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Luz de día

E

l poeta no sabe lo que sabe pero sabe que si no lo sabe al menos puede saberlo, o vislumbrarlo, en el poema.

Todo poema es a final de cuentas indescifrable, en cierto modo ininteligible, pero no imperceptible, no inintuible.

El poema llega, cuando llega –y aquí el asunto es no muy diferente para poeta y lector–, de modo que se le reconoce aun cuando no haya modo de comprobar que antes se le conocía.

Todo poema, por pequeño que sea, aspira a –respira en– la totalidad.

El deber del poeta es escuchar lo poético de/en su lenguaje, para, instalado en la zona de lo poético, dar con el poema.

Hablar de poesía, no siempre en poesía, pero nunca sin poesía.

El poema en el fondo asienta: qué pequeño es el universo. Pero asimismo: cómo en cada fragmento todo está.

Se puede afirmar que todo verso es medido, pero es mucho mejor intuir que todo verso es medida.

Se ha dicho muchas veces que Adán hablaba en verso; la prosa vino después.

Contrario a lo que parece, me parece, el verso va, la prosa siempre como que quiere regresar.

El verso danza, también se ha dicho, pero en su danza va.

¿Y a dónde en su danza el verso va? A seguir siendo el origen, el olvidado paraíso.

No olvidamos el paraíso; no lo podemos recordar, pero muy mucho menos olvidarlo. El verso está diciendo eso, desde allá. Desde el tiempo aquél.

No sé muy bien qué sea el estado alfa de la mente, pero en/con la poesía debe alcanzarse.

El estado poético no necesariamente tiende a las palabras, pero habla.

Lo que sabe el/la que en el estado poético está es que él/ella no puede hablar pero algo en él/ella está diciendo lo que se dice, y que ese decir en absoluto le es ajeno.

Palabras más, palabras menos, dice siempre el poema, pero en las tan precisas como exactas palabras.

Verso que no mueve, que no deriva en acción, así sea sólo interna, ¿qué verso será?

Versos hay que convencen, pero que no conmueven. Más que apreciados, son calificados.

El poeta no tiene, para decirse, sino las palabras del poema.