Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Balance de la derrota y algunas propuestas
E

l prolongado esfuerzo electoral fue muy grande, y su resultado en votos importante. Pero en los países dependientes, a diferencia de los europeos, un triunfo electoral capaz de modificar el sistema político sólo es posible como consecuencia y subproducto de movilizaciones extraelectorales de masas, como la propia Revolución Mexicana de 1910, las huelgas que derribaron a la dictadura brasileña, el 2001 argentino, las luchas del agua y del gas en Bolivia, las luchas venezolanas que hicieron posible a Chávez.

Las elecciones, en nuestros países, no son, además, sólo una disputa entre sectores de las clases dominantes y de sus aparatos políticos con una intervención indirecta o pasiva de las masas populares. En ellas pesa –¡y cómo!– la dependencia de la dominación imperialista, que se ejerce indirectamente mediante sus marionetas en los partidos e instituciones capitalistas, profundamente ligados al capital financiero internacional, y directamente mediante la embajada y todas las agencias con ésta relacionadas. Reitero que no se puede ver lo que sucede en México como si el país estuviera en Marte, cuando es un problema interior de Estados Unidos y como tal es tratado por Washington dentro de su estrategia para todo el continente. Los golpes blancos parlamentarios al estilo hondureño o paraguayo asumen, por eso, en México la forma de la cláusula no escrita que veta un gobierno de izquierda o de centroizquierda en Los Pinos. Los nacionalistas no ven, absurdamente, la presencia del imperialismo en su frontera; los internacionalistas, en cambio, comprenden que sin alianzas con los oprimidos dentro de Estados Unidos y en toda América Latina las posibilidades de liberación nacional serán muy reducidas. Recordemos que Argelia, en los años 60, consiguió su liberación gracias a su insurrección popular pero también a la movilización solidaria de la izquierda en Francia y a la de los pueblos árabes, y Cuba sobrevivió por los trabajadores cubanos, pero también por el apoyo internacional…

Las derrotas electorales de 1988, 2006 y 2012 se originan, sobre todo, en la persecución de la falaz utopía del cambio por la mera vía electoral y en la fe religiosa en un fetichismo particular: el del pedacito de papel depositado en una urna que, supuestamente, los impecables suecos o suizos que nos gobiernan reconocerán en nombre de la democracia. En un país donde la abstención es grande o incluso enorme, donde los más pobres, para comer, están dispuestos a vender su voto pues no esperan nada de nadie ni de nada, y tampoco de sí mismos, donde hay cientos de miles de jóvenes que entran en los ejércitos del narco, donde –si sumamos los votos del PRI, los del PAN, los del Panal y buena parte de los del PRD– es mayoritario el pensamiento conservador y reaccionario, lo esencial, en cambio, es luchar por construir conciencia social y organización que la exprese.

El voto es sólo un mal termómetro de la temperatura social. No cambia nada ni otorga fuerza organizativa. Por el contrario, incluso para conseguir votos hay que promover en las luchas la conciencia de la propia dignidad, la capacidad de medir la relación de fuerzas entre el gobierno y el pueblo y entre las diversas clases sociales, la seguridad y autoconfianza que sólo una organización puede dar. Eso no se logra sólo con campañas electorales sino partiendo de las luchas concretas de los trabajadores de todo tipo, por sus problemas reales, y del nivel de conciencia de quienes participan en ellas, para unificar los movimientos, para educar en la solidaridad, para demostrar cuáles son las causas de fondo, en el sistema, de los efectos del mismo contra los cuales esos asalariados se alzan. La vida y las luchas, la gente real, deben ser el eje de los esfuerzos en pro del cambio social, no las urnas, que otros controlan y manipulan.

Un movimiento que no acompaña a los trabajadores en sus luchas, las socializa y extiende, no consigue ni siquiera suficientes votos y no cambia nada. Mucho menos aún si para lograr votos más que moderados acepta acuerdos con gente repudiada, no habla de lo que debe hablar y no se reúne, por temor, con quienes –como los indocumentados de Estados Unidos o los progresistas latinoamericanos– debería reunirse y coordinar sus acciones.

Si se quiere cambiar socialmente el país, es necesario un instrumento adecuado para ello, no una montaña de papel. La Organización Política de los Trabajadores (OPT) fue subordinada a Morena, no un eje a reforzar y construir. Ahora la lucha de los #YoSoy132, que no reconocen la imposición de un gobierno ilegítimo e ilegal, está en segundo plano para Morena, frente a la campaña jurídica por la impugnación de las elecciones.

Lo que hay que organizar, por supuesto, no es una rebelión inmediata, porque ni existen las fuerzas para ello ni los que se sienten burlados y robados tampoco la desean. El Rubicón que hay que pasar es la ruptura con el tabú institucionalista impuesto por los senadores romanos que padecemos. O sea, organizar la solidaridad con los gérmenes de autogestión y de autonomía que surgen en el territorio, hacer pactos de gobernabilidad en cada población, aplicar directamente todos los derechos que sea posible, organizar la defensa de los dirigentes populares y la autodefensa de las organizaciones de masas.

La resistencia civil no significa cesar de trabajar y morirse de hambre en señal de protesta, sino comenzar a crear las condiciones para una huelga general nacional con apoyo popular, por un programa obrero y popular de transformación del país redactado y elaborado en la lucha (y no sólo por un programa desarrollista sin garra redactado entre cuatro paredes, por más que pueda tener puntos rescatables).

Se ha cerrado la etapa que comenzó en 1910 y se arrastró hasta ahora. Entramos, y no sólo en México, en la fase de la lucha anticapitalista. En la lucha, como la de los #YoSoy132, están surgiendo dirigentes naturales. A sus preocupaciones hay que responder.