Joan lo hizo grande, sigue viviendo en él locamente, vibrando. Fuimos juntos al Ballet Mexicano, Bill tuvo que salir corriendo para coger el autobús pasamos un fin de semana en Tenecingo, en las montañas, realizamos algunos disparos (fue un accidente, ya sabes, no te quepa la menor duda...) En el cañón de la montaña había profundidad. Bill estaba en lo alto de la colina, andaba trágicamente dando zancadas; nos habíamos separado en el río para ir por caminos distintos, toma siempre la carretera de la derecha, había dicho Bill la noche anterior, refiriéndose a la carretera empedrada y a la de asfalto normal que va a Tenecingo, pero aquel día siguió la de la izquierda, subió por la cornisa hasta la entrada del barranco y volvió a la carretera evitando el río; yo quería, en la inefable dulzura del Día Bíblico y la Tarde Fellah, lavarme los pies en el punto donde las doncellas dejaron las prendas indumentarias y sentarme en una roca (quitarle primero las arañas, pero sólo estaban las pequeñas arañas que observan el río de miel, arroyo de Dios, Dios y miel, en el caudal de oro, las rocas son blandas, la hierba apenas rebasa la orilla, me arrojé y lavé los pobres pies, vadeé mi Genesse y me dirigí a la carretera (ahora con agujeros en los zapatos, sólo me quedan diez dólares en este país extranjero), cortada sólo una vez por el cañón donde la profundidad y la tragedia me obligaron a dar un rodeo, me reuní con Bill que estaba esperando en una heladería de Tenecingo. Volvimos aquella noche, después de unos baños turcos, etc. Marker [Lewis Marker] lo ha dejado; hasta ahora he tenido dos mujeres, una americana de tetas grandes y una magnífica puta mexicana en la casa. He conocido a varios norteamericanos geniales... pero detuvieron a todos ayer por posesión de marihuana, luego te diré los nombres (Kells [Elvis] entre ellos, como si Kells fuera un drogata) (o un camello) Bill y yo limpios, tranquilos; tenemos a Dave (Tercerero). Bill y yo queremos que nos escribas una carta muy detallada sobre situación en Wyn, de los dos (mi manuscrito estará pronto, 550 páginas); más noticias sobre Genet, ¿homicidio en primer grado?, noticias sobre todo y otra vez quiero saber ¡dónde están las primeras 23 páginas de En el camino, joder! (¿Las añadirás en el manuscrito por mí?)

Escribe

J.

ALLEN GINSBERG (PATERSON, NUEVA JERSEY) A
JACK KEROUAC (SIN SEÑAS, ¿CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO?)
Calle 34 Este, 416
15 de mayo de 1952
12 mediodía
Paterson, N.J.

Queridísimo Jack:

Acabo de recibir tu carta que paso a responder inmediatamente. Supuse que estarías en México; ha sido un viaje monumental, visto en el mapa. Lucien y yo también fuimos a Mazatlán el verano pasado, por Ajijic y Guadalajara (Ajijic ya sabes que es lugar de cita para subterráneos). Pero es difícil que nadie vaya a Culiacán, a través de Sonora, todo es desconocido.

Debe de habérseme escapado la noticia sin darme cuenta. Salvo que lo impida la presencia de la mujer de Kells, cubriré tu rastro anunciando al mundo (a Seymour [Wyse] en Londres, a [Bob] Burford en París, a todos los que haya en N.Y.) que te has ido en barco.

Tu imagen de México es la más grandiosa que he leído en mi vida. Pensé que estaba más allá de la cadena de Darwin es también una expresión inquietante, ¿tienes más estrofas?

Conozco ese obstáculo en Neal, es él, su destino, lo que impide que el amor vaya más allá; pero está bien, porque es ahí donde empieza (y escribe) otro Neal desconocido y quién sabe qué yo esconde esa capucha, qué asco personal por el mundo, qué mirada iracunda e insensible.

No puedo ir a México porque otra vez me aterroriza salir por la noche, ir hacia la muerte quizá, o hacia el olvido, más allá de la pálida ternura de la vida cotidiana de Nueva York. No quiero sentirme solo en la oscuridad, a costa tuya y de Bill –no tengo dinero propio–, viajando cada vez más lejos del mundo que conozco y amo un poco. Tu carta fue monumental y me dio miedo, pero no temo pasar ratos que pueden ser la hostia, sino las hostias de la policía, los días sin dinero y con andrajos. No escribo mucho, sólo unas horas al día: depresión, agotamiento, vete a saber; además, no podría llamar a mis padres para que me ayudaran, y me temo que podría tener que hacerlo con todas estas cosas, un blanco infantil y tímido. Recuerdo el viaje con Lucien como una sucesión de grandes momentos y la tortura de la continua amenaza de muerte. No sería capaz de soportar la desesperación si pensara que no hay carreteras, sino que me adentro cada vez más en la noche. Iré en cuanto consiga dinero suficiente para poder relajarme. Aún estoy traumatizado y me siento impotente por la culpa de los apocalipsis de York Avenue, las cárceles, los abogados, (Bill) Cannastra, Joan (Burroughs). No sé qué pensar, pero tu carta me produce terror, por ti, aunque conozco la grandeza de la escena, y por mí, aunque sé que si entrase en la casa sería el mayor encuentro que hemos tenido nunca. Ah, antes de pasarme al otro lado permíteme demorarme hasta que mi suerte esté anclada con más firmeza.

Mi corazón dejó de latir

y la miel llenó mis miembros

cuando caímos en la cama

el uno en brazos del otro;

hubo mucha alegría

en nuestro prieto abrazo,

pesaba sobre el muslo desnudo

como sobre la desnudez

del alma.

¡Ah, Davalos, tu aspecto!

Tu suspiro, es demasiado tarde;

el peso se ha desvanecido,

desvanecido en la noche.

El antepenúltimo verso no es bueno, no encuentro otro por el momento. La otra noche me encontré con Dick Davalos en el San Remo, nos miramos y cambiamos cumplidos en voz baja, dos días después, una noche lluviosa, nos vimos en Lexington Avenue, fuimos a casa y volvimos a pasarlo bien. Casi enamorado otra vez, pero la dulzura espontánea del primer encuentro no dura, el cielo se cubre, la alegría no reaparece cuando la satisfacción está a la vista, como si la casualidad y luego la imaginación generasen más sentimiento que en los encuentros concertados después. Lo veré mañana por la noche y le leeré tu carta. Pregunta por ti, siguió acudiendo al Lex Bar para vernos meses después, no recibió la invitación para la fiesta de Acción de Gracias. Explícaselo a Bill.

(...)