Opinión
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El trueno y las flores
S

e puede afirmar que desde siempre las flores han sido parte importante de la vida de los mexicanos. El sabio historiador y humanista Miguel León Portilla, quien ha dedicado su vida a traer a la luz el antiguo pensamiento indígena, nos cuenta los significados incontables que tienen las flores en la expresión de la palabra de los antiguos mexicanos.

Esta fascinación no murió con la conquista. Hasta la fecha se continúan cultivando flores en las chinampas de Xochimilco y en múltiples viveros. No hay casa por humilde que sea que no tenga unos botes con flores. Es parte esencial en las ceremonias: bodas, bautizos, fiestas patronales y Día de Muertos. Solo aquí se hacen esas prodigiosas portadas de flores que decoran las iglesias en determinadas fiestas o los tapetes de aserrín que cubren calles completas formando lazos y flores en festejos como los de Huamantla, en Tlaxcala, y aquí en la ciudad de México los martes de amapolas en Iztacalco, por mencionar sólo algunas.

A ese gusto por las flores ayuda el maravilloso clima del centro de México, que permite que las haya todo el año y que a fines del invierno, en primavera y verano se sumen las de los árboles. Hace unas semanas vimos en su esplendor a las jacarandas y las magnolias y ahora están por desaparecer las del trueno, árbol de escasa gracia si se le compara con los fresnos y los liquidambares, poseedores de un tronco con encanto y follaje esplendoroso; los añejos alcanzan gran altura y sus copas brindan sombra y frescor en las calles y parques que los poseen.

El modesto trueno tiene un tronco rugoso, medio grisáceo y a veces deforme, no alcanza mucha altura y su follaje no siempre es parejo y abundante. Sin embargo, al finalizar la primavera se cubre de ramilletes de diminutas florecillas blancas de las que se asoman un par de estambres con cabecitas amarillas. Ello les imprime una insólita belleza dorada que despierta el gozo y la admiración.

Para conocer sus características acudimos al libro que ya hemos mencionado en otras ocasiones, Los árboles de la Ciudad de México, de Lorena Martínez y Alicia Chacalo. Publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana, es sin duda, la Bíblia para los que nos interesamos en esos seres tan benéficos y placenteros. Por cierto el pasado 28 se festejó el Día Mundial del Árbol.

Resulta que el trueno al que pensaba mexicanísimo, es originario de China, Corea y Japón ¿habrá venido en la Nao de China?. Sus frutos, que nacen en otoño, son pequeñas bolitas semejantes a una baya, en color negro azulado. En China se utilizan para promover la longevidad y contra el reumatismo. Aquí se consideran tóxicos, así es que por si las dudas no los pruebe, mejor haga ejercicio y coma sano.

En el parque cercano a mi casa hay un trueno que veo desde mi ventana, siempre disminuido por los exuberantes fresnos que lo rodean y no deja de venir a mi mente un poema de Antonio Machado titulado Las Encinas. Voy a transcribir un párrafo:

¿Que tienes tu negra encina

campesina,

con tu ramas sin color

en el campo sin verdor;

con tu tronco ceniciento,

sin esbeltez ni altiveza,

con tu vigor sin tormento,

y tu humildad que es

firmeza?

Tengo en mi escritorio, en un esbelto florerito, una rama de trueno cuajada de florecillas que me han motivado para escribir esta crónica. En homenaje a Antonio Machado y sus Campos de Castilla, título del poemario en que viene Las Encinas, vamos a comer al Centro Castellano, situado en Uruguay 16.

Ambientado con toscas paredes encaladas y barricas empotradas, ofrece comida tradicional española. Muy recomendables los manjares que prepara en el gran horno de leña: lechón, cordero y pecho de ternera. Su plato estrella es el lomo de huachinango deshuesado a las brasas; con decirle que si no le gusta no lo paga. La paella es una buena opción para compartir y de postre ya conoce los clásicos de la península: leche quemada, natillas, torta de Santiago y ahora ¡mangos!