Opinión
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El largo caminar del pueblo ch’ol de Tila
E

l 31 de julio pasado arribó a la capital del país una caravana de ejidatarios ch’oles de Tila. Sabían que en la agenda del 2 de agosto de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) estaba programada la resolución de la inejecución del amparo que presentaron para que se les restituyan las 130 hectáreas de las que han sido despojados por el ayuntamiento municipal de Tila y no se les indemnice.

Como pueblo originario del norte del estado de Chiapas, siguiendo la tradición de los hombres y mujeres que a lo largo de su historia han defendido ese territorio ch’ol, la caravana es la continuación de la lucha que iniciaron hace más de 40 años en contra de la imposición de un fundo legal que no está asignado ni delimitado en la dotación presidencial. Unen su lucha y amor por la tierra a sus antepasados y afirman: Así como nuestros abuelos caminaron hasta Tuxtla, caminando sin caites, descalzos, comiendo sólo el pozol y la tostada que llevaban, así caminamos nosotros ahora.

Los ejidatarios de diferentes generaciones dieron una significativa muestra de su caminar como pueblo, de su cultura, de su organización, de su dignidad. La imagen que mostraron en su primer acto público en la ciudad de México fue por demás significativa y simbólica. En la conferencia de prensa que dieron el 30 de julio en el Centro Prodh, el vocero estuvo rodeado, acuerpado, por la voz colectiva de hombres, mujeres y tatuches mayores que junto con él han viajado más de mil kilómetros para mostrar y visibilizar al pueblo chol, para decir su palabra.

Se iniciaron todos los actos públicos de la caravana con una muestra viva de su cultura, con la danza de la pluma de quetzal. Después vino la palabra que surge de la memoria de una lucha que viene muy atrás y que no se limita a Tila o a Chiapas, sino que proviene de la historia misma de México; ahí se funde la reivindicación de los pueblos indígenas y campesinos por la tierra (la raíz zapatista) con la memoria de los abuelos y abuelas que lucharon por el territorio ch’ol: porque nosotros caminamos con nuestra historia; con ella luchamos en defensa de nuestra tierra que nuestros abuelos lograron con tanto sacrificio. Con gran desgaste físico y económico empeñaron todo su tiempo para lograr la posesión legal de la tierra en 1934, de un territorio que de por sí ha sido nuestro desde tiempo inmemorial.

El monumento a la Revolución, símbolo de la memoria de la lucha de los pueblos para que la tierra sea de quien la trabaje. De tierra, libertad, justicia y ley, fue el punto de partida de la marcha que realizaron el 1º de agosto. Así, reivindicaron no sólo su propia lucha, sino las de todos los campesinos e indígenas de México.

Desde el monumento a la Revolución, los ejidatarios ch’oles de Tila caminaron a la SCJN acompañados por cerca de mil hombres y mujeres que luchan y resisten desde diferentes frentes. Llegaron a las puertas de la instancia superior del sistema de justicia del país para pedir desde lo que somos y también como mexicanos, ¡justicia! Una justicia que debería y debe basarse en el reconocimiento al derecho ancestral sobre su territorio y en la importancia de la tierra como centro y raíz de la cultura de los pueblos. Debe privilegiar el derecho colectivo a la tierra por encima de la propiedad privada. Estas dos concepciones contrapuestas de la tierra son las que se encuentran en el centro de lo que la Corte decidirá: por un lado la reivindicación histórica de los pueblos al derecho a la tierra, a la autodeterminación y a la propiedad colectiva, y por otro la privatización de la tierra, el arrebatarles la toma de decisiones y el control de su tierra y territorio

La autodeterminación, la soberanía, la libertad no tienen precio. Por ello la indemnización, que es la alternativa a la restitución efectiva de sus tierras, no es aceptable para los ejidatarios ch’oles, ni para todos aquellos que viven y sufren las consecuencias del modelo privatizador neoliberal.

El 2 de agosto, en medio y a pesar de un fuerte operativo policial que les impidió manifestarse a las puertas de la SCJN, los miembros de la caravana hicieron patente que ellos vinieron a esperar el resultado de una decisión que supuestamente se iba a tomar adentro, a exigir ser escuchados y tomados en cuenta en una decisión que a quien más afecta es a ellos mismos y que será tomada en cuenta por otros; recibir la decisión para llevarla a sus demás compañeros ejidatarios hasta Tila, su pueblo, donde los que estaban allá, acompañados por varios de los vecinos del pueblo, se manifestaron simultáneamente de manera pública. Con la caravana querían demostrar y decir de forma simbólica aquí estamos. Nosotros somos a los que nos quieren despojar. Nosotros somos los que defendemos nuestra tierra y territorio.

Pero la angustia se convirtió en tristeza y en impotencia al saber que la Corte no trataría el caso. La insensibilidad se mostró al no haber reconocido este largo andar. Tendrían que regresar a su pueblo después de este peregrinar sin llevar por su voz la decisión del máximo órgano de justicia, de la última instancia nacional capaz de devolverles el territorio del que pretenden ser despojados.

Sin embargo, la semilla que vinieron a sembrar se queda acá, para demostrar la dignidad de su lucha que camina desde su identidad como pueblo originario y como sujeto colectivo de la historia. Su reivindicación a la tierra y al territorio es también la del derecho a la autodeterminación. Es camino-raíz hacia el reconocimiento de los derechos de los pueblos y de la madre tierra. La SCJN tiene todavía la oportunidad histórica de hacer justicia verdadera.