Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1o de julio de 2012 Num: 904

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caso Pasolini, un asesinato político
Annunziata Rossi

Gracias, Elena
Raquel Serur

Poniatowska, 80 años de sensibilidad e inteligencia
Adolfo Castañón

Ay, Elena…
María Luisa Puga

La feria de
Juan José Arreola

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Con María Luisa Puga

Ay, Elena…*

María Luisa Puga

Cuando la ve uno en persona, por primera vez, piensa: No puede ser, si es angelical, dulce, infantil, ¿cómo es posible que escriba sobre cosas tan duras y no le quede en el rostro ninguna huella de dureza? Por el contrario, su mirada recoge rasgos de la realidad cariñosamente diminutos como: las grietitas en la banqueta que producen las raíces de ese árbol, Puga, ¿te das cuenta de las ganas que tiene de vivir? O cuando dijo, después de un encuentro de escritoras muy cansado y muy inútil, como suelen ser los encuentros, pero muy divertido: gracias, Diosito, por mi camita en este hotel lleno de viejas enojadas.

A medida que uno la conoce ya no resulta tan diferente de su escritura, que no es para nada chaparrita ni angelical, sino que es certera y latigueante cuando necesita serlo. No por nada los políticos le tienen pánico y no saben hacer otra cosa que llamarla “Elenita”.

Elena no se lanza al mundo para fustigarlo con su pluma, sino para sentirlo, y lo que escribe es exactamente lo que siente. No anda en busca de causas, más bien la gente le llega al corazón y cuando eso sucede reacciona.

Su literatura está hecha de realidades, no de metáforas. Y en esas realidades hay todo: belleza, poesía, crueldad, vileza. Tal vez por eso Elena no sabe decir no a nadie que le pida un texto. Porque todo tiene valor, derecho a existir, a ser exaltado, compadecido, comprendido.

¿Cómo empezó todo? No el inicio de una carrera literaria brillante, sino esa manera de penetrar la textura de la vida. Se diría que vivió a la intemperie; que nada la resguardaba de nada. Como si su propia sensibilidad la hubiera marginado de cualquier posible parapeto. Desde muy pequeña escuchó los mil tonos, acentos, lenguajes que nos componen y nadie le dijo éstos sí, aquéllos no. todos eran igualmente concretos: príncipes, mendigos, europeos, indígenas, blancos o de cualquier color. Derrotados y vencedores. Falsos y auténticos. Ella los escuchaba a todos y nada la detenía en su intento por darles vida.

Sin estudios literarios especializados comenzó a darle un cuerpo a su narrativa que los teóricos no acaban de explicarse. Se metió por todos los vericuetos que conforman a este país o a este conjunto de países que somos.

Desde esa mirada aparentemente distraída, atolondrada, inocente, es tal vez la escritora (entre hombres y mujeres) que más conoce, respeta y quiere a México.

Para escribir estas líneas a manera de homenaje, como muestra de cariño y agradecimiento por eso, releo su novela La “Flor de Lis”, que a mí siempre me ha parecido maravillosa. Es una novela que se parece a ella: por eso.

En ella están sus fronteras y sus grandes amores: su madre y México. Claro, claro, están las palabras en francés, en inglés, en mexicano popular o “distinguido”. Su manera de ver el mundo. De ponerse en él. En esta novela va definiendo sus sentimientos hacia todo, y al hacerlo nos deja ver a la persona que es más que en ningún otro de sus libros. Como un decirnos: ya les he contado de tanta, tantísima gente, ahora dejen les platico cómo soy yo. Y lo hace con una franqueza tan desarmante, que uno no puede sino quererla. Quererla como ella quiere ser querida por todo y todos.


Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez durante el homenaje que se realizó a la escritora en el Centro Cultural Tlatelolco, donde le fue regalada una playera del movimiento del 68, el 12 de octubre de 2006 Foto: María Meléndrez Parada/ archivo La Jornada

¿Y cómo no la va uno a querer si la ve abrir los ojos grandototes cuando descubre las formas, los colores, la delicia de los modos distintos de la gente tan distinta que se cruza por su camino? ¿Cómo no la va a querer uno cuando ve que la vida se le va en esos “vivires” que la asombran y la llenan de ganas de vivir a ella también? Si ella, por estar viviendo, no se da cuenta de todo lo que transmite con su mero ponerse ahí, en medio de todos, mirando con la boca casi abierta y el bolígrafo apurado sobre sus libretas de taquigrafía.

“Un pájaro en la literatura mexicana”, dicen que dijo Octavio Paz, pero es más, mucho más que un pájaro. Sus entrevistados lo saben. Los desenmascara con una sonrisa dulce, una pregunta en tono suavecito y seguida de mil disculpas, “porque aunque la traigo escrita, se la estoy haciendo así nomás y me está saliendo toda chueca”, y ¡riájatelas! “Ah, qué Elenita”, dicen los entrevistados para ganar tiempo.

Elena se dio cuenta muy temprano que tenía que contarle a alguien lo que veía y cómo lo veía. A veces como una caricatura chaparrastrosa, otras como algo triste, triste, o si no como algo verdaderamente trágico. Contarlo, platicarlo como una gran confidencia que ese interlocutor se merece porque es a quien le tiene toda la confianza del mundo: el lector. Al lector, Elena le habla de tú en las buenas y en las malas. Deprimida o contenta. ¿Te digo qué?, parece comenzar cada uno de sus parlamentos sobre lo que sea: la estirpe, el país de origen, el país escogido, los jodidos, o los jodedores; las víctimas o los victimarios. Elena habla en la oscuridad, con los ojos entrecerrados, con ese confidente que puede ser su hermana, su madre, la mujer del mercado que vende flor de calabaza, el hijo chiquitito, o la nietita tremendamente alegre en ese mismo tono de platicada: ¿Ya viste a ese señor con cara de bebé de Gerber? ¿Te diste cuenta de lo apurados que andan los hombres siempre? ¿A poco una muñeca entre escombros de edificios tirados por un terremoto y otras cosas no te hacen llorar sin parar durante días y días?

Ya deja dormir, Elena. Ya estate. Deja de estar viendo la vida. A nadie se le ocurre nunca decirlo todo.

Pero ella nació para formular aquello que desfilaba ante sus ojos de pestañas ralas, aunque muy curvas, no como las de los mexicanos, tupidas y derechas para abajo. “¿Qué palabra te gusta más, ‘pundonorosa’ o ‘monocotiledón’?”, le pregunta a su amiga Casilda en La “Flor de Lis”.

Ay, Elena, ¿no te digo?

Descubriste el nombre de las cosas que poblaban todos tus mundos y así pudiste decirte todos los comportamientos humanos con los que te topabas. Te aliabas a unos, a otros los condenabas y eso desde muy niña, porque no era una ideología lo que dictaba tus simpatías y antipatías, sino el sentido común del corazón.

Toda la vida se te ha ido en esto y se te sigue yendo porque no sabes cómo parar. Cómo dejar de mirar. Cómo decidir que ya miró uno lo suficiente. Tus energías son las mismas que la de aquella niña cuyo asombro no se acababa nunca. Ese asombro por un mundo que no acaba nunca de sorprender es lo que le das todo el tiempo a tu lector. Y si tu lectura es siempre México, tus lectores son todo el mundo, que comprenden que llegaste de Francia para ser la piel de México.

Vaya esto como homenaje de parte de una lectora, de una escritora con la que siempre te mostraste solidaria y de una amiga que no acaba de maravillarse ante tu fuerza extraordinaria.

No sabes decir que no porque no hay necesidad de que digas que no. Estás en todo porque este es el mundo que tú escogiste y el que te escogió a ti.

* Escrito el 18 de septiembre de 2003.