Sociedad y Justicia
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Aparece el sectarismo entre rebeldes sirios
 
Periódico La Jornada
Lunes 23 de julio de 2012, p. 40

Un joven sirio se presentó hace poco más de una semana en un elegante edificio de oficinas de Beirut con un mensaje aterrador. Sin dar su nombre, pidió hablar con un compatriota que trabaja allí, un hombre con buen grado de estudios que salió de su país hace meses. El visitante fue llevado escaleras arriba y se presentó. “Los shebab me mandan a verte –dijo; esta palabra se puede traducir como los jóvenes o los compañeros, y en este caso se refiere a la oposición siria armada–: necesitamos tu ayuda.”

Su relato fue tan revelador como estremecedor. Damasco está a punto de ser atacada, pero no hay control sobre los combatientes. “Algunos consumen drogas –dijo el visitante–. Atacan a quien sea. No podemos garantizar lo que algunos harán. Si avanzan hacia Malki (zona de clase media de población mezclada, en el centro de Damasco), no podremos proteger a los que viven allí. Estamos en contra de los combatientes salafistas; con nosotros hay sirios buenos, drusos e ismaelitas (alauitas). Pero si capturamos Damasco, si no sabemos controlar una ciudad pequeña, menos un país.”

Fue un relato de guerra civil: entre los chicos buenos también hay malos, y viceversa. El sectarismo está apareciendo en la revolución siria. El fin de semana pasado, uno me dijo: Están atacando con bayonetas en los poblados de los alrededores de Damasco. Se habla de violaciones de mujeres a las afueras de Homs –según un cálculo hay hasta 200 víctimas–, y los violadores son de ambos lados. El sirio que vive en Beirut sabía todo eso y dio el siguiente consejo a su visitante:

Organicen comités vecinales, hombres bien vestidos que todos puedan identificar y nos protejan a todos: cristianos, drusos, sunitas, alauitas: a todos.

Cinco días después, el mismo personaje recibió una llamada telefónica desde Damasco, de un hombre no identificado. Jefe, saca a tu familia de Damasco. Dale mi número de teléfono a tu mamá, para que me llame si tiene algún problema en el camino a Líbano.

Se cree que hasta 50 mil sirios huyeron a Líbano la semana pasada. La madre del sirio de Beirut no estaba entre ellos; no encontró a nadie que pudiera llevarla los 65 kilómetros hacia la seguridad.

Los relatos que surgen de Siria son ahora de recelo, caos y muerte. El jet personal del presidente Bashar Assad partió de Damasco el miércoles por la noche hacia la población costera de Latakia. ¿Huía Ba-shar de su capital? No: trascendió que el avión llevaba el cuerpo de su cuñado asesinado, Assaf Shawkat, para ser sepultado cerca de su ciudad natal, Tartús, en Líbano.

Los musulmanes sunitas ya celebraban su muerte con euforia porque, según se cree, fue Shawkat –su nombre apareció en un informe de la ONU que fue censurado después– quien planeó y ordenó el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri, cuyo convoy fue atacado con bombas en Beirut el 14 de febrero en 2005. Hariri, sunita, se había distanciado de Assad a causa de las acciones de Siria en Líbano. Shawkat fue el verdugo. El atacante había sido atacado del mismo modo.

Hace dos meses, se dice en Damasco, hubo un intento de envenenar a Shawkat y a los otros dos hombres que fueron asesinados con él la semana pasada: el general cristiano Daoud Rajha, ministro de Defensa, y el general sunita Hassan Turkmani, jefe de la célula de crisis de Assad. Pero el cocinero puso en su comida 15 tabletas de veneno en vez de las cinco prescritas –tal era su entusiasmo– y ellos se dieron cuenta de que el alimento estaba mal. El cocinero escapó.

Ese es el más preciso de varios relatos del envenenamiento que circulan, pero no hay razón para no creerlo. La traición no es nueva en el régimen sirio. El tío de Bashar, Rifaat –que ahora reside en Mayfair– intentó dos veces dar un golpe militar contra el padre de Bashar, Hafez.

El mes pasado, Bashar Assad recibió un consejo de un conocido suyo: si ponía fin a sus ataques contra los civiles, los europeos le permitirían permanecer en el poder al menos dos años más, porque Occidente quiere oleoductos directos de Qatar a Arabia Saudita vía Jordania y Siria hacia el Mediterráneo, para poner fin al dominio ruso sobre el gas y el petróleo para Europa. La respuesta de Assad se produjo en el siguiente discurso. “Existen personas con intenciones patrióticas –dijo–, pero no conocen la naturaleza del conflicto.”

Toda la evidencia sugiere que es Assad quien no ha captado la naturaleza de este conflicto. En cambio, parece que dos de sus parientes sí la entienden. Mohamed Makhlouf, tío del presidente por el lado materno, y Rami, hijo de éste y primo de Assad, han estado buscando un acuerdo con el gobierno francés que les permita vivir en París si el régimen se derrumba. Los Makhloufs han estado en el centro de la corrupción gubernamental en Siria y son una de las razones de la revuelta y sus 17 mil bajas. Porque, más allá de la dictadura y su aparato de policía secreta, el pegamento que mantenía unido al gobierno era la corrupción.

El norte de Siria, por ejemplo, siempre ha sido una vasta zona de contrabando, un lugar donde casi todo hombre de cada familia posee un rifle –por eso los Assad siempre nombraban rudos militares para gobernadores de la región de Alepo–, y los bienes pasaban de Turquía a través de Siria hacia Jordania y el Golfo. Pero una vez que la economía siria comenzó a decaer, la corrupción mutua de funcionarios y bandidos, y entre unos y otros un régimen encabezado por la minoría alauita y sus favoritos en la comunidad cristiana y la mayoría sunita, hizo que ese pegamento comenzara a derretirse.

Si bien en un principio el malestar tomó la forma de manifestaciones pacíficas en todo el país –provocadas por la tortura y asesinato de un adolescente de 13 años por policías secretos en Deraa, en marzo del año pasado–, pronto aparecieron hombres armados en las calles de algunas ciudades. Hay imágenes en video de pistoleros en las calles de Deraa ese mismo mes, y existen tomas de Al Jazeera que muestran combates entre hombres armados y tropas sirias apenas al otro lado de la frontera norte de Líbano en abril de 2011. Misteriosamente, Al Jazeera resolvió no transmitirlas.

Por supuesto, Arabia Saudita y Qatar, país donde Al Jazeera tiene su sede, no ocultan los fondos y armas que envían a Turquía y Líbano con destino a la resistencia, al parecer sin dar mucha importancia a quiénes son los que resisten. El ejército libanés se las ha arreglado para detener uno de cada cuatro cargamentos de armas, pero los otros, transportados en barcos registrados en Sierra Leona, logran entregar la mercancía.

Una de las dos organizaciones que asumieron la responsabilidad por los bombazos de la semana pasada en Damasco, Liwa Islam (Brigada Islam), hace surgir de nuevo el elemento salafista en la oposición armada siria. Un refugiado recién llegado de Siria me contó la semana pasada que han prohibido el alcohol y que tienen el abierto propósito de morir combatiendo en Damasco. Dada la salvaje respuesta del régimen sirio, es posible que cumplan su última voluntad.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya