Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de agosto de 2012 Num: 910

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poetas

En recuerdo de
Severino Salazar

José María Espinasa

Hardy, el burlón
Ricardo Guzmán Wolffer

La realidad y la momificación de la poesía
Fabrizio Andreella

Lectura vs televisión
Ricardo Venegas entrevista con Rius

1907: la primera
primavera mexicana

Marcos Daniel Aguilar

El cielo de Paul Bowles
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Foto: circulodepoesia.com

En recuerdo de Severino Salazar

José María Espinasa

Severino Salazar es un escritor extraño, pero esa misma extrañeza lo ha vuelto un caso paradigmático de la narrativa de su generación. Nacido en 1947, es apenas cuatro años más joven que José Agustín, pero pertenece claramente a una nueva generación de novelistas surgidos a fines de los años setenta. Sus textos son considerados por la crítica de lo mejor del último cuarto del siglo XX, pero sus lectores son pocos y su fama nunca alcanzó al gran público ni traspasó nuestras fronteras. Y hoy, a siete años de su muerte, en 2005, se tiene la sensación de que ha caído en el olvido. Por eso es notable la aparición, a fines del año pasado, de un libro inevitablemente extraño, incluso desde su mismo título: Pro Severino, de Alberto Paredes.

Tiene resonancias de cultura helénica a destiempo, de “antología palatina”, de libro de otra época, con otro contexto para la cultura y lo literario, un tiempo en que la amistad no era un problema en la escritura. ¿Cuántos libros en México se han escrito tan descarada y francamente dictados por la amistad? Pienso que muy pocos. Y agrego: a mí me parece una virtud impagable. Alberto Paredes, crítico, ensayista e investigador literario, amigo del novelista Severino Salazar, que escribió de sus libros con frecuencia, reúne esas “reseñas”, más algunos inéditos (sobre todo poemas que sirven de homenaje al amigo) en un libro que llama militantemente Pro Severino. Y el libro es un buen retrato del novelista zacatecano a la vez que un “ejercicio de admiración” a la manera de los que escribió Cioran.

Los textos reunidos por Paredes son también como una especie de bitácora de la lectura que se hizo de las novelas y libros de cuentos que Salazar fue publicando, de los premios que recibió, de los reproches recibidos y de los elogios ganados, lo que nos permite seguirle el rastro al divorcio del público con la crítica y al de la crítica con los editores. Alberto Paredes tiene a la vez prestigio como investigador y académico, y una presencia como crítico en la prensa, y sabe que al relatar las vicisitudes de sus reseñas sobre los libros de su amigo, describe el funcionamiento del criterio en las revistas y suplementos, del gusto impuesto por los editores, más mercantiles que comerciales, y termina por hacer un retrato de cuerpo entero del novelista. La primera reseña sobre su obra, del propio Paredes, fue publicada precisamente en este periódico donde hoy lo recuerdo, hace más de cinco lustros.

Lo curioso es que Pro Severino parece haber sido pensado, en su escritura vinculada al azar del periodismo y de la publicación de los títulos del amigo, como ese diario de una amistad reflejado en los libros. Otros críticos se mostraron atentos a la evolución de Salazar en su narrativa: Antonio Marquet, Ignacio Trejo Fuentes, Vicente Francisco Torres, Miguel Ángel Quemain y yo mismo. Sus compañeros de trabajo, en la Universidad Autónoma Metropolitana de Atzcapozalco, lo recuerdan con cariño, y en su natal Zacatecas pasa lo mismo, pero nada de ello ha contribuido a fomentar la difusión de su obra. Sus últimos libros, ya no recuerdo si póstumos, fueron publicados por Random House, gracias al entonces editor de esa casa, Braulio Peralta, pero ninguna editorial, que yo sepa y ojalá me equivoque y alguna lo esté pensando –y ya hace siete años de su fallecimiento– se ha arriesgado a intentar publicar sus obras reunidas.

Durante su vida publicó en pequeñas editoriales, con mala distribución y poco alcance, o en fondos universitarios, menos conocidos aún. Y sin embargo hoy encontrar sus libros es difícil incluso en librerías de viejo o en la web. El problema es que la industria editorial, dominada desde hace tres décadas por un imperialismo español, soberbio y de bajo nivel intelectual, decidió hacia los primeros años ochenta no promover la buena literatura, acusándola de localista y provinciana o de difícil y abstrusa. Pero no sólo eso, sino que, ante el riesgo que corren pequeñas editoriales con autores como Salazar, decidieron tenderles un cerco publicitario: si no me anuncio no vendo, si no vendo no existo, y si no existo no vale la pena leerme. No fue él la única víctima. Narradores como Jesús Gardea, Ricardo Elizondo Elizondo, Alejandro Sandoval Ávila, David Ojeda y otros tuvieron un destino similar. Daniel Sada tuvo la suerte de encontrar en Anagrama un sello editorial que supo promoverlo y presentarlo ante el público. Sólo hasta Carmen Boullosa, Juan Villoro y Enrique Serna se rompió ese cerco. Y después, para evitar que lo volvieran a cerrar, la mayoría de los nuevos narradores vendieron su alma al diablo.

Pro Severino sería un buen motivo para volver a leer a Salazar, para no dejar que se pudra en las etiquetas que los críticos le hemos puesto –continuador de Rulfo, narrador del desierto, etcétera–, pero eso tendría que pasar antes por un proceso de reedición de sus obras. Reunir sus relatos nos revelaría un cuentista mayor. Severino ¡no está en Wikipedia!: eso sí es el olvido total, la expulsión del paraíso, la negación de toda posteridad. Ese cerco que el mercantilismo editorial imperante provoca alcanza ya también los lugares que deberían ser ajenos a ello: la UAM, lugar donde trabajó durante muchos años, el Instituto Zacatecano de Cultura, el CNCA o el FCE. Cuando nuestros escritores más importantes mueren, asistimos a varios días de elogios bien merecidos en los periódicos, pero raramente se asume el compromiso de publicar adecuadamente su obra.

Regresando a Pro Severino: Paredes, ya se dijo, crea un buen retrato del narrador y nos invita a leerlo con el elemento más inmediato y pertinente de la crítica: la admiración. Le puede hacer críticas y reproches, caer en lo anecdótico, volverse él también protagonista del libro, pero todo ello lo justifica el impulso admirativo. La evolución que va de las primeras reseñas dando noticias de la aparición de tal o cual libro a los textos finales, cartas personales conscientes de ser públicas, pasando por anécdotas y recuerdos, con la puntuación de los poemas, hacen del libro una inmejorable puerta para entrar en la obra de este escritor zacatecano.