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Mil 200 metros de vallas metálicas lo alejaron de la protesta callejera; el recinto, set de televisión

Calderón salió de Palacio Nacional y volvió a encontrar una quietud cercada
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Los secretarios de Gobernación, Alejandro Poiré; de la Defensa, Guillermo Galván; de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, y de Hacienda, José Antonio Meade, entre otros, durante el InformeFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Martes 4 de septiembre de 2012, p. 5

La imagen que vio el presidente Felipe Calderón al salir de Palacio Nacional, tras resumir en hora y media las acciones de su sexenio, fue de un Zócalo tranquilo: mil 200 metros de vallas metálicas lo alejaron de la protesta callejera que lo persiguió en su gobierno. Fue una quietud cercada. La gran mayoría de los mexicanos quiere transitar en paz, comentaría satisfecho el priísta Jesús Murillo Karam, quien se encargará de traspasar la banda del panista al priísta Enrique Peña Nieto, que no fue a la ceremonia.

De principio a fin de este mandato los priístas brindaron reconocimiento a Calderón y acudieron a los actos con los que intentó reponer el ritual concluido abruptamente en el foxismo, pero no lo dejaron regresar a San Lázaro. Esta vez, Manlio Fabio Beltrones y Pedro Joaquín Coldwell se sumaron a una mayoría que aplaudió cuando el Presidente pidió apoyo para Peña Nieto y se pusieron de pie cuando, al borde de las lágrimas, agradeció a su hijos por su comprensión y confió en que cuando ellos crezcan se entenderá la verdadera dimensión de su obra.

La última cita del presidente Calderón en un Palacio Nacional convertido en set de televisión, se cumplió como en las anteriores: sin el riesgo de interpelaciones de la oposición y con una paz compartida por los de siempre: miembros del gabinete y políticos de todos los partidos. Todos los gobernadores perredistas estuvieron en el presídium, salvo Marcelo Ebrard, quien se encuentra en Nápoles, Italia. Abajo había algunos mandatarios electos, como el perredista Graco Ramírez Garrido Abreu.

Hasta los empresarios Carlos Slim y Emilio Azcárraga, protagonistas de la guerra de las televisoras, coincidieron en este ambiente de paz delimitada, porque el operativo de seguridad era de tal magnitud que el acceso central se cerró y debieron pasar por arcos detectores colocados en la entrada de Moneda. Al salir el dueño de Televisa, señalada como la principal beneficiaria de la política sexenal de telecomunicaciones, celebraba el gran mensaje del Presidente.

Estamos transitando a una etapa de institucionalidad que es muy importante para el país, sintetizaría Murillo Karam, único priísta que acompañó a Calderón en el presídium como representante de uno de los otros poderes de la Unión.

Tiempos de institucionalidad que no se vieron empañados. Calderón utilizó 11 mil 400 palabras para describir su labor, defender la del Ejército y Estado Mayor Presidencial, los mismos que lo protegían adentro y en el exterior. También reivindicó los resultados de la elección presidencial, aun cuando, reconoció, siguen marcados por la inconformidad y la división.

En más de 20 ocasiones fue interrumpido por aplausos. Ubicados en las gradas de atrás, los beneficiarios de los programas sociales como Oportunidades y 70 y más fueron los más ruidosos, y se hicieron visibles cuando gritaron un ¡bravo! en cuanto fueron mencionadas las estancias infantiles.

Calderón se mostró firme a lo largo de más de una hora y por momentos golpeó el atril, como cuando defendió su política de combate a la inseguridad. Se han hecho muchas críticas sobre este tema y se harán; algunas justificadas, otras no, pero lo medular es que tomamos una decisión trascendente: la de enfrentar a la criminalidad.

Los 60 mil muertos contabilizados en esta guerra no fueron incluidos en el mensaje y sí la satisfacción del mandatario por esa apuesta. Para mí ha sido el mayor de los honores ser el comandante supremo de las fuerzas armadas: siempre leales a las instituciones de la República y a los mexicanos.

Artífices de esa paz anhelada, que jamás implicó un estado de excepción, según el orador, decenas de altos mandos del Ejército y de la Marina estaban ubicados en la zona preferencial, la rosa, la más cercana a la franja de políticos y funcionarios.

Los únicos momentos en los que le tembló la voz al Presidente fueron cuando recordó a sus ex secretarios de Gobernación Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake Mora, muertos en accidentes aéreos. Y cuando dirigió la vista a su esposa Margarita Zavala y a sus hijos María, Luis Felipe y Juan Pablo para agradecerles su respaldo.

Despojada del protocolo republicano, la ceremonia devino en una cuestión más de familia. Después de reconocer en un último párrafo errores y limitaciones, Calderón saludó a todos los gobernadores e integrantes del gabinete que lo rodeaban para luego reunirse con sus hijos y su esposa. La secretaria de Turismo, Gloria Guevara, no paraba de llorar.

Las fotos del adiós

Apenas el Presidente y su esposa salieron de Palacio Nacional se hicieron largas filas para fotografiarse en el último escenario dispuesto para el Informe de un gobierno panista. Con todo y muletas, el torero Jorge de Jesús, El Glison, quien apoyó al PAN desde los tiempos de la campaña, enfocaba con su cámara a un amigo.

Varios funcionarios panistas se acercaron a Diego Fernández de Cevallos para posar a su lado, mientras a unos pasos el senador Alonso Lujambio –en silla de ruedas– recibía muestras de respaldo, entre otros del empresario Carlos Slim y de su hijo del mismo nombre. La esposa del ex secretario de Educación terminó por pedir que le abrieran paso, porque le quitaban el aire.

En minutos, Palacio Nacional quedó vacío. En esa parte del Zócalo sin ruido, la hermana del presidente, Luisa María Calderón, esperaba su auto estrenando su cargo de senadora y deslindándose de la derrota panista del primero de julio, la que marca el regreso del PRI a Los Pinos. No es responsabilidad de los Calderón haber ganado o haber perdido. ¿Por qué no les preguntas a los Pérez o a los Cevallos?, respondía.

La estación del Metro Zócalo siguió cerrada más de una hora, tiempo en el que los soldados tardaron en quitar miles de vallas que garantizaron ayer esta paz cercada.