Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de septiembre de 2012 Num: 914

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

James Thurber, humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La antisolemnidad
según Tin Tan

Jaimeduardo García entrevista
con Rafael Aviña

Rousseau y la ciudadanía
Gabriel Pérez Pérez

Razón e imaginación
en Rousseau

Enrique G. Gallegos

Rousseau o la soberanía
de la autoconciencia

Bernardo Bolaños

Rousseau, tres siglos
de pensamiento

El andar de Juan Jacobo
Leandro Arellano

Enjeduana, ¿la primera poeta del mundo?
Yendi Ramos

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 
James Thurber,
humorista

Ricardo Guzmán Wolffer

Al lado de figuras literarias reconocidas por sus dotes de humor, el estadunidense Thurber (1894-1961) padece lo que muchos autores en muchas latitudes: se le lee poco fuera de su país. Lo cual habla más de las prácticas editoriales y de los canales de distribución de la literatura, que de la calidad del trabajo de este peculiar cuentista con inclinaciones por el dibujo, pues gustaba de ilustrar algunos de sus textos y los de otros autores, con ese formato que hizo famoso a Gorey. Empero, el recuerdo de autores como Thurber no es ocioso, especialmente si sus textos siguen funcionando como afirmación de que el universal gesto de sonreír y carcajearse tiene sus peculiaridades en cada lugar y tiempo; o como confirmación de que el humor termina por ser una forma muy eficaz de conocer la naturaleza humana y sus pequeños gestos que llegan a definir una vida o una sociedad.

Thurber, autoproclamado lector de Huckleberry Finn y director de la revista The New Yorker, destacó en el cuento y publicó viñetas en varias revistas. Su mirada sobre la sociedad estadunindense era tan rotunda como delicada. En una de sus viñetas está una mujer rezando hincada junto a su cama, en una amplia recámara con varios muebles y cuadros que denotan una vida acomodada, y le pide a Dios que la mantenga como una “normal y saludable joven americana”. Los textos de James ponen el dedo en la llaga, pero no muestran que busque un cambio ni una lección moral. En la parte más esencial del humor, basta mostrar lo risible y disfrutar con apuntar el dedo. Será cosa del espectador determinar qué hacer con eso. Mientras algunos moneros mexicanos muestran lo grotesco que son los políticos y cómo ello nos afecta, para instar a la reflexión Thurber patentiza lo insostenible y lo deja a la mano, para que uno se lo lleve a donde quiera.

En su deliciosa serie ilustrada La guerra entre hombres y mujeres, ellos sólo aparecen con traje de etiqueta y ellas de vestido casi largo, muy arreglados ambos, como si la etiqueta fuera lo cotidiano, lo obligatorio. Ni siquiera en las confrontaciones físicas se despeinan o sangran, con todo y que hay pistolas, piedras y garrotes en las batallas. Antes de la entrega final de las mujeres, donde simbólicamente una entrega un bate, hay una “rendición de las tres rubias”, donde ya el lector interpretará si el gesto de las tres féminas indica su gusto por el sometimiento o la falta de luces que tanto señalan los propios estadunidenses a sus propias rubias. A lo largo de los cuentos de James se advierte esta inagotable confrontación de los géneros en las cosas más sencillas y más profundas de la convivencia cotidiana, para mostrarnos que en una sociedad con cierto bienestar (donde no hay decapitados en las esquinas, donde el acceso a la alimentación no se limita con políticas públicas, etcétera) los pequeños detalles pueden cambiar la vida a las personas, al menos mentalmente. En el cuento “La dama en 142”, una pareja elucubra sobre qué podría llevar a una mujer a ser buscada en la estación 142 del tren: ella asegura que la mujer está enferma y que le están buscando un doctor; él piensa que es una espía internacional y que se ha logrado detener una conjura internacional con su captura. Con eso el personaje comienza a ver sospechosos a los demás pasajeros, hasta que ambos son secuestrados por una pareja y están a punto de ser ejecutados, cuando vemos que se trata de un sueño del hombre. Los caminos de la mente, en lo interno, en esa constante búsqueda de unión con la pareja o cualquier otro, pueden desgastarnos en lo esencial. Esa pequeña lucha es trasladada por el autor a los obvios lugares de confrontación, como el trabajo. En “The Catbird Seat” (juego de palabras sobre el desarrollo del juego del beisbol, referido a cuando el bateador está a gusto, con tres bolas y ningún golpe fallido o straik) el estirado y perfecto trabajador Señor Martin se enfrenta con una joven que sin ningún empacho desea cambiar el sistema de trabajo de la empresa donde Martin ha estado por décadas. Al comprender que está en riesgo, la aborda en su casa, donde insulta y amenaza al director y la deja consternada. Al día siguiente, tras ser inquirido al respecto con mucha pena por el propio director, Martin niega todo. La mujer es despedida, pues nadie puede creer que el empleado perfecto sea capaz de hacer eso. Además de advertirse sobre los prejuicios sobre las mujeres y la importancia que en las empresas se da al debido comportamiento laboral, no se puede dejar de saborear el suave desarrollo de la trama que muestra cómo el propio Martin se va sorprendiendo de su perfecto plan y cómo engaña a todos. Además, imposible negarlo, arranca en el espectador al camino mental de ver a cuántos de esos trabajadores trepadores (no se piense en los burócratas, ésos no hacen mucho), femeninos o no, uno quisiera poder quitar de en medio con tanta eficacia e impunidad.

Escribió algunas “Fábulas de nuestro tiempo”. En “La niñita y el lobo”, obvia parodia de “Caperucita Roja”, al momento en que la niña (que no lleva nada rojo, ni capa) advierte que es un lobo y no su abuela, saca una pistola automática y lo mata. La moraleja es: “Ya no es fácil engañar a las niñas, como antes.”

No sólo el conflicto de géneros brota cada tanto de sus textos, incluso con cierta burla sobre la forma de hablar de hombres y mujeres de color (escribe fonéticamente las expresiones locales), sino otros comportamientos que son visibles en cualquier latitud: los libros de autoayuda. En “Fuerzas destructivas en la vida” el autor inventa títulos ridículos sobre libros relativos y muestra lo poco que sirven para resolver una trifulca marital derivada de una desatinada broma. A lo largo del texto utiliza esos peculiares “mensajes de autoayuda” para demostrar su ineficacia, al menos en el cuento.

Con un humor que por sencillo continúa fresco, Thurber nos explica con certeza en este último texto: “La mente indisciplinada, en corto, está mejor adaptada a este mundo confuso en el que vivimos que la mente alineada.”