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Empleo y trabajo: tercera aproximación
C

omentar sobre los determinantes del nivel y calidad de un empleo, de un trabajo es casi equivalente a comentar sobre los determinantes del desempleo. Mucha agua ha cruzado bajo el puente. Incluso desde las agudas reflexiones de Tomás de Aquino en las cuestiones 77 y 79 de la parte II de su Summa Teológica (precio justo, préstamos de dinero y usura) se descubre una reflexión orientadora –incluso éticamente– sobre los intercambios de trabajo y su carácter justo o injusto.

Simplificando un poco, hoy podemos decir que se identifica el nivel de los empleos (siempre respecto a la población en condiciones de trabajar) por el volumen de la inversión. Y la calidad y las características de los empleos por la estructura de esa inversión. También, por cierto, por el nivel educativo y de destreza de la población. Pero, ¡cuidado con los círculos viciosos! ¿De qué depende la inversión? Sin duda del nivel de ahorro de la población, el que –a su vez– depende del nivel y la calidad de los empleos que tenga. Y de algunos otros elementos, como el identificado como propensión al consumo o al ahorro. Asimismo del nivel de ahorro del exterior, en el resto de economías del mundo, que también depende del nivel y la calidad de los empleos en ellas. ¡Y qué decir de las posibilidades –hoy cada vez mayores– de que este ahorro circule en todo el orbe!

Por ejemplo, es importante observar –como algo relativamente novedoso– cuánto dinero privado circuló en 2010 y 2012 hacia, también por ejemplo, las economías en desarrollo. Cerca de 520 mil millones de dólares cada año, cinco veces más que en 2000 y 2001. Y bajo tres conceptos: 1) inversión extranjera directa (332 mil y 418 mil, respectivamente); 2) inversión de portafolio para compra de acciones y préstamos (233 mil y 101 mil, también respectivamente); 3) otros flujos menores. Pues bien, desde sus orígenes el pensamiento económico ha reflexionado y debatido sobre los determinantes del nivel y la calidad de los empleos.

El primero –nivel– entendido como la relación del número de personas de un país o una economía que tienen ocupación remunerada con el número de personas en posibilidad de trabajar. Hoy, por ejemplo, cerca de 13 millones de personas no tienen empleo en Estados Unidos (8.2 por ciento de la fuerza laboral). Y quienes lo perdieron tardaron 10 meses en hacerlo. Y la segunda –calidad– determinada por tres elementos:1) condiciones específicas del trabajo; 2) monto de remuneración; 3) prestaciones sociales. Aquí se entiende la precariedad de muchos empleos. No olvidaré las enseñanzas de mis profesores del posgrado de economía de la UNAM, siempre atentos a que reflexionáramos sobre los conceptos de división del trabajo y sus correlatos (ahorro de tiempo en la producción, destreza y habilidades laborales y desarrollo tecnológico) centrales en la cuidadosa reflexión de Adam Smith sobre la riqueza de las naciones. También sobre las categorías escasez y cantidad de trabajo, y los factores que las inhiben o las acrecientan, según David Ricardo.

Asimismo insistentes en mostrar la astucia y pertinencia no sólo de los conceptos marxistas de valor de la fuerza de trabajo, plusvalor y ejército industrial de reserva, claves en la comprensión de la dinámica del capitalismo. En realidad de todo el entramado conceptual marxista para comprender lo que identificaríamos como calidad del empleo, merced a las características de la jornada laboral: magnitud, nivel de productividad, intensidad del trabajo, número de trabajadores por proceso, nivel salarial y, sin duda, tasa y masa de plusvalor, determinantes de la rentabilidad particular y general de la economía. Y es que este concepto era, es y seguirá siendo indicador esencial en la explicación de la evolución cíclica y contradictoria del devenir capitalista, desde su origen envuelto en sus propias contradicciones, ora con capacidad para superarlas, ora con imposibilidad para hacerlo.

Tampoco podré olvidarla enseñanza de autores como Pigou, clave en la explicación convencional de la evolución del empleo. Ni las insistencias en profundizar en Keynes, acaso por una obra centrada –como el título de este brillante autor lo muestra– en las mayores o menores posibilidades del famosísimo pleno empleo.

No obviaré mencionar enseñanzas complementarias sobre los famoso modelos de análisis del empleo: keynesianos, estructurales simples, de Phillips, de histéresis e interactivos, entre otros. Ni tampoco para concluir esta tercera aproximación a la problemática del empleo, la multitud de modelos econométricos que tratan de descubrir la causalidad de empleo o desempleo, con variables o indicadores como el nivel de la actividad económica, el nivel de los salarios, el grado de desarrollo tecnológico, la estructura demográfica, el nivel de participación de la inversión extranjera directa, los niveles máximo y mínimo de escolaridad, entre otros. Y sin embargo, en todos los casos se descubre una problemática que parece no tener solución. Sin duda.

NB: A mis estudiantes de la Facultad de Economía, por su enorme vitalidad y sus enseñanzas.