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Nosotros ya no somos los mismos

Ménage à trois

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La interrogante es por qué Suecia, Inglaterra y todos los poderes de Estados Unidos se han constituido en la Santa Alianza contra un presunto violador por demás osado. En la Imagen, Julian Assange, el pasado 3 de septiembre en la embajada de Ecuador en LondresFoto Xinhua
E

mpecé así: “Con gran estrépito, el platón con los ravioli a la crema que empezaba a servir la mamá, se estrelló en medio de la mesa. El padre se atragantó y votó su trago de vino encima de la ensalada, pero el hijo adolescente, sin inmutarse, repitió: ¿me pueden explicar qué es un ménage à trois?”

De inmediato me arrepentí de mi simplonería: obviamente el niño tenía más información que el señor notario y su esposa. Empecé de nuevo: “A media comida, Santiago de Jesús (14 años), les dijo a sus papás: ¿Cómo ven la onda del padre Corcuera, de que un buen antídoto contra el bullying puede ser el ménage?” Este planteamiento era mucho más realista, pero con todo, preferí preguntar a García Azcoytia. ¿Cómo defines el ménage? Me contestó: una orgía light. A esta definición agrego las palabras de un modesto diccionario: acuerdo de tres personas para mantener relaciones sexuales permanentes u ocasionales.

Ahora sí podemos seguir con nuestra historia: después del terrible entripado que sufrieron las señoritas Ana Ardin y Sofía Wilen, cuando pensaron que se habían equivocado y apañado a Mendax en lugar de Assange, la reacción fue entusiasta y unánime: Julian: tú te vienes con nosotras a mi departamento –le dijo la primera– ni en el mejor hotel vas a estar mejor. Y así sucedió.

Ya nos enteramos que el viajero, en un arranque de locuacidad, se había desnudado ante ellas (me refiero a revelar su identidad y pasado hackeriano). Repitió luego el numerito, pero ahora más literalmente y, además, bíblicamente hablando, las conoció a ambas dos, juntas y a la par (éstas, sí son conocencias, no las formalidades de: ¡Mucho gusto! ¡Mucho gusto!)

Y como dijo el amigo de don Woody, al que encontró entrando al cine (Annie Hall, 1977), somos una aldea global. Por eso desde Estocolmo le llegó a Santiaguito de Jesús, la respuesta a su inquietud intelectual sobre la propuesta del padre Corcuera: ¡muera el bullying! ¡Viva el ménage!

El ménage no es, sin embargo, el centro de la persecución del gobierno sueco vs Julian. Primero, porque no es un delito y segundo, porque la monarquía sueca está moralmente descalificada a este respecto. El ménage es un comportamiento sexual históricamente validado por religiones y costumbres de todos los tiempos y lugares. ¿Qué persona, honesta, y con la garantía del anonimato absoluto, podría ocultar que en alguna ocasión tuvo fantasías sexuales que involucraban a los personajes que más admiraba, quería o deseaba? Madonna, cuando ante el mundo entero besuqueó a Britney y a Cristina; Marcial, recordando al adolescente del Cumbres y al diácono del seminario Palafoxiano y yo, cuando regreso a los sueños adolescentes y, con manos temblorosas esgrimo la cinta métrica para constatar las dimensiones torácicas de Gina y Sophía, mis inolvidables demonios de los años 60.

Un inocente ménage nos presentó Brasil en la cinta de Barreto, Doña Flor y sus dos maridos, del escritor Jorge Amado. Bertolucci y Truffaut dieron importante contribución al tema y, recientemente, don Woody Allen, nos volvió a impactar con Vicky Cristina Barcelona y Whatever Works. Sin embargo, no son los referentes mencionados los que tornan difícil y embarazoso el asunto para los gobiernos sueco y británico. Hay dos pequeños antecedentes en la historia de estos altivos estados europeos que cuando menos tratar el te, les debe provocar ligero rubor.

Dícese, dícese, que en la Suecia de finales del siglo XVIII, el rey Gustavo, que era muy modosito, temperamental, frívolo y cosa rara, no se llevaba muy bien con su mamá, llamada Ulrica (así tampoco se puede), llegó a la edad de merecer pero sin dar señales de tener mayores ganas, cosa que obligó al Parlamento a intervenir (¡esos son órganos colegiados responsables!, no los que sabotean las reformas estructurales en favor del país) y, de acuerdo con ordenanzas de aquellos tiempos, pactaron el matrimonio de Gustavo III con la princesa Sofía Magdalena de Dinamarca. (Los interesados pueden buscar los detalles en el ¡Hola! de 1775). Gustavo, que no era un obcecado y que al contrario de Gabino Barrera, que no atendía razones andando en la borrachera, sí escuchaba consejo, nombró a su amigo, el conde Adolf Fredrik Munck, coordinador de su equipo de transición (de virgen a mártir), para que lo asesorara en trance tan difícil. El nombramiento fue tan acertado, que el asesor dejó complacidísimos a las partes, juntas y por separado. Los suspicaces suecos de la época sostienen que gracias a la eficaz tutoría de Adolf, sobre todo en lo relativo al homework de la reina Sofía, ésta dio a luz a un bebé al que, con un sentido de justicia ejemplar y un agradecimiento sin precedente, se le llamó Gustavo IV (por parte de padre), Adolfo (en reconocimiento al instructor). Ni idea tengo como se diga en sueco pero, estarán de acuerdo: lo que es parejo no es chipotudo.

