Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No sólo de pan…

Trufas y sonrisa irrepetibles

T

ras el largo ayuno, su tentación fue transformar las piedras que abundan en el desierto en panes; pero era tentación del espíritu, no del cuerpo, pues por mucha que sea el hambre no hay quien hornee pan para comerlo a solas. En cambio multiplicó los panes hasta saciar el hambre colectiva de quienes acudieron a escucharlo… Y es que el pan se comparte, se parte y se reparte. ¿Qué hay de más triste que pedir media baguette en París o comprar un solo bolillo en México? Son soledad o injusticia social, respectivamente.

El pan sin apellido siempre es de trigo, de otro modo se dice pan de maíz, pan de arroz o pan de yuca porque estos cereales no son panificables y para hacerlos pan se les pone gluten de trigo, mijo, sorgo o cebada.

Siendo el pan el alimento fundamental de las civilizaciones de Occidente, no es extraño que se haya convertido en el símbolo hegemónico del comer: en paradigma de satisfacción si es buen pan, o del hambre si falta en la mesa.

No sólo de pan vive el hombre, dicen los cristianos para significar que el hombre vive tanto de alimentar al cuerpo como al alma. Comer pan sin sal es para los judíos ayuno que favorece al espíritu, y en un contexto científico, los azúcares lentos del pan no bastan para mantener sano un organismo humano.

Millones ruegan por el pan de cada día y muchos más dan las gracias por tenerlo en la mesa. Si el pan se obtiene con el sudor de la frente, compartirlo es prueba de justicia y símbolo de paz entre los hombres.

Trigo en francés es blé, y bled es campo de trigo, el terruño; palabras que designan también al dinero. ¿Será porque la primera y primaria riqueza del hombre es la de poder comer hasta quedar satisfecho?

Para buen hambre no hay mal pan, dice el refrán, pero yo digo para mal hambre no hay buen pan, pues aunque un estómago vacío pueda llenarse con cualquier cosa, el hambre sólo se satisface verdaderamente con alimentos que están en la memoria del paladar, o cuando logran excitarlo agradablemente.

No sólo de pan… traerá a esta mesa la satisfacción y el hambre, el derecho a alimentarse, noticias curiosas o útiles, gota agota, acerca del inagotable tema de la alimentación del hombre.

En esta primera entrega recordaré la escena de cuando mi queridísimo amigo me citó en la calle Lauriston del barrio XVI en París: se puso de pie mientras el Maître me acercaba la silla, le hizo una seña sobrentendida y no me permitió ver la carta. No tardaron en llegar dos meseros con platillos cubiertos por brillantes campanas que levantaron al unísono, aparecieron sendos vol-au-vent hojaldrados de talla inusual, el Maître cortó su parte superior poniendo de lado la tapa y dejando ver un relleno oscuro que bañó con una crema marrón de donde emanó un aroma inconfundible… Mi amigo me dirigió una mirada de a la una, a las dos… y a las tres hincamos los tenedores en el pozo relleno de trufas en salsa de trufas. Tras el primer bocado alcé los ojos: tenía una mirada triunfante con su extraordinaria sonrisa de niño, amplia, confiada, luminosa. Jorge Carpizo me invitó al restaurante Paul Chêne, un “étoilé Michelin” fundado en 1959. Hoy, traspasado el negocio, siguen ofreciendo trufas en distintas preparaciones, pero ya nunca reprodujeron aquella especialidad culinaria, ni se repetirá aquella sonrisa.