Opinión
Ver día anteriorDomingo 19 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alto en el camino
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aralelamente a la 11 Semana de Cine Alemán, el Instituto Goethe, la Cineteca Nacional y la cadena exhibidora Cinépolis presentan una retrospectiva del realizador Andreas Dresen, de quien en México se proyectaron ya de manera esporádica algunos títulos, entre ellos, Whisky con soda, En las nubes y A media escalera. Cabe celebrar una y otra vez, las veces que se pueda, que en medio de una programación comercial con propuestas rutinarias e insustanciales que acaparan la casi totalidad de la cartelera, puedan surgir y mantenerse con un público cautivo películas cuya finalidad no es la mera distracción y el entretenimiento. Películas que invitan a la reflexión y que consiguen sacudir las inercias menta- les con un propósito cultural y artístico.

Una de ellas es Alto en el camino (Halt auf freier Strecke), de Andreas Dresen, rigurosa observación de un drama límite, el diagnóstico de una enfermedad terminal que recibe un padre de familia y su efecto devastador en los seres que le rodean. Aunque el asunto es delicado, o incómodo para muchos espectadores, está presente en numerosas narrativas au- diovisuales recientes, del cine de arte al producto más comercial. Los títulos abundan: 50/50, la comedia agridulce de Jonathan Levine; Tiempo de vivir, de François Ozon; Restless, de Gus van Sant; o la exitosa serie televisiva Breaking bad. La manera cada vez más abierta en que se aborda el tema de la enfermedad terminal refleja en sociedades enfrentadas a crisis económicas y sociales, una creciente preocupación por esa crisis más inmediata y aguda que es la íntima confrontación con un padecimiento irreversible y mortal.

En Alto en el camino, Dresen elige un tono muy realista, apenas interrumpido por breves episodios alucinantes, para referir la crónica de los últimos tres meses en la vida de Frank (formidable Milan Peschel), quien desde la primera escena del filme se enfrenta a un diagnóstico clínico implacable. En su cerebro crece un glioblastoma, tumor maligno que por su ubicación es inoperable, que vuelve superfluo todo tratamiento y lo condena al penoso deterioro físico y mental que su familia habrá de atender de la mejor manera posible. La enfermedad súbita y brutal trastorna de inmediato el equilibrio doméstico. Es el huésped inesperado e incómodo del que sólo podrá deshacerse la familia con la partida del padre y esposo que lo ha traído a casa.

En una escena clave, Simone (Steffi Kühnert), al borde de la desesperación y la impotencia, hace a su marido quejumbroso e irascible el reproche absoluto: Tú y tu tumor cerebral. Por supuesto que vas a morir. Pero luego me quedaré yo sola en esta casa, con nuestros hijos, en medio de esta mierda. Lo único comparable a la intensidad de esta frustración y su exabrupto injusto es el cariño sin límites con que diariamente soporta a lado de Frank la desdicha compartida.

Para lograr los tonos justos en las interpretaciones, el realizador recurrió primero a una investigación clínica muy rigurosa y luego a la participación directa de médicos y asistentes sociales. Sin un guión en la mano y sólo la certidumbre de lo que era imposible no plantearse, se improvisaron diálogos y situaciones, e inclusive se respetaron las reacciones espontáneas de los hijos, actores no profesionales. El tono muy crudo de la cinta remite a una estupenda cinta francesa poco conocida en México, La gueule ouverte (El hocico abierto, 1973), de Maurice Pialat, y a esa impresionante crónica de un sida terminal que es el documental Silverlake life: the view from here, de 1993, de Peter Friedman y Tom Joslin.

Consciente de su fin próximo, Frank utiliza su IPhone para registrar lo que le rodea y hacerse de un interlocutor insólito; en su delirio imagina shows televisivos en los que su tumor cerebral es la estrella y al que ve personificado a lado suyo, como un compañero inseparable y risueño. Frank se ve obligado a abandonar paulatinamente el mundo de la realidad para transitar en medio del dolor físico y el desvarío mental hacia una dimensión distinta, inaccesible para quienes le rodean.

El director registra con delicadeza este proceso, abandonando la fotografía los grandes espacios y la luz natural para acceder a atmósferas más íntimas de reclusión y calidez familiar en el elocuente desenlace navideño. Toda la ternura del mundo cabe en los pequeños gestos del hijo menor y de la madre, contrapunto muy justo del dolor inenarrable con que Frank arriba a la serenidad final. La hija mayor, testigo en apariencia insensible del mayúsculo drama paterno, es un poco como el propio espectador confundido y perturbado que una vez afuera del cine advierte que, con un vigor inusitado, la vida continúa.

Alto en el camino se exhibe en Cinépolis Diana, Perisur y Universidad. Fechas y horarios: www.cinepolis.com, www.cinetecanacional.net

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