Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de agosto de 2012 Num: 911

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Paisajes del origen y
el vagabundeo de Yk

Lydia Stefanou

Máscara de falsa juventud
Rosa Nissán

La objetividad no existe
Alessandra Galimberti

Dos cuentos

El doble Chevalier d’Eon
Vilma Fuentes

Chavela Vargas,
la esencia y la existencia

Antonio Valle

La 20, cartografía
volumétrica
, de
Agnieszka Casas

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Máscara de falsa juventud

Rosa Nissán

Las edades del ser humano:
La primera: neófito/a
La segunda: galán/galana
La tercera: solitario ermitaño
La cuarta: mariposa resplandeciente
Código de Manú –quien haya pasado
por todas esas etapas será premiado

Todo sucedía simultáneamente. Yo pedía El sentimiento trágico de la vida, de Unamuno; Nayeli me acompañó a buscarlo entre los estantes. Observé a los que estaban desperdigados leyendo periódicos, revistas y libros en las mesas y sillones. Reconocí al amigo de Enrique, que aunque era viejísimo para mí, me gustó cuando tenía quince años. Yo era amiga de su hermana y siempre que iba a su casa me alborotaba. Ahí estaba su amigo, luciendo una camisa roja. Regresé de los estantes siguiendo a la bibliotecaria. En lo que Nayeli atendía a un señor al parecer muy correcto, fui al mostrador de novedades a hojear libros. El camisa roja parece que tuvo una molestia con el que me pareció de buen ver; alguien dijo: “¡Es usted un grosero!” Firmé, di las gracias y salí con mi libro en la mano. Camino al elevador escuché que el de la camisa roja le decía a su acompañante: “¡Esto parece un asilo de ancianos! Cerró el balcón, si no hacía frío, ¡el deportivo ya es un asilo de ancianos!”

¿Qué hago? –me pregunté atónita–. ¿Seguir en la mudez o que la película muda tenga voz? Este camisa roja –me dije– no se cuece al primer hervor, yo tengo setenta y dos, tenía quince cuando este cuate tenía treinta y se da aires de adolescente con su pelo pintado y a lo mejor algunas cirugías. Recordé, es martes, día de Beyajad, cuando llegué al dépor estaban entrando dos camiones con los adultos mayores que recogen en sus domicilios. Los vi bajar, unos con enfermeras, otros con andadera, otros por sus propios pies, corrían a cambiarse para nadar, algunas amigas mucho más jóvenes que yo se han inscrito, les acomoda. Cuando vi llegar los camiones pensé: me van a ganar el baño de la sala, son muchos. Tendré que aguantarme hasta los casilleros, pero qué maravilla que exista este servicio y que los directivos estén tan al cuidado, para que venir se les haga menos difícil. Las amigas que he invitado, cuando se enteran de que hay actividades para la edad de oro, dicen: “Lástima que sólo sea para socios, qué no daríamos por que pasen por nuestros viejos dos veces por semana y tengan clase de teatro o escritura, gimnasia cerebral y corporal, que les sirvan un refrigerio en un salón de fiestas”. Y los regresan a su casa –he agregado con cierto orgullo. “De veras, hay que admirar esto”, comentan en otros lados.

Me dio rabia este aspirante a adolescente eterno que no se adapta a la etapa de vida que le toca, y que menosprecie a los que no pueden o no se les pega la gana invertir dinero y energía en la lucha inútil contra el tiempo.

Y que me decido a ponerle voz a mi película muda.

No sé qué tanto habré dicho. En resumen… le di la noticia: “Tú ya eres viejo, aunque no lo creas.” “¡Yo, a usted ni la conozco!”, gritó. “¡Yo tampoco, ni te quiero conocer!”, respondí ya llegando al elevador. Nos detuvimos un momento, nerviosos. Su amigo, que estoy segura me conoce, gritó: “¡Son ustedes un par de groseros!” La mujer que estaba trapeando se acercó apresurada: “¡Señora, no haga corajes, le va usted a hacer mal!”

–Todo esto sucedió afuera de la biblioteca –le conté a mi hermana en el casillero–, el friolento que cerró el balcón ni se imaginó en qué argüende me metí con el de cabello negro azabache.

–Como nos ven se verán –dijo y se fue a dar un masaje.

Y yo a ponerme mi traje de baño. Mientras lo hacía pensaba: un anciano camuflado de joven desprecia a otro sólo por no tener el pudor de ocultarlo. Tenemos la consigna de ser siempre jóvenes, siempre. Y obsesivamente hombres y mujeres hacemos todo por lograrlo. No me extrañará ver a esta camisa roja salir del dépor en un auto deportivo, escuchando música juvenil y quien quita hasta con una veinteañera, por si acaso fuera cierto aquello de que la juventud se transmite por contagio. Lo malo es que si no nos valoramos en todas las etapas del camino todos perdemos. En India, la noción de luchar contra el envejecimiento es ridícula.

Pero en Occidente no se reverencia a los mayores, por eso ese afán de creer que nos vemos jóvenes; lo veo con mi madre: con mucha ternura llevo ya un par de años convenciéndola, y tiene noventa, que es viejita. No quiere serlo, ni la mamá de Aurora, ni la de… para no ir más lejos, ni la tuya. No aprendimos a envejecer con naturalidad, ni a agradecer la oportunidad que nos ha sido dada de conocernos como somos en esta etapa del camino. Recuerdo con una sonrisa lo que me dijo Vicky ahora que nos reencontramos después de, creo, quince años. Se acercó para verme de cerca la cara: “¿Cómo eres ahora, amiga? Te ves bonita”, dijo tocándome el rostro con sus ojos y con su mano.

En fin, nos obligan a disimular que envejecemos, y qué logro que nos digan: “Luces estupendo/a, te ves más joven de la edad que tienes”; no que te ves bien a tu edad. Sólo si te ves más joven.

Pero ¿cómo demonios la vamos a hacer? Porque la neta, ni por contagio, ni con cirugías ni con nada. Así que más nos vale ser unos viejos, cuando nos toque, lo mejor que nos sea posible. Cómo me gustó que mi amiga Vicky me dijera en ese tono: “¿Cómo eres ahora? Te ves bonita.”