Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de septiembre de 2012 Num: 914

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

James Thurber, humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La antisolemnidad
según Tin Tan

Jaimeduardo García entrevista
con Rafael Aviña

Rousseau y la ciudadanía
Gabriel Pérez Pérez

Razón e imaginación
en Rousseau

Enrique G. Gallegos

Rousseau o la soberanía
de la autoconciencia

Bernardo Bolaños

Rousseau, tres siglos
de pensamiento

El andar de Juan Jacobo
Leandro Arellano

Enjeduana, ¿la primera poeta del mundo?
Yendi Ramos

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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  Razón e imaginación en
Rousseau

Enrique G. Gallegos

Por mediación de los autores de la Enciclopedia, el siglo XVIII ha pasado por ser el siglo de la razón; pero con idéntica legitimidad Kant lo designó, en la Crítica de la razón pura, la época de la crítica, y por intermediación de Baumgarten se le ha denominado el siglo de la estética. Estas relaciones entre razón, crítica y estética están expresadas en la obra de Rousseau.

El racionalismo ilustrado sostenía que la razón permitía conocer las causas de las acciones, evitar los sentimientos dañinos, actuar de forma reflexiva, ordenar sistemáticamente a la sociedad y conocer las consecuencias sociales de las acciones. Pero Rousseau no está totalmente convencido de este entusiasmo. En el Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), Rousseau elaborará una feroz crítica contra la civilización ilustrada occidental y sostendrá que las ciencias y las artes han tenido como efecto corromper las costumbres y el espíritu de las personas. “Conjunto de charlatanes”, dirá de filósofos y escritores ilustrados. A la exacerbación de la razón, Rousseau opondrá un conjunto de rasgos que el romanticismo después hará suyos: la ensoñación, la subjetividad, la apelación al corazón y a las emociones, el erotismo y el culto a la naturaleza, todo aquello que por simple exposición podríamos englobar como dominios de la imaginación. Así, en sus Confesiones (1782-1789), Rousseau se autodescribe como un natural inquieto, apasionado, amante de la naturaleza, de la sencillez, de la espontaneidad y del caminar solitario por los bosques. En Las ensoñaciones del paseante solitario (1782) manifiesta que la reflexión y la meditación le pesan y por momentos le molestan, pero también se percata de que su pensamiento transita de la ensoñación a la meditación y de ésta a la ensoñación.

Pero la crítica a la razón ilustrada y la recuperación de la imaginación no se resuelven en una mera oposición, sino que es llevada por Rousseau a las propuestas conceptuales que lo empujarán más allá de su propio siglo para hacerlo piedra angular de nuestra época a través del romanticismo y de algunos conceptos claves para la democracia (pacto social, voluntad general, igualdad). Frente a la degradación social, moral y cultural que creía ver en su tiempo, propondrá en El contrato social (1762) un pacto en el que la igualdad, la legitimidad, la libertad de los ciudadanos y la lucha contra la arbitrariedad serán los puntos de partida de la política; mientras que en la Carta a D’Alembert (1758) se hará cargo de las implicaciones políticas y morales de la estética. Frente a un teatro y arte ilustrados, Rousseau opondrá una estética de la inmediatez y la recuperación de las costumbres y caracteres de cada pueblo. Un teatro en el que los ciudadanos actúen y compongan sus propias obras. Una estética que recupere los valores propios del ciudadano y del ethos, pueblo en el cual vive. Hay una insospechada relación íntima entre El contrato social y la Carta a D’Alembert. No es casualidad que en ambos textos se rechace la representación y se defienda la inmediación comunal. “No bien un pueblo libre se da representantes, ya no es más libre, ya no existe”, dice Rousseau en El contrato social.

Los libros de Rousseau muestran el extraño equilibrio que mantenía entre razón e imaginación. Si criticaba la razón ilustrada, la censuraba por lo que tenía de exacerbado y uniformante. Si recuperaba la ensoñación, la subjetividad, las emociones y las pasiones... la poesía, pues, era perfectamente consciente de los riesgos y de sus singulares vínculos con la razón. El contrato social puede leerse como la expresión de una arquitectura racional y estructurada, una voluntad metódica por reparar la degradación moral y estética mediante la doble prótesis (del pacto social y la voluntad general). De la misma manera, la estética de la inmediatez que propone en Carta a D’Alembert es obra de una voluntad racional y metódica que intenta sobreponerse a la estética ilustrada y sus efectos perniciosos. Pero estos desplazamientos de una razón (que podríamos calificar de equilibrada o estetizada) no impiden que en Las ensoñaciones del paseante solitario Rousseau también se muestre disperso, soñador, amante de la naturaleza, distraído y apasionado. Poeta, pues, de cabo a rabo.

Los grandes filósofos-poetas tienen múltiples funciones en el acontecer del pensamiento, la imaginación y las instituciones (sirven de guías, orientan los juicios, ayudan a comprender épocas pasadas, proporcionan categorías de análisis/imaginación y sirven para repensar/imaginar nuestra época); quizá Rousseau cumple con creces esta exigencia. Mediante la expresión de la compleja y tensa relación entre razón e imaginación, entre política y estética, Rousseau se adelantará varios siglos a la crítica de la estetización de la política que Benjamin realizará en 1936 para el caso del fascismo en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. De la misma manera, su Carta a D´Alembert prefigura la preocupación que expresará Debord en 1967 en La sociedad del espectáculo a propósito de una sociedad que se presenta como una “inmensa acumulación” de apariencias. El punto que ata a Rousseau con Benjamin y Debord es una clara conciencia de las relaciones entre política y estética al nivel de la experiencia política y sus efectos instrumentales y disciplinantes.

Con otras intenciones y otros contextos, pero los riesgos de una política maquillada, frívola, vacía, espectral, acumulativa y espectacular estaban ya  claramente apuntados cuando Rousseau preveía que, si no se modificaba el estado de las cosas, las elecciones de los políticos terminarían por pasar por “los camerinos de las actrices”. Una política estetizante en la que los ciudadanos del siglo XXI nos encontramos atrapados. Basta contemplar en períodos electorales el “obligado” desfile de nuestros políticos por los programas de entretenimiento, la publicidad efectista y la apelación al lenguaje emotivo. Nada nuevo, se dirá. Acaso desde la expulsión platónica del poeta de la República seguimos fascinados con la misma comedia. Pero justamente esta conciencia, este trazado histórico y conceptual, deberían mediatizar una crítica más tenaz y disolvente. Por ello, como quería Benjamin, habría que invertir el camino, repolitizar la estética y dotar a la política de un sentido más esperanzador.