Cultura
Ver día anteriorJueves 2 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Roma al final de la vía
B

ajo la dirección de Lorena Maza el Teatro Helénico va despojándose poco a poco de la influencia televisiva que le impusieron gestiones anteriores a través de los contratos con el cómico Jorge Ortiz de Pinedo y su hijo Pedro al acoger, así sea un día a la semana, obras como Roma al final de la vía de Daniel Serrano, el importante dramaturgo sonorense que no es lo suficientemente conocido en estos pagos por culpa de la tremenda centralización cultural que padecemos, y quien la escribió originalmente para las actrices, también de Sonora, Emma Miorin y Eva Audelio. Posteriormente fue presentada en la capital, tuvo temporada el año pasado –que por diferentes razones no pude ver en la Casa de la Paz– que es ahora también coproductora junto a Viaje Redondo Producciones de las actrices Norma Angélica y Julieta Ortiz (quien reside y trabaja en Los Ángeles, California), bajo la dirección de Alberto Lomnitz. Resulta notable que, sin mayor publicidad y con dos actrices muy sólidas pero no de relumbrón, el regreso se haya efectuado a teatro lleno, lo que quizás se deba a las recomendaciones de boca a boca que haya tenido.

Si alguna vez, o algunas veces, llegaba –y hablo en pasado porque parece que ya no se dice más– a nuestros oídos el malicioso humor machista que negaba la posibilidad de amistad entre dos féminas, por suponer que somos egoístas, frívolas y envidiosas, nosotras nos reíamos y nos apegábamos a la amiga del alma. Como constatación, Roma al final de la vía cuenta la historia de la larga amistad de dos mujeres, Emilia y Evangelina, desde niñas hasta ancianas, que se encuentran siempre en las vías del tren que pasa por su pueblo del desierto de Sonora, primero con la esperanza infantil de llegar a Roma, luego por costumbre o por la imposibilidad del cambio. Roma es en su imaginario el lugar de la libertad y plena realización a partir de lo que la abuela italiana de Emilia le contara, en contraste con la monotonía pueblerina en que viven sumergidas, porque nadie les dijo que la felicidad podría estar ahí. Emilia y Evangelina son muy diferentes y se complementan, la primera audaz y retadora, la segunda más contenida y siguiendo a su amiga. El autor da un sorprendente giro a esto al final, en el recuento de amantes que ha tenido Evangelina muy en secreto y sin alardes, lo que habla de la capacidad como dramaturgo de Serrano que no se limita a ofrecer perfiles lineales de sus personajes.

Esta capacidad se advierte también en los diálogos, cuyo modo y contenido varían según transcurre el tiempo y las modas en cada etapa. De niñas, las amigas muestran temor de que aparezcan sus madres a buscarlas y entretienen la espera con preguntas de las tablas de multiplicar. De adolescentes, la menstruación es el tema y ya sentimos la presencia de la chismosa Paloma y de Matías, el enamorado de Emilia que se hace cada vez más presente cuando ambas son jóvenes mujeres y ya encaran el matrimonio. Luego, el aburrimiento de sus parejas comentado en diálogo con intercambio de groserías, para seguir con el devenir sin metas, hasta llegar a una vejez en que ya todo es recuerdo y recuento. El final es bellamente dado.

Un módulo pentagonal es el escenario en el que se encuentran dos percheros con la ropa y algunos cubos y un prisma rectangular que es el lugar en que trepan las actrices para llegar a un espacio cercano a la vía que estaría en proscenio. La iluminación, demasiado tenue en la parte posterior, del director, Ismael Carrasco y Gonzalo Jacobo Galicia, así como el diseño sonoro de Alejandro López Velarde y Javier de la Peza, completan los ámbitos por donde discurren las dos actrices según el diseño de movimiento de Isabel Romero. Para cada etapa, ambas recurren a los percheros en donde están las ropas diseñadas por Adriana Olivera y se cambiarán en escena, a veces de cara al público, en algún momento con recato tras un perchero. Ambas logran dar todos los tonos según la edad que se les atribuye y se agradece que no tengan mohines y voces fingidas en la etapa infantil, aunque sí llegan a ello en la vejez. Julieta Ortiz demuestra su gran condición física en todo momento, sobre todo cuando se supone que trepa al tren en una de las mejores escenas y Norma Angélica matiza con su voz y su expresión facial a un personaje más complejo de lo que aparenta.