Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de agosto de 2012 Num: 910

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poetas

En recuerdo de
Severino Salazar

José María Espinasa

Hardy, el burlón
Ricardo Guzmán Wolffer

La realidad y la momificación de la poesía
Fabrizio Andreella

Lectura vs televisión
Ricardo Venegas entrevista con Rius

1907: la primera
primavera mexicana

Marcos Daniel Aguilar

El cielo de Paul Bowles
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
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Directorio
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Juan Domingo Argüelles

Ernst Jünger y la poesía

Ernst Jünger (1895-1998), memorialista extraordinario, gran narrador y gran ensayista alemán (autor de Tempestades de acero, Radiaciones, Abejas de cristal, Eumeswil y El trabajador, entre otros muchos libros), tenía un gran conocimiento de la poesía, lo mismo en su sentido amplio (la creación literaria como ejercicio de trasmutación del espíritu en materia verbal), que en su sentido más específico:  la obra lírica o épica que es concentración de la palabra en el verso.

En El autor y la escritura, una serie de apuntes que fue reuniendo a lo largo de los años (hay una edición española de Gedisa, con traducción de Ramón Alcalde), Jünger aborda el tema de la creación literaria y, muy especialmente, de la experiencia poética, de una manera profunda, como autor y como lector.

Un concepto fundamental en estas reflexiones lo es, de entrada, el convencimiento de que “el carácter por lo general difícil del autor literario lo pone en conflicto con las instituciones más fácilmente que al ciudadano normal”.  Ello, por supuesto, cuando el escritor no renuncia a su vocación ni se entrega a dichas instituciones. Es decir, mientras sea un transgresor y no un colaboracionista.

Con buen sarcasmo, Jünger se pregunta y se responde:  “¿Por qué se quejan tantos de ser menospreciados? Peor aún es lo contrario.”  Y páginas más adelante nos ofrece el complemento de esta verdad:  “Uno no puede evitar que lo escupan, pero sí que le palmeen el hombro.”


Ernst Jünger

Para Jünger, la poesía es una soberanía y cuando se renuncia a ella se renuncia completamente a la libertad de decir, de hacer, de creer, de descreer, de destruir y de crear. La soberanía es independencia, y nadie puede ir por el mundo diciendo que es poeta si tiene que ofrecer concesiones a alguien o a algo, incluso al público. Jünger va más allá:  “El autor puede, pero no debe, ser un entretenedor. Declamar está bien dentro del círculo de los amigos o de la familia”, pero cuando esto se vuelve modus vivendi, todo se va al carajo: la independencia, desde luego, y junto con ella la poesía.

El autor de Tempestades de acero advierte:  “Que la televisión y en general los medios mecánicos suplanten a la literatura es verdad sólo superficialmente, y sólo mientras la poesía no ocupa su verdadero rango.” Pensando en Mozart, Jünger asegura que fue muy bueno que no alcanzara en vida las ventas millonarias que hoy se hacen de él, ya que eso hubiera aniquilado sin duda su genio, pues “cuanto más desciende el valor, tanto mayor es el precio”. Si nos referimos a la creación literaria, la verdad de esta observación puede sintetizarse en una frase:  “Es más fácil llegar a una edición de cien mil ejemplares en un mes que en un siglo.”

Jünger nos recuerda que Valéry señaló que una de las maneras de equivocarse como escritor y de echarse a perder es la excesiva adecuación al público y, dentro de este público, hay que incluir a los críticos, esos lectores de una especie rara que podemos reconocer por lo siguiente: para ellos es tan difícil no hablar de sí mismos como para el criminal no dejar ninguna huella.

Siendo esencialmente un narrador, es extraordinaria la forma en que Jünger comprende el ejercicio poético por encima de cualquier distracción, comercio o publicidad:  “El demiurgo no crea a partir de la plenitud: imita. El artista es la única excepción: el poema es un sueño que el lenguaje ordena intelectualmente.” Esto nos recuerda lo que refiere Julio Cortázar acerca de su extraordinario relato “Casa tomada” : pueden decirse muchas cosas acerca de él y pueden hacerse las interpretaciones más rebuscadas por parte de los críticos, pero lo cierto es que ese cuento fue soñado y escrito casi inmediatamente después del sueño.

Jünger desaprueba la manera en que hoy se leen libros (uno tras otro), muy parecida, dice él, a la forma de fumar cigarrillos: más para la distensión y la excitación cotidiana que para el verdadero entusiasmo. “En cambio –expresa–, un poema que nos entusiasmó en la juventud se mantiene palabra por palabra”, porque “el poema es un sacrificio; muchas veces esto queda oculto, pero cuando no se lo ofrece como sacrificio, se disipa como sonido y humo”. Por supuesto, ese sonido que se hace al expeler el humo.

¿Y todo esto por qué? Porque “el material del poeta es la palabra. Por eso nunca puede ser tan abstracto como el pintor o el compositor. En el lenguaje siempre hay una historia: una sustancia solidificada”