Opinión
Ver día anteriorJueves 9 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Rechazados: marginación y engaño
E

l rechazo, la marginación de más de 100 mil jóvenes deseosos de entrar a la universidad, es resultado de una actitud prepotente y dogmática, tanto de las autoridades gubernamentales como de las autoridades universitarias. No pocos funcionarios de la SEP que han provocado esta grave situación han sido en otro momento altos funcionarios universitarios y en las mismas universidades sus autoridades han apoyado, desde hace varias décadas, esta política de restricción de acceso a las aulas. Este grupo de funcionarios de la SEP y de las universidades ha impuesto una política de educación superior sin sustento sólido, nunca expuesta sistemáticamente para que pueda ser discutida y que responde a consignas económicas falaces.

En el país ya tenemos demasiados universitarios; faltan técnicos, hay muchas empresas que están necesitadas de ellos, me dijo enfático, hace algunos años, un subsecretario de la SEP. Estábamos discutiendo acerca del impulso de esta secretaría a las llamadas universidades tecnológicas. “Estoy en desacuerdo –le dije–: ni sobran universitarios ni el Estado tiene por qué destinar recursos públicos para entrenar técnicos especializados que servirán a intereses privados, ni hay contradicción inevitable entre formar técnicos y formar universitarios”.

“Sin embargo –añadí–, si así fuera, pues impulsen la creación de tecnológicos. ¿Por qué inventar este remedo de universidad?”

“No –me dijo el funcionario, palabras más o menos–. por tradiciones injustificadas los jóvenes quieren ir a la universidad y no a los tecnológicos, así que con la creación de universidades tecnológicas les damos gusto y satisfacemos la necesidad de técnicos”. Se trata, pues, de tomarles el pelo a los jóvenes.

Con el paso de los años se han hecho evaluaciones al sistema de universidades tecnológicas, con resultados muy desfavorables. Los técnicos egresados de estas falsas universidades y de los institutos tecnológicos padecen desempleo igual que todos los jóvenes. Las autoridades no solamente no han hecho caso de estas evaluaciones sino que incluso han despilfarrado más y más recursos en estas instituciones (hoy existen 60) y han inventado las universidades politécnicas (operan 39), que de universidades nada tienen. Hace algunos años la SEP emitió una norma para autorizar a las instituciones privadas el uso del nombre universidad: deberían desempeñar las funciones de docencia, investigación y difusión de la cultura y cubrir diversos campos académicos, entre ellos las humanidades. Ignoro si la SEP se tomó la molestia de derogar esa norma, pero diariamente la violenta con estas falsas universidades y con la autorización del nombre universidad a muchas instituciones privadas que tampoco cumplen esos requisitos.

Con razón los estudiantes excluidos reprochan a las autoridades: No quieren que más jóvenes mexicanos ingresemos a la universidad, no quieren que seamos humanistas o científicos, no quieren que aprendamos a pensar con libertad y a cultivar el pensamiento crítico, no quieren que desarrollemos las capacidades para transformar el mundo y a la humanidad. Una formación universitaria como la que demandan los jóvenes es, en primer lugar, la mejor base para formar buenos técnicos, creativos, propositivos, imaginativos, no simples copiadores o aplicadores de lo que otros inventan. Pero sobre todo, esta formación es la respuesta indispensable a sus necesidades formativas como personas, como los seres humanos plenos que deben ser considerados, sin degradarlos a la condición de meros instrumentos de producción. Además, esta formación es, como ellos atinadamente señalan, indispensable para que participen como ciudadanos comprometidos con las transformaciones necesarias de su país y del mundo.

Quienes controlan el sistema de educación superior de este país tiene la convicción de que la educación universitaria –científica, humanística y crítica– es sólo para una elite, no para las masas. Su proyecto es consolidar una sociedad estratificada a la que corresponde un sistema educativo también estratificado. Quizá nadie como el doctor Ignacio Chávez lo expresó tan claro. Al recibir la medalla Belisario Domínguez en 1975 dijo que su utopía (interrumpida por un áspero viento) era una sociedad constituida por dos pirámides: una de ellas, la escolar, que alimenta desde sus diferentes niveles a los correspondientes de la otra, la social, configurada por los logros educativos de los individuos y por los puestos en el trabajo que a estos logros corresponden. En la base de la primera pirámide estaría la enseñanza primaria, para todos, y cuyos egresados constituirían, en la base de la pirámide social, los trabajadores menos preparados, pero ninguno de ellos analfabeto. En el segundo nivel, en la medida de lo dable –dijo Chávez–, estaría la enseñanza secundaria o técnica, de la cual saldrían gentes armadas para la vida del trabajo. Seguirían en la pirámide escolar, superponiéndose, los estratos de la educación media, y en los que siguen hasta llegar al vértice, los de la educación superior de todo tipo, la universitaria y la técnica, la de las ciencia y la de las humanidades, la que educa y la que investiga, la de los últimos niveles que van de la licenciatura al doctorado. De estos últimos niveles saldrían los conductores ilustrados que guiarían a toda la sociedad y los técnicos que la ayuden a mejorar mediante su servicio calificado.

Para imponer esta utopía se han hecho innumerables esfuerzos, desde los exámenes de admisión impuestos por Chávez para restringir el acceso a la universidad (extendidos después a todo el sistema de educación superior), la cancelación de los proyectos de universidad abierta y Colegio de Ciencias y Humanidades impulsados por Pablo González Casanova (lo que queda de ellos es un remedo), la separación del bachillerato de las universidades, la creación del Conalep como ciclo terminal, la imposición del examen único de ingreso al bachillerato que fuerza a miles de jóvenes a incorporarse al Conalep (con resultados desastrosos), la restricción de recursos a las universidades autónomas, la asignación de cuantiosos recursos al sistema de enseñanza técnica, y más recientemente la creación de las simulaciones llamadas universidades tecnológicas y universidades politécnicas.

Ahora miles de jóvenes han salido a las calles: exigen una auténtica formación universitaria, no se dejan engañar con las cuentas de colores de la feria organizada por la SEP. Es inaplazable que se les den los espacios formativos que demandan.