Opinión
Ver día anteriorDomingo 5 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palacio restaurado
M

ucho se ha comentado la frase la ciudad de los palacios, en referencia a la ciudad de México. Atribuida al barón Von Humboldt en realidad la escribió el viajero inglés Charles Latrobe, quien estuvo en México a mediados del siglo XIX. Sin duda muchas de las construcciones que inspiraron esas palabras fueron obras del arquitecto Lorenzo Rodríguez. Menciono algunas: el Sagrario de la Catedral, el templo de la Santísima, la fachada original de San Ildefonso, que esta sobre la calle de ese nombre, la capilla de Balvanera del convento de San Francisco, el convento de Betlemitas, hoy Museo de Economía y el palacio del conde de san Bartolomé de Xala, que se encuentra en Venustiano Carranza 73 y del que hablaremos el día de hoy.

Comencemos por recordar un poco de la historia de la mansión. La mandó construir don Manuel Rodríguez Sáenz de Pedroso, primer conde de san Bartolomé de Xala, título otorgado por el rey Fernando VI. Se sabe que tuvo problemas con las monjas del vecino Convento de las Capuchinas, quienes se quejaron por la altura de la construcción palaciega; finalmente las religiosas perdieron el caso y la casona se levantó. Tras disfrutarla muchos años, en los que fue centro de reunión de la aristocracia virreinal, el conde se la heredó a su hija, quien agregó mas títulos al casarse con el segundo conde de Regla.

En el siglo XIX el palacio comenzó a cambiar de manos e inició su deterioro. En 1964 el Banco Mercantil lo compró y lo vendió a un particular que lo changarrizó. Afortunadamente no realizó modificaciones importantes y respetó los notables lambrines de azulejos que adornan la escalera y una escultura en piedra finamente pintada, original del siglo XVII, que representa un negrito ataviado con elegante librea. En esa época era de moda entre las familias de prosapia tener sirvientes negros, lo que sin duda inspiró al autor de la bella pieza.

Hace unos años adquirió la residencia el señor Carlos Slim y mandó realizar una profunda restauración para convertirlo en un Sanborns, que se inauguró recientemente. Se trabajaron los elementos de cantera, los azulejos, el piso del patio principal, los barandales de hierro y la fuente. Para dar cabida al restaurante y la tienda fue necesario realizar adecuaciones, que en general respetaron la estructura original de la casa. Lo que si resultó lamentable es que le hayan quitado el color original al negrito de la escalera, que era una pieza de museo, así como a varios adornos que hay en el patio interior, que luce una fuente adosada a un muro. Fuera de esos detalles y algunos otros que son reversibles, lo cierto es que ahora el soberbio palacio luce dignamente su belleza y elegancia.

En el exterior, el portón principal tiene un marco diamantado; en el primer piso destacan los balcones con barandales de hierro forjado y las ventanas con una exuberante decoración, con incrustaciones de tezontle rojo y negro. La cuidadosa limpieza permite apreciar el exquisito trabajo de la cantería. En el interior sobresale una enorme arco que ostenta la fechas 1763-1764 que marcan el inicio y fin de la construcción, así como el nombre del arquitecto. Su interior pintado en un alegre color naranja quemado, evoca claramente la vida de las familias opulentas en el virreinato.

Es realmente motivo de júbilo que se haya realizado este rescate y lo mejor de todo es que cualquiera lo puede disfrutar, mientras saborea alguno de los clásicos de Sanborns, como las enchiladas suizas, los molletes, de los que ahora ofrecen una amplía variedad con guisados diversos y otros con sazón dulce. No hay que olvidar el rollo de helado, la hamburguesa, la pila de hot cakes con tocino seco y fibrudo, el fresco squashcon sus fresas y trozos de piña y las malteadas, todos ellos de la prehistoria sanborsiana. Para estar al día, a esos platillos plenos de calorías han sumado un menú light y también hay oferta especial para niños.