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Periódico La Jornada
Domingo 22 de julio de 2012, p. a16

Existen diferentes maneras de reaccionar ante la inconformidad. Algunos, los más, se molestan y expresan su pesar sin buscar solución; otros elevan su queja al grito y en ocasiones a la violencia; pocos resuelven su situación. Mario Vargas Llosa (1936), sin embargo, decidió volcarla en la literatura.

La inconformidad del Premio Nobel de Literatura 2010 no es la queja por la queja, no es llevar la contraria porque sí, sin sentido. Es una visión crítica de su mundo, una actitud, que además, no lo bloquea, sino que lo impulsa al acto rebelde de crear.

Sus obras más recientes lo demuestran. En El viaje a la ficción (Alfaguara, 2009, 248 páginas), antes de escudriñar la literatura de Juan Carlos Onetti (1909-1994), tema que ocupa el ensayo central del libro, el escritor peruano-español hace una profunda reflexión sobre la necesidad humana de contar historias, de construir ficciones.

Esta pulsión imaginativa, dice Vargas Llosa, viene de la inconformidad con nuestra vida, esa vida que duele, que complica, o que simplemente, aburre. El hombre sueña para crear mundos que nos gustaría experimentar, contemplar. Y el escritor es un soñador que escribe, dice también en Cartas a un joven novelista (reditado por Alfaguara en 2011).

Fantaseamos y soñamos lo que no vivimos, porque no lo vivimos y quisiéramos vivirlo. Por eso lo inventamos: para vivirlo de a mentiras, gracias a los espejismos seductores de quien nos cuenta las ficciones, asevera el narrador.

No conforme con su reflexión sobre la actividad del literato, Vargas Llosa traslada su inconformidad a los personajes de sus novelas. Sin embargo, ellos la llevan al siguiente nivel, la rebeldía. Roger Casement, ese colonizador del Congo convertido en separatista irlandés, de la novela El sueño del celta (Alfaguara, 2010, 451 páginas) es un símbolo innegable de esta inconformidad. Su vida lo lleva a ser agente del gobierno británico en África para mantener el control de las colonias; sin embargo, la explotación, el abuso y el sometimiento de las comunidades le abrieron los ojos a tal grado, que terminó luchando contra el Reino Unido.

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Y podríamos remitirnos a novelas anteriores, de los últimos años como Travesuras de la niña mala o El Paraíso en la otra esquina, donde los personajes huyen de sus países buscando mundos más excitantes, más desafiantes que aquellos que los vieron nacer.

Y qué decir del ya clásico La guerra del fin del mundo, donde un religioso congrega a una comunidad de marginados y transgresores para desafiar a la República brasileña creando un pueblo autónomo, independiente de ese gobierno que sólo los mantiene en el corral y les exprime dinero.

Su más reciente libro, La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012, 226 páginas) es una muestra más, pues a través del ensayo, desmenuza y exhibe lo banal de la cultura y el arte actual; lo pobre de la política; lo ridículo de la prensa, lo irresponsable de la educación en el mundo. Leer es un acto de resistencia, han dicho algunos. Escribir, crear, inconformarse, un ejercicio de libertad, dice Mario Vargas Llosa.

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