La corona inglesa también tiene lo suyo. La reina Catalina (Parr) sexta y última esposa de Enrique VIII, había logrado una proeza olímpica: enterrarlo. Catalina, hecha unas pascuas (recuérdese que la viudez es sin duda el estado perfecto de la mujer), a los seis meses casó con su antiguo amante Thomas Seymour pero, como las costumbres de la época no admitían el sexo durante el embarazo y el tal Seymour era un tanto impaciente, inició el abordaje a una ninfuveleta que vivía (arrimada dirían en mi pueblo, la que, si en un principio no estaba, así terminó), en el castillo de los Seymour/Parr. Se trataba nada menos que de Lady Elizabeth, hija de Ana Bolena, a la que posteriormente se conocería en todos los pubs ingleses como la reina Isabel I de Inglaterra.

Dicen los wikileaks de esos entonces que Catalina, que era la mar de comprensiva, aceptó las urgencias de don Thomas, con la única condición de no ser discriminada. Ella había sido esposa de un rey incluyente que cuando marginaba a alguien, era por que ya le había dado su oportunidad. Como la realeza de todos los países está formada por la crema y nata de la honorabilidad, la decencia, los más caros principios religiosos y comportamientos ejemplares, no necesitaron firmar ningún contrato, ni siquiera convenio prenupcial, vivieron los tres felices el poco tiempo que le restó de vida a la reviuda Catalina.

¿Y el Boy Scout de Assange? Julian, ya sea por ahorrar gastos de representación o por cualquier otra razón, aceptó el ofrecimiento de la señorita Ana Ardin y se fue con ella y con Sofía a pernoctar (dormir de paso). El pago fue en especie, pese a lo cual, Ana lo acusó de fornicación reiterada y sin su consentimiento, pues cuando tenía que salir de la casa lo hacía tan urgida por regresar, que no le daba tiempo de reportar su secuestro sexual a la estación de la CIA, de la que, está plenamente comprobado, formaba parte. Entró al quite su pareja, la señorita Sofía Wilen quien invitó al exitoso gigoló a su casa, aunque días después de permanente convivencia e inevitables relaciones cotidianas, también lo acusó de seducción y, lo verdaderamente grave, de haber aprovechado una ocasión en que ella estaba dormida para penetrar (a la casa ya lo había hecho), sin su pleno consentimiento, lo que le impidió expresar el internacional argumento femenino: mi amor, me duele mucho la cabeza. Y lo imperdonable: después de tantos días, Julián había obviado el preservativo. Miss Wilen, envuelta en una justa indignación (que en estos casos no es la mejor envoltura) alegó: le llaman Síndrome de Estocolmo a la inexplicable reacción afectiva que suele darse entre un secuestrado y sus raptores, pues a mí me sobrevino el síndrome de Iztaccíhuatl. O séase: el de La mujer –sueca– dormida.

Alega la señorita Wilen que ella desplegaba un acordeón de condones frente a Julian, pero éste se negaba a aceptarlos. Aunque allí todos son políglotas, que tal si el pobre Julian en vez de decir: yo no quiero, (I don´t want to), decía: ya no puedo (I can´t do it anymore). Ojo con esta excluyente de responsabilidad, juez Garzón: Assange es australiano, no saltillense.

Entonces, ¿por qué Suecia, Inglaterra y todos los poderes de Estados Unidos se han constituido en la Santa Alianza contra un presunto violador por demás osado? (porque, las señoritas Wilen y Ardin no eran precisamente pupilas de las Madres del Verbo Encarnado. ¿No creen?) Alegatos finales en la próxima entrega y un pequeño rebote al Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Liliana de la Garza es un cromo, Kikapú del que no daré ni dirección ni medidas, pero sí que es una acuciosa periodista que me confirmó la información sobre las acciones del presidente Hollande: Le Monde, 21 de julio. Fue un descanso no haber pasado información sin sustento. Gracias.