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Lo guardo como un hombre lleno de vida y valor sereno: Labastida

Rinden homenaje a Arturo Azuela en el Palacio de Bellas Artes
 
Periódico La Jornada
Jueves 30 de agosto de 2012, p. 4

El historiador y promotor cultural Arturo Azuela, quien falleció a los 74 años el pasado 7 de junio, recibió un homenaje en el Palacio de Bellas Artes. Presidente hasta el día de su muerte del Seminario de Cultura Mexicana, fue rememorado en la variedad de sus vocaciones: científico, narrador, catedrático, periodista y melómano.

El poeta Jaime Labastida habló del amigo, lleno de vida y valor sereno. Es el que quiero guardar en mi memoria. Es también el que deseo invocar ante ustedes. El hombre cuyo ojo atento atisbaba el avance de la muerte sobre su cuerpo, cada día más enjuto, cada día más endeble y, sin embargo, dotado de una voluntad indeclinable.

Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, a la que también pertenecía Azuela, recordó una sólida amistad de más de 50 años, desde que se encontraron en la Facultad de Filosofía y Letras, donde estudió la carrera en historia, después de terminar la de matemáticas, en la Facultad de Ciencias, ambas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en esos años turbulentos, al tiempo que luminosos y ardientes de nuestra juventud, el decenio de los años 60.

Dos piezas de Johann Sebastian Bach evocaron a Azuela, nacido en la ciudad de México el 30 de junio de 1938. El chelista Carlos Prieto, quien ante la imposibilidad de asistir a la sala Manuel M. Ponce envió un video con un mensaje en el que describió su también antigua amistad, la cual comenzó en España. Después vinieron las notas, los rostros en penumbras, el perfil iluminado por la pantalla, el ir y venir del arco en las manos de Prieto, quien compartió con Azuela la pasión por la música, como dejó plasmado en la novela Estuche para dos violines (1994).

Su amplia labor como novelista fue el mérito que se valoró para su ingreso en la Academia Mexicana de la Lengua, en 1986, afirmó Labastida sobre el nieto de Mariano Azuela. Sorprendió con su primera novela, El tamaño del infierno, por la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, en 1974. Después vinieron otras nueve, que se suman a otra decena de publicaciones de ensayo, cuento y biografía.

En su turno, Joaquín Díez-Canedo Flores, director del Fondo de Cultura Económica (FCE), recordó a Azuela como autor que publicó con la editorial Joaquín Mortiz, además de que dirigió la sucursal del FCE en España, tal como mencionó Carlos Prieto.

Siempre resucitado

Adriana Cortés Koloffon, directora de Literatura de la UNAM, leyó un texto enviado por María Teresa Uriarte, directora de Difusión Cultural de esa casa de estudios, en la que Arturo Azuela no sólo estudio dos carreras, sino cursó el doctorado en historia, además de que fue director de la Facultad de Filosofía y Letras.

La ciencia no se puede enseñar, aseveró rotundo Jaime Labastida, quien se dijo deudor de Azuela, pues junto a Hugo Padilla publicaron un libro teórico en 1976 para sentar ciertos fundamentos para la enseñanza de la ciencia en nuestro país.

Corrigió, pretendía lo contrario: la ciencia no se puede enseñar. Ni la poesía ni el arte. Se enseña una técnica, se aprende una historia, se conquista el método. Pero no puede aprenderse ni la ciencia, que es innovación; ni la poesía, que es un luminoso verbal toda ella; ni el arte, que es creatividad en el estado puro de la incandescencia.

Sin embargo, más importante aún, expresó Labastida, “le debo la enseñanza que brota de su carácter. Acosado por la enfermedad que lleva impreso el ominosos signo de la muerte, por un cáncer al que otorgamos el acerbo nombre de implacable. Arturo Azuela jamás se dejó vencer, trabajó sin fatiga los últimos años de su vida. Fue a España y recorrió la ruta de Goya.

Minado por la enfermedad, pero no vencido por ella, acudía a sus labores en el Seminario de Cultura Mexicana y en la Academia Mexicana de la Lengua de modo constante. Nunca le oí una palabra de queja, al contrario, hacía befa de su enfermedad y se calificaba como un hombre siempre resucitado. Así es como Labastida invitó a guardarlo en la memoria.