Opinión
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Todos los caminos conducen a Pekín
D

urante siglos, las referencias a China y los chinos suscitaron en Occidente las emociones que seguramente sintió el escribiente Rusticello de Pisa cuando su compañero de celda, el veneciano Marco Polo, le platicaba de sus aventuras en los vastos dominios del emperador mongol Kublai Khan.

Publicado mucho antes de la invención de la imprenta de tipos móviles (que los coreanos conocían desde el siglo XI), el Libro de las maravillas del mundo (1299) fue el primer estudio de mercado del capitalismo naciente, y un best seller entre las potencias marítimas que se disputaban el control del mar Mediterráneo.

Hombres de Estado, mercaderes, geógrafos, eruditos, militares, poetas, teólogos y navegantes como Vasco da Gama o Cristóbal Colón quedaron embrujados con la obra de Polo, a quien algunos calificaban de exagerado por su inclinación a las grandes cantidades: millones de costas, millones de soldados, millones de personas, millones de pájaros.

De hecho, el Libro de las maravillas… fue también conocido como Il milione (El millón). Y el tiempo le dio la razón a nuestro héroe. Porque en China, los millones de unidades aturden: mil 400 millones de habitantes, seguro médico para mil millones, 76 millones de afiliados al Partido Comunista (PCCh), por no hablar de aquel departamento de 357 metros cuadrados que en Hong Kong se vendió en 175 millones de dólares.

El marxismo fue introducido en China por intelectuales como Chen Duxiu (1880-1924) y Li Dazhao (1889-1927), y nacionalizado por Mao Zedong (1893-1976) en las distintas modalidades que jalonaron los años heroicos: Guerra Popular, Gran Salto hacia Adelante, Revolución Cultural.

Que los chinos, en fin, inventaron el spaghetti. Mas poco se repara que en 1960, cuando en lugar del Islam fundamentalista los yanquis nos espantaban con el comunismo (y los filósofos franceses andaban lejos de las cínicas ocurrencias del posmodernismo), el humilde camarada Deng Xiaoping fue reprendido por el partido, por decir: Da igual que el gato sea blanco o negro; lo importante es que cace ratones.

A finales de los años 70, Deng fue nombrado líder máximo del PCCh y luego presidió el país entre 1981 y 89, periodo en que China emprendió las cuatro modernizaciones en economía, agricultura, ciencia y tecnología, y defensa nacional. Y para realizarlas, el PCCh delegó en su comité central de 300 personas (0.0004 por ciento de los afiliados), y el buró político de 24 (0.00003), la ejecución de tales objetivos.

A ojos vistas, “…poco democrático”. ¿Quién lo dice? ¿Las democracias fracasadas de Occidente, o el marxismo colapsado de anarquistas, comunistas, socialistas y trotskistas? Me parece que lo pertinente sería preguntar si los comunistas chinos, por otras vías, llegaron a la misma conclusión de Maquiavelo: jamás suceden bien las cosas cuando dependen de muchos.

Una lectura desprejuiciada observaría que en China brotan y se retroalimentan las mil flores de Mao sin cesar: marxismo, leninismo, modernización, y los grandes desafíos de la llamada Triple Representatividad planteada por el presidente Jian Zemin (1993-2003): fuerzas productivas igual a hombres de negocios; cultura avanzada igual a infraestructura, e intereses fundamentales de la mayoría igual a democracia.

A China no se le puede ver ajustando el diafragma a la hipocresía y oportunismo de las corporaciones que lucran con la mano de obra barata de sus trabajadores ni con los análisis arrogantes y seudomarxistas del humanismo occidental. Estamos hablando de la potencia económica que empieza a condicionar todos y cada uno de los cursos de acción política del nuevo siglo, y de una sociedad organizada que alberga la población conjunta de Estados Unidos, Europa y América Latina.

En la época de Marco Polo, todos los caminos conducían a Roma, y en la actual acaban invariablemente en Pekín. ¿Nuevo imperialismo? En todo caso, sin intervencionismo, pero con fuertes inversiones que en países (Cuba, Brasil, Argentina, Ecuador, varios de África) garantizan el desarrollo económico y social, y sin los arrestos del Destino Manifiesto que, parafraseando a Bolívar, sembró el mundo de explotación y miserias en nombre de la libertad.

En los últimos cien años, tres generaciones de izquierda han cumplido tres veces 30 años, y andan medio descolocadas con aquellas palabras de Mao al tratar las contradicciones en el seno del pueblo: …aún no ha sido resuelta, en definitiva, la cuestión de quién vencerá: el socialismo o el capitalismo (1957).

¿Qué resta de la legendaria China, la feudal de Marco Polo, la revolucionaria de Mao? Sospecho que parte de la respuesta está en los ojos de los turistas que visitan la milenaria Ciudad Prohibida de Pekín. Cuando el guía les informa que, justamente allí, el gran timonel proclamó la República Popular el 1º de octubre de 1949, toman una foto y exclaman: ¡Guau!