jornada


letraese

Número 193
Jueves 2 de Agosto
de 2012



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Morir en Feisbuk

Yo ya me morí para esa central del chismorreo y envenenamiento del alma llamada Feisbuk. Desde un remotísimo lugar de la frontera  entre Francia y Alemania la querida K. le envió un pésame  muy correcto a mi mujer, nada menos que por la pérdida de mí, o sea yo. La querida K. pasaba sus vacaciones al pie de los níveos Alpes, en ese paisaje que imita a las portadas de la revista Atalaya. Allá caía con ternura la tarde. Aquí el reloj marcaba con violencia las once am, con un sol que chorreaba plomo derretido sobre el comal del pavimento. Cuando digo Aquí me refiero a la frontera entre Monterrey y San Nicolás, México; en la paradisiaca riviera de un arroyo cuyas aguas en estos tiempos de secas apesta como el averno. Imagino las lágrimas sinceras en los ojos de K. ante la noticia que se le desplegaba en la computadora, a un click de la nada. En su pena, K. no podía tomar aprecio de la idílica campiña amenizada por pajarillos cantarines y aguas prístinas. Mi mujer recibió el mensaje y perdió la compostura. No tanto por mi eventual partida, sino por la grosería de largarme sin pagarle los recibos de agua y luz. Y a como está  el abarrote social y político en este país que se desangra entre descuartizados y pozoleros, mi Gorda creyó en lo que  comunicaba el Feisbuk como si se tratara de la mismita palabra del Noticiero estelar. 
No sentí rabia ni tristeza. Fuera del chisme relajiento todo es oscuro, frío y desierto. Allí uno se enferma de aburrimiento. En este mundo mucho daño provoca el engranaje ridículo de lo solemne.  No hay más alternativa que dudar de todo y agarrarlo a chunga hasta que la llamada fatal nos desengañe. El enredo me dejó perdido en el vicio reflexivo sobre la verdad del ser. Renté un pequeño piso en el abismo de mí mismo: me la curé. Según mis exámenes médicos aún no existen planes cosmológicos para enviarme al pozo. Aún así mi dama me marcó desaforada. Esperaba encontrarse con un eco de ultratumba: ¿Estás bien, eres tú, amado esposo? Y yo, todo amodorrado por una voluptuosa siesta oficinesca, le respondí: Pos claro, vieja, quién más voy a ser si no yo, y no molestes que estoy muy ocupado.  Ella insistió, incrédula, malpensada, novelera: ¿Seguro que eres tú y no un impostor? Y así siguió por un buen rato, insoportable. Y yo, vía teléfono, sin poder confirmar mi existencia a pesar de las pruebas ante mis ojos de mi maravilloso ser que soy yo mismo, desesperado, le grité: mira, para que sepas que yo soy quien asegura ser, te lo voy a demostrar: creo que soy el único que sabe que tienes un lunarcillo muy coqueto en esa partecita que ahora con mi mal aliento ya no me dejas explorar. Silencio. Ante evidencias ontológicas de tal envergadura, mi mujer exclamó un ya-ni-la-chingas glorioso y colgó el auricular.
 Mi muerte en Feisbuk fue problemática, implacable, gozosa. Las secuelas de aquel sepelio informático han hecho de mí un hombre más libre, más leve, más feliz; como el Matías Pascal de Pirandello. Ahora que estoy muerto, no hago más que reírme del acontecimiento y olvidarlo. Ustedes sigan chismorreando en esa central camionera llamada Feisbuk.


S U B I R