Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de agosto de 2012 Num: 911

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Paisajes del origen y
el vagabundeo de Yk

Lydia Stefanou

Máscara de falsa juventud
Rosa Nissán

La objetividad no existe
Alessandra Galimberti

Dos cuentos

El doble Chevalier d’Eon
Vilma Fuentes

Chavela Vargas,
la esencia y la existencia

Antonio Valle

La 20, cartografía
volumétrica
, de
Agnieszka Casas

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Le Chevalier d’Eon en sus dos versiones. Grabados tomados de thehistoryblog.com

El doble Chevalier d’Eon

Vilma Fuentes

Charles Geneviève Louis Aguste André Timothée Eon de Beaumont, autor, diplomático, espía, más conocido bajo el nombre de Chevalier d’Eon, si bien tuvo seis nombres de pila, asombró sobre todo por otras dos cifras. Este distinguido diplomático vivió cuarenta y nueve años ataviado como un hombre y treinta y tres años como mujer.

La mayor parte de su vida transcurrió durante el libertino siglo XVIII: de 1728, fecha de su nacimiento en Francia, a 1810, fecha de su muerte en Londres. Este caballero, o caballera, trabajó al servicio del rey Luis XV como diplomático y espía. Si su figura es todavía un fascinante enigma, nuevos libros aparecen con regularidad sobre su extraño recorrido, el misterio que encierra el fenómeno de trasvestirse, de vivir durante largas temporadas disfrazado de mujer, es lo que excita la imaginación de historiadores y escritores.

¿Cómo llegó a ser posible un destino tan singular? Autor o diplomático, la carrera del caballero de Eon no es de primera importancia y el personaje habría sido olvidado si nuestro caballero no hubiese sido también una caballera. El espía enviado por el rey Luis XV a la zarina Elisabeth tuvo un papel histórico secundario, para nada comparable con el genio desplegado por un Talleyrand. Sus atuendos femeninos no engañaron a la zarina. Al descubrir su impostura, ésta intentó meterlo en su cama esperando que se condujese como un hombre. En vano. El espía no actuaba sino a su antojo, y persistió en su papel femenino. El heredero de Luis XV, Luis XVI, hostil a estas intrigas, decidió recuperar la correspondencia intercambiada entre la zarina y el caballero. Fue Beaumarchais, autor del Mariage du Figaro, el encargado de esta misión. El célebre dramaturgo, especialista en las intrigas más complejas, recuperó las cartas. Para vengarse, acaso, de lo leído en esas íntimas misivas, Luis XVI ordenó que el caballero de Eon no pudiese presentarse en Francia sino vestido de mujer. El rey estaba convencido de que tal era el verdadero sexo del diplomático. Se equivocaba. El caballero era un hombre, la constatación fue autentificada por el médico que efectuó su autopsia. Luis XV no era un experto, ni en este terreno ni en otros.


Le Chevalier D’Eon en anime Tomado de: secretwindowoffantasy. blogspot

El enigma que encierra el hecho de trasvestirse no siempre ha sido un misterio. En la actualidad, los hombres que se consideran “modernos” hablarán de buena gana de neurosis, narcisismo, paranoia, esquizofrenia, inconsciente y complejos de Edipo, de superioridad, de inferioridad y otros. El uso corriente del vocabulario de la psiquiatría y del psicoanálisis ha terminado por imponer esta nueva lengua de expertos, a la vez confortable y holgada puesto que propone una explicación a cada cosa y a todo. Acaso este nuevo lenguaje es semejante al latín de apoticarios de las comedias de Molière, esos médicos de quienes el genial hombre de teatro se burlaba con ferocidad escenificando el disimulo de su ignorancia bajo palabras ignoradas por la gente, y cuyo significado acaso escapaba también a muchos de ellos.

Se sabe que en el teatro elisabetiano, el de Shakespeare entre otros, todos los papeles eran representados por actores pertenecientes al sexo masculino. Las leyes de la Iglesia de la época así lo exigían: subir a la escena estaba prohibido a las mujeres. Hoy es necesario un cierto esfuerzo imaginativo para representarse a la tierna y deliciosa Julieta, verla y escucharla cuando expresa su amor por Romeo, encarnada por un muchacho. Situación similar con la frágil y pura Ofelia. Aceptar, ante la terrible aparición en escena de Lady Macbeth, ver a un hombre. Trasvestido, sin duda, pero un hombre. Quizás el mismo Shakespeare quien, no satisfecho con escribir sus piezas, las actuaba. Una manera más de vivirlas.

Hablar de neurosis a este respecto estaría fuera de lugar y sería ridículo. Sería desconocer al menos dos cosas: el sentido de una representación teatral, donde los comediantes existen como personajes y no como individuos; el sentido mismo de la condición humana donde la identidad no es sino un juego de apariencias. No hay necesidad alguna de referirse al análisis psiquiátrico para interrogarse sobre el misterio de la condición humana. El análisis puede ayudar a diagnosticar una enfermedad, y tal vez a curarla, pero el misterio de la existencia, enigmática de un extremo al otro, no puede pensarse sólo desde el ángulo particular y muy reductor de la enfermedad. La existencia de un solo individuo es demasiado compleja para reducirla al estudio de sus complejos.

El caso, o más bien la historia del caballero de Eon, pues se trata menos de un caso clínico que de una transgresión escandalosa, nos coloca ante una serie de cuestiones. ¿A qué deseo respondía su inclinación por trasvestirse? ¿Estratagema de un espía para mejor engañar a su medio, y así insinuarse con holganza en el meollo de ciertos secretos, como otros fingen ser sordos o ignorar una lengua para escuchar sin despertar desconfianza? ¿Una manera secreta de volverse invisible? O bien, más allá de la estratagema de un astuto profesional, ¿el deseo más oscuro de escapar a su condición, de jugar a ser otro? Juego peligroso que parece dirigirse hacia los territorios de la locura. Porque el hombre está necesariamente loco, según Blaise Pascal, y, finalmente, ¿qué quiere decir Arthur Rimbaud cuando escribe Je suis un autre? ¿Estaba loco? Desde luego que no. Solamente había visto lo que los ojos, la razón, los discursos de nuestra retórica, el lenguaje controlado, el comportamiento cotidiano, impiden ver.

Charles de Beaumont, caballero de Eon, no era un vidente ni un visionario, ni poeta, ni filósofo, ni gran diplomático, pero su existencia, sus actos, la paradoja de la trayectoria terrestre que cumplió su destino, escribieron, mejor que cualquier escrito, una página de historia lanzada como un desafío que formula más preguntas que respuestas. En esto, Eon es un hombre, y una mujer, del Siglo de la Luces. La filosofía, ¿no es una cuestión más aún que una respuesta?