Opinión
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En el umbral de otro país
L

os tiempos de entrega de nuestros comentarios en estas páginas me presenta un problema, como a los compañeros que escribimos hoy, unas horas antes del día en el que la prensa de México y del mundo, y todos los medios, lance la noticia más importante que en el género político se da cada seis años: ¿quién será el presidente de la República Mexicana y, por tanto, el hombre o la mujer más responsable del destino de nuestra patria, como el primer mandatario de la nación? ¿Qué ideología y qué partido o coalición lo ha llevado hasta este punto? Luego, quizás, la interrogante de mayor trascendencia: ¿está humanamente calificado para hacer frente a semejante responsabilidad?, y finalmente: ¿conoce verdaderamente al país más allá de la bulla obligada de una campaña electoral? Las interrogantes hasta esta hora son inevitables.

¿Cómo habrá sido que un candidato pensó por primera vez que, quizás todavía adolescente, cuando alcanzara la madurez plena se consolidaría en su intimidad lo que años atrás pudo haber sido simplemente una fantasía, y que día a día fue pasando del estado de ánimo, hasta llegar a ser una sólida posibilidad que lo llevara a tomar la más importante decisión de su vida y de su familia, de sus amigos más cercanos, y luego, ya sin posibilidad de dar marcha atrás, de más y más gente que se va formando una gran convicción, con la clara idea de que este hombre o esta mujer precisamente, y nadie más, representaría la opción que un viejo lleno de experiencia decide tomar igualmente, primero en la intimidad y a medida que el tiempo transcurre y las circunstancias en su país van determinando la necesidad de la unicidad de las posibilidades alrededor de uno de ellos, el que va más de acuerdo con los principios y los ideales propios, llega también el momento de expresar públicamente su decisión?

Esta misma opción puede ser indeseable hasta este momento para otros, viejos o jóvenes, que tienen una imagen del país diferente y, por tanto, piensan y actúan de manera diversa para alcanzar metas políticas o sociales que pueden coincidir, o ser completamente opuestas que las del otro, y llegan así a la convicción de que es otra persona, otro candidato, el adecuado para el momento en el que la historia parece detenerse para otorgar una tregua a los ciudadanos, para que voten, y tomen una decisión en favor del que más confianza les inspira. La libertad de opinión política no tiene límite en el tiempo, pero sí lo tienen la prudencia y el sentido de responsabilidad propio. Una vez electo dentro de las leyes y las reglas de la democracia, los resultados tienen que respetarse. Como el candidato electo tiene también que actuar solamente hasta donde la ley expresamente se lo permite. El ciudadano común puede hacer todo aquello que la ley no le prohíbe.

¿Pero qué queremos decir con la palabra convicción? Ésta, expresada así, es un sustantivo que se identifica con el significado de certeza, creencia, opinión, sin sombra de duda. Pero en su forma adjetivada, es decir, como convincente, se puede usar también como sinónimo de persuasivo, y luego en su forma verbal, como la acción de convencer, de persuadir, o de inducir actitudes y convicciones. La definición clásica de Max Weber nos permite identificar la capacidad de persuadir con la del ejercicio del poder público.

Esta cualidad, la de poder convertir el sustantivo convicción en una acción persuasiva o convincente es, en mi opinión, una de las que definieron en buena medida las posibilidades reales de triunfar como líderes, para dar paso a un jefe de Estado. Son capacidades que, aunadas a la congruente y a la consistente permanencia, cimentada en la razón y en la justicia, determinaron el otorgamiento de la confianza del pueblo mexicano a sólo uno de las candidatos, acción ya consumada, en la hora que el lector generoso tenga en sus manos este artículo.

En buena hora esta vez la agrupación #YoSoy132 se inició en una universidad en la que no se esperaba que esto sucediera, y en muy poco tiempo, como reguero de pólvora, se extendió por todo nuestro territorio la decisión de participar activamente en esta campaña. En la que he mencionado solamente la de los candidatos a presidente de la República, pero que bien sabemos que abarca también las de gobernadores, diputados y senadores, del Legislativo federal, y de diputados a varios congresos estatales, así como de presidentes municipales.

Quizás la rapidez con que surgió esta agrupación ha sido la causa de que no hayamos podido disponer de más elementos de juicio para evaluar y conocer a sus líderes. Es posible que los propios candidatos sí habrán podido hacerlo, así como los dirigentes de los partidos contendientes. Ya habrá tiempo y ocasión para hacerlo. Por ahora, baste con aceptar la importancia que ha dado su participación en términos de votos, y la influencia determinante que han mostrado en las encuestas, que ya hoy se habrán confirmado, o bien quedado en falta por la imprecisión de sus variables, metodologías y conclusiones.

Yo mismo no creo haberme identificado hasta ahora en lo que a preferencias electorales se refiere, y lo hago inmediatamente, en muy pocas palabras: estoy convencido de que el candidato Enrique Peña Nieto es quien ha de regir los destinos de México, con su juventud y la precisión con que ha venido definiendo la compleja problemática tanto nacional como internacional a la que México se enfrenta en las presentes circunstancias, y después de dos sexenios, por lo menos, si no es que tres, de gobiernos que han llevado una política que ha generado un terrible desempleo que a su vez multiplicó la emigración por la frontera norte, empobreció a los campesinos a extremos inadmisibles, y no pudo o no supo cómo dar a todos los mexicanos la libertad y la seguridad a la que indudablemente tenemos derecho. Es impostergable también el fortalecimiento de nuestras instituciones, y estimular la convivencia pacífica entre todos los compatriotas. Estamos ya en el umbral de otro país.