Opinión
Ver día anteriorDomingo 24 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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C

uál es el nombre de la película, sí, que es de Win Wenders, al que después de Pina, y aun cuando lo conociera desde antes de Pina, tengo como un creador al que seguir, y que en la película que digo, de los años 80, crea a personajes ángeles. La posibilidad de que los ángeles existan me recordó la época en la que no lo dudaba y por lo tanto pude crecer con la confianza de que me cuidaban. Pero en esta película que vi, me conmovió que los ángeles protegieran a jóvenes músicos y cirqueros recién salidos de la guerra que Wenders se encarga de hacerles inolvidable. Uno de los ángeles se enamora de la trapecista de un circo y la cuida, otro de los ángeles protege al guitarrista de una banda de rock y el tercer ángel es Columbo, que filma en Berlín dividido y en ruinas un memento a los cadáveres alineados en la acera de una calle blanca y negra. Unos adolescentes ven pasar a Columbo y no pueden creer que sea Columbo, menos creerían que se trataba de un ángel. Unos niños en la calle desierta ven dormido a otro de los ángeles y creen que está borracho. Un ángel deja caer desde un avión el torso de una armadura de cobre contra la cabeza del dormido y se la abre, es la realidad. O en qué sueñan los ángeles. El dormido despierta, y ríe cuando entiende la broma de su colega, tras pasarse la mano entre el pelo sobre la herida ensangrentada y retirarla. Prueba la sangre porque nunca antes había sangrado, como quien prueba la nieve la primera vez que ve nevar. Era la primera vez que el ángel probaba enamorarse, la coraza de cobre lo protegería (de la realidad). Pero él la lleva a una casa de empeño a cambio de un saco grueso a cuadros rojos color sangre, es la primera vez que siente frío y debe abrigarse. Los ángeles de Wenders no han pensado en lavarse el pelo porque Wenders pidió a sus actores elegidos para ángeles que parecieran reales mientras los filmaba. Aunque fueran (in)visibles, tenían el aspecto que debían tener de hombres ordinarios de esa época en Berlín, no el de extraordinarios que tendrían si no fueran los hombres que debían o querían parecer sino los ángeles atemporales que eran. Otra característica suya de ángeles hombres que me atrajo fue la ternura que transmitían al acercarse y posarse detrás o al lado o cerca del joven al que cuidaran, que era el que cuidaban, ¿por elección o en obediencia a un mandato y de quién? También cuidaban a jóvenes lectores, pues hay un episodio en una biblioteca de tres pisos que ascendían como ángeles alrededor de una sala en la planta baja, en la que los que leían tenían los pies en la tierra. Uno de los ángeles recogía al otro en su coche en la mañana para ir juntos a trabajar. Minutos antes de que cada uno tomara su propio rumbo para cumplir puntuales con sus horas de trabajo, sostenían conversaciones filosóficas al estacionarse, pues hablaban de la eternidad, se preguntaban si no llegaba a ser aburrida, ya que era eterna y siempre igual. ¿Tenían elección? ¿Puede un ángel optar por la dimensión contraria, que en apariencia es bella pero a sabiendas de que se acaba? Pelo sucio como hombres de su tiempo, de su lugar y de su momento, sí, ¿y simultáneamente tiernos? Un contraste que a mí me llama la atención. La ternura en la punta de los dedos, en la punta de la lengua, en la mirada, la sensibilidad aquí que pasa invisible allá pero sensible y tangible. Difícil de prever y de imaginar. Pasan los días y no olvido nada de esto. Miro sobre mis hombros en busca de mi ángel. Yo tenía uno que me daba confianza, según recuerdo. Equivalía a creer que el bien ganaba. ¿Mi ángel desertó cuando hice conciencia de que la base de la que mis creencias partían era una referencia por completo equivocada? Mantengo los pies en alto, procuro no ponerlos en la tierra, quiero despegar más pronto en busca del ángel que abandonó la tarea de cuidarme, no dijo la artista del trapecio ni dijo el músico de la guitarra, no dije yo tampoco, porque de pelo limpio un ángel tierno a su modo se me manifiesta. Lo que hace Wenders en Pina. Al salir del cine un desconocido me confiesa que ha llorado de principio a fin al ver Pina. Pina en Pina lo invadió, cada bailarín con su historia hecha movimiento y fuerza. Quién no quiere haber sido bailarín de Pina, no haber querido que el ángel Pina atendiera el raspón de sus rodillas cada vez que de las alturas caía a tierra.